“Paso todos los días por este parque y veo a todos los niños jugando al fútbol, fútbol, fútbol”, confiesa Zach Monaghan, que en el trayecto desde su casa al Palacio de los Deportes de Riazor para entrenar con el Leyma le coincide cruzar por la plaza de la Tolerancia. Cansado del monopolio del balón, y con el ejemplo de lo que ocurre en su país, Estados Unidos, donde al baloncesto se juega casi más en la calle —una modalidad conocida como streetball— que en los pabellones, fue a hablar con la concejal de Deportes Mónica Martínez para preguntarle si podía ir él a comprar una canasta para ponerla allí y que fuera una alternativa de juego para los niños. No sabía que ya había un proyecto sobre la mesa para construir allí una pista multideporte en la que el baloncesto iba a ser la estrella. Y el de Chicago lo tuvo claro: “¿Qué más puedo hacer yo?” Desde entonces colabora en el diseño e incluso pasa a supervisar las obras. “Seguro que están cansados de todas mis ideas”, se ríe. Su amor por el Leyma y A Coruña llega mucho más lejos que el deporte.

“Al contrario”, responde Mónica Martínez al comentario de Monaghan sobre que deben estar cansados de sus múltiples ideas, “porque aporta mucho y nos cuenta cómo es el deporte en la calle en Estados Unidos, tan importante”. Fundamental como un entretenimiento para los niños, pero también como promoción del deporte. “Aquí nos encantaría hacer eso, porque además suponen más oportunidades sobre todo para los adolescentes. Los pequeñitos aún tienen donde revolverse. Para los adolescentes tener estas canchas supone una herramienta para hacer deporte. Y encima si tenemos a gente implicadísima y con ganas de crear cantera de baloncesto, tenemos que aprovecharlo”, añade y adelanta que su inauguración, con sorpresa, está prevista para finales de noviembre. “Con gente como Mónica también ha sido muy fácil, de verdad”, devuelve la admiración el jugador naranja.

Porque precisamente cuando Zach Monaghan era pequeño pasó muchas horas en la calle, jugando con amigos y los chicos del barrio al típico rey de la pista. “Fue allí, viendo a mis hermanos y a otros, donde empezaron mis sueños”, recuerda. Creció admirando la habilidad de Greyson Boucher, conocido como El Profesor y uno de los principales referentes de streetball, un malabarista con la pelota. No se perdió un día de parque desde que su madre le llevó a ver un partido de los Harlem Globetrotters. “Al día siguiente ya estaba en la pista, con toda la equipación de colores. Esos recuerdos son imborrables. Y también fue la forma que tuve de descubrir el deporte, que me quitó de estar jugando a los videojuegos todo el rato. También lo hacía, un poco. El resto del tiempo iba a la pista para lanzar unos tiros con tranquilidad, charlas con los amigos... son las cosas que te quedan para siempre”, explica el base estadounidense. Y el clima no puede ser una excusa para jugar al aire libre. “Aquí solo llueve, no hay nieve como en Chicago. Para mí es perfecto”, aclara. “Bueno, también es la mala fama”, matiza Mónica Martínez, “porque los que vivimos aquí sabemos que en A Coruña no llueve tanto y que todos los días hay un rato de sol”. “Solo hay que esperar diez minutos y ya para y se puede volver a jugar”, dice mientras empiezan a caer unas gotas y bromea sobre la posibilidad de incluir en el diseño un techo retráctil. Otra de sus ideas.

Este proyecto enroca con el sentimiento de pertenencia a la ciudad de Zach Monaghan y su interés por llevar el baloncesto a cada rincón de la ciudad. “El Básquet Coruña lleva 25 años creciendo y esta también es una forma de potenciar que el baloncesto llegue a más gente”, opina el jugador. Mónica Martínez lo confirma: “El año pasado el Leyma generó una ilusión que hacía mucho tiempo que no veía en el baloncesto y que se mantiene este año. Esto también va a ayudar a que triunfe entre los chavales”. En la cabeza de Monaghan este es solo el primero de muchos otros: “ Tengo ganas de ayudar, de aportar a la comunidad. Por eso siempre me paro con los niños. Porque yo también fui uno de ellos. Una foto, un autógrafo. Lo que sea. ¿Qué es un minuto? Nunca sabes cuando vas a poder afectar en la vida de alguien, para bien y para mal”. Y qué niño se va a resistir a jugar al baloncesto”, indica la concejal de Deportes, si desde la pista de la plaza de la Tolerancia le está invitando a hacerlo alguien como Zach. “Para los coruñeses tiene que ser un orgullo que un jugador como él se sienta tan entregado a una ciudad, que se sienta parte de ella”, concluye.

“Un coruñés de Chicago y con morriña”

“Este verano estuve dos meses en A Coruña y solo me fui uno a Estados Unidos. Y mientras estaba allí... no sé, lo empecé a pasar mal. ¡Echaba de menos la tortilla!”, explica Zach Monaghan sobre como un nativo de Chicago empieza a desarrollar el sentimiento de morriña. Cuenta que, desde pequeño, se cambiaba mucho de casa con sus padres. Y que llegó a Europa con esa mentalidad, de cambiar de país cada año. “Por eso me tatué la torre de Hércules, para tener un recuerdo de cada sitio por el que pasaba”, reconoce. Pero finalmente no hizo falta dibujar sobre su piel nada más. “Aquí en A Coruña soy feliz y tengo el sentimiento de que he encontrado mi casa. Y eso me parece que es algo muy grande. Cuando estás bien en tu día a día es mucho más fácil levantarte por las mañanas y darlo todo, ya no solo en el entrenamiento”, dice.

Monaghan pasea cada día por la ciudad con su perro Novo, que se llama así en homenaje a un conocido establecimiento al que él llama “familia”. No se puede negar su conexión tanto con la ciudad como con la grada del Leyma. Es indudablemente el favorito, al que muchos incluso quieren dedicar una propia religión, la zacariana. “Soy un hooligan de A Coruña, tengo incluso la marca”, bromea mientras se señala el antebrazo derecho, donde se encuentra el tatuaje del faro milenario. “En serio. Mi camino ha sido en solitario, fui a Bélgica, a Bulgaria... y tuve mucho tiempo para pensar cuál es la vida que quiero. Y este año estoy con muchas ganas, sobre todo después del año pasado, de culminar ese sueño que es jugar en la ACB con el Leyma. Por eso no tengo miedo de esos tiros finales. No estoy aquí para engordar mis estadísticas personales”, reflexiona.

Jugador. Actor. Publicista. Se vistió de Leymita (aunque su corazón siga siendo de Leymito). Y ahora también ingeniero. Asiduo a los partidos de las categorías inferiores. Incluso a los del Liceo de hockey sobre patines, sus compañeros de pista en el Palacio de los Deportes de Riazor. Detalles que marcan la diferencia. “Busco oportunidades de hacer más cosas fuera de la pista. Dava Torres —capitán del Liceo— es un buen ejemplo. Si yo llego a ser la mitad de buen tío que él, seré el mejor tío que pueda llegar a ser”.