Márquez resurge en Buriram
93 grandes premios después, 1.932 días más tarde, Marc alcanza la gloria suprema al lado del ser que más quiere, su hermano Àlex

Marc Márquez celebra su triunfo en Buriram. | LAP
Emilio Pérez de Rozas
Hay historias que son mentira. Ésta no lo es. Ésta es tan auténtica como su protagonista. Como sus protagonistas. Y, claro, empiezan desde abajo, desde niños, desde escolares. Es la vida de Marc Márquez Alentà y todo lo que le rodea, empezando por mamá Roser Alentà y terminando por papá Julià Márquez, sin olvidar al pequeño, que es el más grande, perdón, el más alto, Àlex Márquez Alentá.
Lo que acaban de protagonizar todos ellos («porque este triunfo es, sin duda, de los papás») es el fruto de una pasión. Nada estaba programado. Nada. Empezaron jugando con las motos en parkings de grandes superficies, pasaron a circuitos de karting, crecieron en trazados permanentes hasta que se convirtieron en campeones del mundo de forma arrolladora.
Àlex, por descontado, a la sombra de Marc, pero siendo tan veloz, tan profesional, tan determinante como su hermano mayor. «Yo siempre lo digo, Àlex es diesel, necesita su tiempo, necesita tenerlo todo bajo control y, cuando lo tiene todo en sus manos, es, como acaba de demostrar, tan rápido como yo. O casi», explica Marc.
La historia no podía ser ni más bella ni más real, se complicó, se torció, para todos cuando Marc se rompió el húmero derecho en Jerez, en 2020, después de protagonizar la temporada más impresionante de todos los tiempos, coronándose campeón del mundo de MotoGP tras ganar 12 de las 19 carreras y acabar segundo en seis de ellas.
Desde aquel accidente, desde aquella fractura, desde aquel vía crucis, todo ha sido sufrimiento para el mayor de los Márquez, que siempre se sintió apoyado y protegido por los suyos. Hubo un día que Marc decidió jugárselo todo y viajó a la clínica Mayo de Rochester (EEUU), donde le destrozaron el húmero y se lo reconstruyeron en el mismo quirófano. Era su apuesta: o todo o nada. Y, mientras, pensaba «si no vuelvo a correr, que me quiten lo bailado».
Pero Marc quería demostrar que aún podía pelear por la victoria. Por eso, después de meses y meses de rehabilitación, gimnasio, masajes y prácticas en secreto en circuitos recónditos y escondidos, decidió que no podía seguir en Honda, aunque tuviese el sueldo más escalofriante que ha tenido piloto alguno. Pidió liberarse de esa cruz, los japoneses, de la mano del campeón Alberto Puig, que hizo de tripas corazón, lo dejó libre y le perdonó el año de contrato que le quedaba.
Y Márquez se fue al Gresini Racing Team Ducati, donde estaba su hermano Àlex. Lo ven, siempre en familia. Y allí, con una moto del año anterior, con una Ducati del 23, se enfrentó a los mejores de 2024. Y, no solo se codeó con ellos, sino que les ganó tres grandes.
«Solo quería saber si podía volver a intentarlo. Solo quería saber si servía para este trabajo. Quería sentirme piloto de nuevo, piloto de verdad. No estoy aquí para correr, estoy aquí para intentar ganar y solo poniéndome a prueba podía averiguar si valía la pena seguir en esta profesión», cuenta cuando le preguntan por qué tanto riesgo. «Solo poniéndote a prueba, con una buena moto, aunque no sea la mejor, puedes averiguar si aún estás vivo, en forma, para competir».
Cuando el mayor de los Márquez averiguó que seguía sirviendo para esto, que seguía siendo uno de los buenos, buenos, sino el mejor, entonces dio un paso más en el plan que había trazado, él solito, para intentar algún día, por ejemplo, ayer, aspirar a la victoria y a su noveno título mundial.
Movió sus fichas, habló, amenazó y siguió corriendo como un loco para llamar la atención de los jefazos de Ducati, la fábrica que domina el Mundial, este año incluso con las motos del año pasado. Cuando Gigi Dall’Igna, el gurú y creador de la invencible Desmosedici, y Davide Tardozzi, Team Manager del equipo de Borgo Panigale, vieron, analizaron y compararon la telemetría de Marc con la del resto de pilotos rojos, incluidos Pecco Bagnaia y Enea Bastianini, los oficiales, se dieron cuenta de que Márquez era su piloto, el ideal para mantenerse en la cima.
Por eso, en una jugada impensable, cuando ya tenía atado a Jorge Martín, que acabaría siendo campeón con una de sus motos, Ducati anunció que Marc Márquez sería el compañero de Bagnaia en los próximos dos años. Ganaba Marc en su plan para volver a ser el de 2019, aunque diga que «es irrepetible».
No todos los deportistas son capaces de resucitar cinco años después. Marc Márquez está donde quería llegar. Ahora debe mantenerse y aumentar aún más su complicidad con el equipo Ducati («el mejor del mundo») y con su moto («la mejor de la parrilla»). También con Pecco, compañero y «rival» en su propio box.
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