El Barcelona estaba en deuda tras el empate con el Inter y la derrota con el Madrid. No la pagó del todo, de lo cara que es esa cuenta por lo mucho perdido, pero empezó a compensarla. El Villarreal pagó la primera factura, pronto y rápidamente, en un arrebato de rabia azulgrana nacida a partir de la frialdad de Lewandowski, absolutamente convincente y disuasorio con dos goles: su quinto doblete.
No hubo una acción que desencadenara la lapidación azulgrana, concentrada en ocho minutos, que dejó al Villarreal para el arrastre. Un rapto de inspiración condensado en jugadas muy similares. Nacieron todas en ataques rápidos y decididos mal cerrados por los amarillos, castigados por el tres de tres encadenado del Barça: tres remates, tres goles. Un prodigio de efectividad que suele ser el sexto o séptimo defecto que recuerda Xavi cuando enumera las deficiencias del equipo. En esos ocho minutos encajó el Villarreal tantas bofetadas como en las nueve jornadas anteriores.
No es menos cierto que Xavi alineó a los tres futbolistas con más gol del equipo. La derrota del Bernabéu se había llevado por delante a cinco jugadores. Tal vez habría sido la misma cifra de cambios cuatro días después del último partido y tres antes del próximo. Las identidades vinieron determinadas por las actuaciones del clásico. Desapareció Busquets, desaparecieron Eric y Balde, y desaparecieron los dos extremos, Raphinha y Dembélé, con tan tibio papel en contraste con el vigor aportado por Ferran y Ansu Fati.
Ausente Busquets, el mando fue transferido a De Jong, que pareció rejuvenecer al encontrarse de jefe sobre Gavi y Pedri. Ejerció el poder con la grandeza del que lo usa con responsabilidad, protegiéndoles y ayudándoles en una labor solidaria robando balones que permitió al Barça encadenar un ataque tras otro.
No tuvo miedo Xavi en alinear una defensa experimental, con solo un titular de origen (Koundé) y recién reaparecido. La deriva del choque dejó planteado un duelo de dos contra dos (los centrales contra los dos puntas amarillos, Jackson y Danjuma) que reducía a cero el margen de error. La insólita composición del once provocó que Marcos Alonso, el otro central, del Barça, fuera el ejecutor de los córneres elegido por Xavi.
El impacto de la catarata de goles barcelonistas amilanó al Villarreal, que se sintió impelido a mirar atrás, y con motivo. La entrada de Morales obedeció más a rodar al veterano delantero que a hurgar en la zaga barcelonista. Se enfrentó a Koundé, y no tuvo nada que hacer ante un tipo tan rápido, tan listo y tan atento como él.