Mientras los Chicago Bulls construían su imperio en la NBA, en Palatine, un suburbio de la ciudad del estado de Illinois, crecía Zach Monaghan, casi sin enterarse de que a su alrededor estaba ocurriendo historia del deporte porque era demasiado pequeño como para darse cuenta. Aunque lo hizo justo a tiempo. Su primer recuerdo deportivo data de cuando tenía 6 años. “Nos juntamos todos en la casa de mi tío porque tenía una tele muy grande. Bueno, ahora sería normal, pero para aquel entonces, en 1998, era gigante. Íbamos a ver el sexto partido de la final entre los Chicago Bulls y Utah Jazz”, echa la vista atrás. Sus hermanos eran unos seguidores fanáticos de la súper estrella Michael Jordan. Y él ese día vería algo que nunca podría olvidar. Fue ‘el último baile’ del 23 —The Last Dance es el título del documental sobre el jugador, como se conoció a su última temporada en los Bulls—. Su último vuelo también. Porque dejó tirado a su defensor, se elevó, tiró y marcó el 87-86 a cinco segundos para el final que evitó que la serie se fuera al séptimo y definitivo duelo, que tenía que jugarse en el infierno de Utah, y le dio su sexto anillo de la NBA. “No fue una mala forma de empezar, ¿no?”, bromea.

Como si aquello le hubiese marcado a fuego, Monaghan es un jugador que nunca rehuye la responsabilidad cuando se trata de asumir el protagonismo en las últimas jugadas de cada partido. Es de aquellos de los que suele decir ‘balón a mí’. Lo demostró en sus anteriores etapas en el Leyma, sobre todo en la primera, y lo está demostrando en la actual. Como en la victoria contra el Breogán. “Sí que me gusta mucho jugar esos momentos de los partidos”, reconoce. “En Lugo metí la entrada a canasta y después tenía hambre de más y llegó el triple. Pero si no soy yo hay más jugadores en el equipo que lo pueden hacer”, dice. Pero no duda en que, si se diera el caso, haría lo mismo en el último segundo del último partido de la final del play off de ascenso a la ACB. “Cuando eres niño, quieres hacer lo mismo que Michael Jordan. Pero si llegáramos a ese partido, prefiero ir ganando de veinte y relajado. Pero de verdad que todavía no pensamos en eso porque para llegar ahí aún queda mucho trabajo”, asegura el estadounidense.

La cosa va de sueños. Los que tenía viendo jugar a Chauncey Billups, Jason Williams o Allen Iverson. “Y también uno de mis primeros ídolos fue El Profesor, un jugador de streetball del que aprendí mucho en la forma de botar”, añade. Los que seguía teniendo cuando jugaba a todas horas en el instituto —acaba de ser nombrado mejor jugador de la historia de su colegio—. Los de seguir los pasos de sus hermanos, que jugaron hasta la Universidad. Los de llegar a la NBA. “Llegó un momento que al ver que era un juego muy físico pensé que la única forma de llegar era como entrenador... pero la vida te va cambiando cada poco tiempo y empecé a darme cuenta que podía dedicarme a esto. Lo prefería a cualquier otro trabajo”, recuerda. Y otro sueño, como escenificó en el vídeo con el que el club anunció su fichaje — “cosas de Gus (Gago, el preparador físico”, sonríe— era volver a A Coruña. Podía haber dudas sobre qué versión del estadounidense llegaría. Si la primera que pisó la ciudad pensando que se encontraría con un pequeño México y casi le explota la cabeza al descubrir que el pulpo era para comer — “la culpa es mía, no me interesé demasiado por conocer la geografía, la cultura y la historia de a dónde venía”— y que espabiló a base de gritos de Tito Díaz —por el que dice sentir mucho “amor” por la oportunidad que le dio— para dejar enamorados a los aficionados con su juego; o la segunda, que con muchos problemas de lesiones se fue por la puerta de atrás.

“En mi última etapa no había estado bien”, reconoce, “pero yo en A Coruña siempre me siento a gusto”. También Sergio García jugó un papel importante en su vuelta. El técnico prefiere a jugadores físicos y dota de una gran intensidad defensiva a sus equipos, lo que le obligó a reciclarse. “Cada entrenador tiene sus gustos. Él y yo tuvimos una buena conversación en verano y sabia que si quería volver y hacerlo bien tenía que mejorar muchas cosas en mi juego y una era la defensa. Desde el día uno que llegué lo estoy intentando”, asume. Pero lo que más ha cambiado es su madurez. Admite que antes le preocupaba más que sus partidos le sirvieran de trampolín personal y que ahora está más centrado. “En lo único que pienso es en cumplir mi rol y ganar”, dice. Incluso se desenchufa menos por los factores externos. “Solo pienso en las cosas que puedo controlar y en mejorar eso. Tengo mucha confianza. Quiero ganar y mejorar cada día”, sentencia. Y, de momento, el Leyma va por el buen camino. “El objetivo es llegar a final de temporada en las mejores condiciones para tener las máximas posibilidades. Pero va a ser una lucha muy larga”, advierte. Todo por otro sueño, la ACB. “Claro que lo es. Pero paso a paso”.