El patinaje artístico es un deporte individual, pero en compañía se lleva mejor. En el Maxia, mano a mano, entrenan Lucas Yáñez y Unai Cereijo. Dos talentos de la factoría Rosa García que, con 17 y 14 años, son el futuro de este deporte sobre las cuatro ruedas. Sin rivalidad, por lo menos no la mal entendida. Con compañerismo. Juntos se ayudan a mejorar. Ya lo dicen los resultados. Uno, campeón del mundo, subcampeón de Europa y campeón de España júnior. “Me duele esa plata, el año que viene voy a por los tres oros”, sonríe el de Oleiros. Otro, subcampeón de Europa y de España infantil. “Este resultado me pone las pilas para el año que viene ir a por el oro”, indica el de Arteixo. Los dos en su primer año en la categoría. Una combinación, en la que no puede faltar su entrenadora, completamente ganadora.

Porque “sí que nos picamos”, confiesan los dos. “Lucas me dice que lo hace mejor y más rápido y entonces yo lo intento hacer mejor”, apunta Unai. “Y él lo mismo con las piruetas porque a mí se me dan mejor los saltos que las piruetas”, responde Lucas. “Porque no las entrenas”, le pica su compañero. “Es cierto, no me gustan y no las entreno tanto como debería. Eso y la expresividad son mis puntos débiles. Por eso él me pone las pilas y yo a él con los saltos. Porque sé que es lo más difícil, yo ya pasé por esa fase y ese cambio de doble a triple es muy complicado, te comes la cabeza mucho e intento que lo pase lo mejor posible”, termina Yáñez.

Es un deporte muy duro. Lucas, de hecho, lleva una semana y media sin entrenar y Rosa ya se está poniendo nerviosa. La entrenadora concedió darle unos días de vacaciones a la vuelta de Paraguay, donde se proclamó campeón del mundo júnior. Pero si quiere repetirlo el año que viene, su preparadora ya le avisa de que tiene que volver a la pista ya. Y es que ese es el único camino hacia el éxito: el trabajo. Ella siempre tiene la mirada puesta en unos cuantos meses adelante intentando controlar al más mínimo detalle todo lo que pasa.

—¿Cuántos días de vacaciones le da a los patinadores?

—Ninguno.

—¿Ni en verano?

—Venimos todos los días. Incluso a las siete de la mañana. No se pueden permitir perder la forma. El cuerpo tiene que descansar, claro, pero no olvidar.

—¿Nunca se quejan?

—Son unos santos. No puedo decir nada malo de ninguno. Aquí la peor soy yo. Ellos aguantan los chaparrones. Y la recompensa son los resultados.

Para dominar una coreografía, se suelen tardar unos siete u ocho meses. “No lleva mucho tiempo montar los discos es más bien perfeccionarlos para que te salgan bien lo que más cuesta. Nosotros traemos a coreógrafos de fuera, técnicos especializados en esto. Ellos tardan un fin de semana en montar ese programa y nosotros tardamos siete u ocho meses en hacerlo bien. Es un trabajo técnico y de coreografía muy largo. En el Mundial, que es lo último del año, ya tiene que estar todo súper pulido”, indica Rosa García. La repetición de cada uno de los movimientos es la clave del perfeccionamiento. Eso implica escuchar la canción que acompaña a cada disco, el corto y el largo, unas cinco o seis veces cada entrenamiento. “Demasiadas”, se ríe Lucas Yáñez. “Lo primero que le dije al acabar el programa corto fue menos mal que no vamos a volver a escuchar el “Bienvenidos, bienvenidos” con el que empezaba la canción de los Juegos del Hambre”, se ríe Rosa. Ella es quien las elige. “Lo hace mejor”, dice Unai, que además comparte parentesco familiar con su entrenadora, que también es su tía. “Ellos seguramente elegirían una de perreo”, bromea ella.

Pero también están las caídas. “Igual estás dos meses cayéndote en el mismo sitio. Y es duro para la cabeza y el cuerpo”, dice Yáñez. “Hasta que llega un día que lo sacas y ya no lo fallas más y cada vez lo intentas perfeccionar más, hacerlo más rápido, caer más adelante... es el principio lo que cuesta”, reconoce Cereijo, que precisamente este año tuvo que pasar por el proceso de pasar del doble salto al triple. Es el momento, también, en el que el patinaje artístico masculino empieza a diferenciarse más del femenino, a ganar en espectacularidad.

“El triple solo lo consiguen los chicos. Ellas son más artísticas, elegantes, bonitas, más bailarinas... pero la fuerza la tienen ellos. Los chicos son los que dan el espectáculo porque la fuerza de un chico no es comparable a la de una mujer, obviamente. Para mí, siendo una mujer, me quedo con ellos”, afirma rotundamente Rosa García. Y eso que en el club casi siempre habían tenido referencias femeninas y faltaban las masculinas que ahora encarnan Lucas e Unai. Quizás, todavía predominaban ciertos prejuicios. “Siempre está el típico comentario de que haces un deporte de chicas. Yo intento pasar, cada uno tiene su opinión”, responde Yáñez. Aunque por fortuna ya hay muchos comportamientos totalmente desterrados. “Es que no es un deporte fácil. A quien lo piense, le invito a que venga e intente hacer un triple”, sigue Cereijo.

Deporte nada fácil y que sigue reclamando su sitio en el programa olímpico como lo está en los Juegos de invierno la modalidad sobre hielo. “Cuanto antes mejor”, suelta Rosa, “para nosotros iba a cambiar mucho. El patinaje artístico ya se ha intentado profesionalizar con el ejemplo del patinaje sobre hielo. Antes teníamos otro sistema de puntuación y ahora nominamos y puntuamos igual. Se está intentando actuar igual que el de hielo, hacer ese cambio para que en un futuro, dicen que no muy lejano, pueda ser olímpico”. Por qué no soñar. En 2028, Lucas e Unai, con 24 y 21 años, en Brisbane. “Y que gane el mejor, que yo no me decido”. Deseo de entrenadora.

“Estuvimos a punto de no entendernos”

“Me vuelve loca”, respondía Rosa García en 2015 cuando se le preguntaba por Lucas Yáñez, que acababa de proclamarse campeón de España alevín en una temporada mágica para el Maxia. Cuando ahora se le recuerda, Rosa se ríe. Porque su pupilo pasó por una fase rebelde que él mismo reconoce. “Tampoco duró tanto, fue un año y pico. Estuvimos a punto de no entendernos y yo de rendirme”, confiesa la entrenadora, “pero precisamente porque le veía las cualidades que tiene, no quería hacerlo porque confiaba en que podía llegar”. Cuando Lucas creció, no solo lo hizo en centímetros. “Al final cedió, casi cedí yo antes”, dice entre risas, “y ahora está muy centrado, ha madurado... vamos, ya se notó que sus frutos dio”. Una conexión que se plasmó en el gran abrazo que el patinador le dio a su entrenadora al ganar el oro en el Mundial. “Esto era un sueño para mí y para ella y vivirlo juntos ha sido inolvidable”, reconoce Lucas.