El deporte siempre fue uno de los refugios de Dago Peña (Santo Domingo (República Dominicana, 1988). Desde cuando era un adolescente y la familia atravesaba un bache económico mientras él conseguía una beca deportiva para uno de los mejores colegios del país. Y lo siguió siendo después a lo largo de una carrera en el baloncesto, y no el béisbol como parecía predestinado —“era bueno, mejor que en el baloncesto, pero no me apasionaba”— que lo ha llevado a multitud de equipos y países. “Allá en mi isla, ¿cómo me iba a imaginar que un día iba a estar en China?”, bromea sobre su paso por el Mundial con la selección de su país. Momentos muy buenos y algunos, no tanto. Reconoce que la vida del jugador de baloncesto es muy solitaria por más que desde los 14 años, cuando se marchó a estudiar a Estados Unidos, le tocara vivir su camino por su cuenta. Estaba acompañado en la distancia, pero desde la semana pasada le falta su fan número uno. Le tocó despedirse de su padre desde la distancia, que en estos casos se multiplica por dos. Pero de nuevo el deporte salió a su rescate. “El baloncesto me da esa tranquilidad de no pensar. Al día siguiente de morir mi padre, hablé con mi madre y ya fui a entrenar porque es mi manera de desahogar”, comenta. Y toda la familia del Leyma le reconoció su esfuerzo en el partido del sábado contra el Ourense. “No me lo esperaba. Había aguantado, pero cuando fue el minuto de silencio... me vine abajo”, reconoce.

El calor le llegó a través de las redes sociales por parte de la afición naranja, que se volcó en mandarle el cariño. Una hinchada (y un club) con la que se sentía en deuda y un poco desconfiado de cómo iba a ser su recibimiento a su vuelta esta temporada por cómo había sido su salida en su anterior etapa, en 2017. “Ya lo dije mil veces. Me entero de que me voy estando en la cama después de un entrenamiento, Tito nos dejaba cansadísimos. Me dicen que haga las maletas y a las cinco de la mañana ya estaba rumbo a Barcelona. Pregunto si me puedo despedir de mis compañeros y me dicen que no, así que no me queda más remedio que hacerlo en el grupo de WhatsApp”, explica. No se arrepiente del qué, sino del cómo. Eso lo cambiaría. Pocos pudieron entender entonces que dejara a un equipo con el que había rozado el ascenso el año anterior y con el que marchaba segundo en la liga, por el colista de la categoría. “Allí era otra cosa. Compartí entrenamientos con Navarro, fui a partidos de Euroliga, venían ojeadores a todos los partidos...”, dice.

Y todo cambió a partir de entonces. Estuvo a punto de entrar en el primer equipo azulgrana, esperando hasta el final. Pero aunque se le cerraron las puertas tuvo su oportunidad en la ACB de la mano del Estudiantes. Y de ahí, al Campeonato del Mundo con la selección de su país. Nadie sabe si siguiendo en el Leyma esa posibilidad iba a seguir abierta. Pero sin duda su paso por el filial culé le ayudó. “Entiendo que haya gente que me guardara rencor”, se resigna. Desde luego, uno de ellos no fue Tito Díaz, el que era entrenador naranja entonces y que como director deportivo del Breogán le llamó para que se uniera al proyecto celeste que intentaba volver a la ACB. “Le debo mucho”, se refiere al que fuera su mentor, “fue él el que apostó por mí, por traerme a Europa sin que tuviera ninguna experiencia. Y eso con un jugador caribeño era mucho”. El coronavirus entonces acabó con esa etapa y su nuevo destino solo estaba a 100 kilómetros y además ya lo conocía, el Leyma. “Llegamos a semifinales y perdimos en el quinto partido contra Melilla, que después fue el campeón. Tengo esa espina”, reconoce.

La comparte con el estadounidense Zach Monaghan, con el que ha vuelto a coincidir después de separar sus camino, y con el también pasa por una nueva etapa de sus carreras. “Sí que antes buscábamos más el lucimiento individual. Teníamos ahí a los agentes, que siempre te dicen no sé qué de las estadísticas... ¿pero al final de qué te sirven si no ganas? Eso también era algo que me decía mi padre. Así que ahora pienso más en el equipo, en ayudar para ganar, ganar y ganar. Y eso que el entrenador a veces me tiene que decir que sea más agresivo, que no pase, que tire o me la juegue”, admite. No va por el mal camino el Leyma, ya clasificado para la segunda fase, pero dice que habrá que dar más y dar pasos hacia adelante, como mejorar el bajo porcentaje de tiros libres. “La temporada es muy larga y creo que el que mejor llegue al final será el que tenga las de ganar”, analiza. Un punto a favor de los coruñeses, con una plantilla muy larga. “Y todos buenos chicos”, añade. “Ojalá que ascendamos”, desea el dominicano.

“En casa veo pelis, pinto y soy el rey del ‘Call of Duty”

Dago Peña utiliza su tiempo libre para estar tranquilo en casa. No es que se pueda hacer mucho más en estos días de pandemia y de restricciones máximas en Galicia. “No es que me guste estar solo, que también me gusta hablar con gente. Pero estoy tan acostumbrado... así que durante el confinamiento hubo gente que lo pasó muy mal, pero yo aproveché para estar en casa, leer, hacer pinturas, ver películas en Netflix y jugar a la consola”, comenta. ¿Eres el rey del Call of Duty? “Te han informado bien”, se ríe. “Es una cita diaria que no perdono. Tenemos ahí un grupito, con el capitán Javi Vega y otros amigos de República Dominicana. Y ya no es por el juego en sí, es un rato que pasamos hablando de cómo nos ha ido el día y qué tal estamos”, continúa. Mientras, el teléfono está desconectado. “Odio que me llamen, puedo estar todo el día sin encenderlo”, reconoce.