La Opinión de A Coruña

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Dani Moukoko da el primer golpe hacia su nueva vida

El 'cameruñés' debuta el sábado como profesional tras un viaje vital que le llevó a huir a pie de Camerún, después de un año andando llegar a Melilla, saltar la valla, malvivir en Madrid y dormir en la calle en A Coruña

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Dani Moukoko prepara su debut como boxeador profesional Casteleiro / RollerAgencia

Cuando se cruzan las puertas del Azteca Box, se multiplican los mensajes de humildad, compañerismo y deportividad por todas las paredes, en pósters, en carteles e incluso en una pintada que cubre de arriba a abajo uno de los fondos de la instalación. Fue lo que se encontró Dani Moukoko cuando entró por primera vez hace ya cuatro años. Luis Suárez, el alma del gimnasio coruñés, y Andrés Valeiro no tardaron en darse cuenta de que tenían entre manos un diamante. Pero los primeros combates no salieron como esperaban. Fue cuando descubrieron el secreto que les había estado ocultando. Dormía en la calle, comía lo que podía y el resto del tiempo lo pasaba vagando por la ciudad. En el corazón de un barrio de alma obrera como el Agra del Orzán, cada miembro de la comunidad sabe perfectamente la importancia de ayudarse los unos a los otros. Entre todos consiguieron pagarle una habitación y mejorar sus condiciones de vida. Tanto que ahora este camerunés de nacimiento pero de alma gallega —cameruñés— afronta la cuenta atrás para su debut el sábado en el Frontón de Riazor en el boxeo profesional en el peso súpermedio, de hasta 75 kilos. Lo hace con esa calma que da la felicidad de hacer lo que a uno le gusta. Pero también por primera vez sonriendo hacia el futuro.

Arriba, Noé Blanco, Dani Moukoko y Dani Orduña. Abajo, Andrés Valeiro y Luis Suárez. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Porque su historia la firmaría cualquiera de los mejores guionistas de cine. Siendo un niño de 16 años decidió abandonar Camerún. “Allí no tenía ninguna esperanza ni oportunidades. La vida no era fácil. Era pequeño, pero creí que la única salida era irme”, recuerda. No tenía dinero ni más medios que sus propios pies, así que durante un año cruzó andando media África, 50.000 kilómetros incluso atravesando países en guerra, hasta llegar a Melilla, la puerta hacia lo que él creía que sería una nueva vida. Porque cuando a la segunda logró saltar con éxito la valla —a la primera no lo consiguió y lo mandaron de vuelta a África— hacia ese futuro, las miserias no se habían acabado aún. “Aquí estaba mejor... pero era igual de difícil la vida”, reconoce. Pasó cuatro años malviviendo en Madrid en los que el descubrimiento del boxeo fue la única tabla a la que aferrarse. Y ya en A Coruña, con la intervención del Azteca Box, llegó su salvación definitiva. “Esta escuela es mi familia porque me acogieron como un hijo más”, dice y añade: “El boxeo me ayuda a no pensar. Cuando subo al ring simplemente soy feliz”.

En 25 años ha acumulado experiencias para toda una vida. Y ahora que le quedan pocas horas para su debut, en la velada del sábado en el Frontón de Riazor con el maliense Youssouf Koné como rival, no se deja inmutar por los nervios, por más que los periodistas, con sus micrófonos a los que todavía no está acostumbrado, alteren estos días sus rutinas, de una hora de entrenamiento por la mañana y tres por la tarde, de lunes a sábado, algún domingo también, pero sin saltarse ir a misa, eso es sagrado, una herencia que viajó con él desde su país —de hecho fue un cura, el párroco de San Juan de Ávila, el que le ofreció probar en el boxeo—. Moukoko sigue a lo suyo. Centrado en su trabajo. Nada de descansar. “Estamos trabajando mucho y afronto el combate con mucha calma y también con ánimos, porque todos me están apoyando mucho”, explica. Ayer ya estaba en el gimnasio desde primera hora, lanzando incansable los puños contra un rival imaginario primero, después desahogándose con el saco. Solo le interrumpen algunos de los que se acercan a comprar entradas, a los que atiende el mismo protagonista de la velada que ya cuenta con más de un 75% del aforo completado —la venta también se lleva a cabo en el Atkinson Barber Shop y en el pub Cazuza—. En cuanto llega su sparring, se sube al ring. “Quiero practicar un poco los saltos”, le dice a sus entrenadores. Y allí queda El Hombre Tranquilo, su nombre de batalla, en su escenario, donde sí que se mueve con soltura.

Y donde empieza a escribir su historia. Cualidades le sobran. Físicas y psicológicas. “Es un portento”, resume Luis Suárez. “Tiene unas cualidades innatas excelentes”, continúa, “con una mandíbula granítica y un cráneo muy resistentes, las pulsaciones muy bajas y muscularmente muy fuerte”. Además, ha mejorado mucho su técnica. “Cuando llegó era bastante tosco boxeando, las victorias las basaba sobre todo en la fuerza. Aquí le pulimos, el cambio es de 350 grados, porque de 360 significaría haber vuelto al mismo sitio”, explica el que es uno de sus entrenadores, que por encima de todo valora su carácter, humilde, trabajador y como dice su mote, tranquilo: “Es muy calmado, gestiona muy bien las emociones. Y sobre todo sube al ring y es feliz”. Su único peligro es no querer correr demasiado. “Tuvimos que calmarle porque cuando estás en esta situación de tensión, necesidad, supervivencia, quieres comerte el mundo en cuatro días. Y el deporte no funciona así, hay que ir poco a poco y los resultados no son inmediatos. Se trata sobre todo de que tenga un futuro”.

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