La Opinión de A Coruña

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Hockey sobre patines - La octava liga del Liceo

El hombre del apellido profético

Juan Copa es el gran arquitecto de un Liceo que desde su llegada ha ganado cuatro títulos en cinco años - El coruñés inicia ahora una nueva reconstrucción del equipo

Juan Copa, ayer, en la celebración del título de liga en el Palacio de los Deportes de Riazor. | // VÍCTOR ECHAVE

Hace semanas que, después de que se toma el café en su oficina del Sheraton, cualquiera puede ver a Juan Copa (A Coruña, 1970) a primera hora de la mañana por la Marina, con su estética de Robison Crusoe hípster y aislado del ruido por los cascos mientras va caminando hacia el Palacio de los Deportes de Riazor, su otra oficina, enfrascado en conversaciones telefónicas y braceando casi tanto como cuando protesta a los árbitros desde detrás de la valla en los partidos. Aún no había terminado esta temporada, que culminó el viernes con el título de liga, la octava de la historia del Liceo, y ya estaba planificando la siguiente. Porque su cabeza trabaja a varios meses vista para adelantarse a todos los escenarios e ir buscando soluciones de antemano. Solo así se puede explicar que no solo saque adelante sino que exprima al máximo de sus posibilidades a cada uno de sus proyectos. Nada es casualidad cuando el entrenador coruñés está detrás manejando los hilos. Todo está estudiado. Y su dedicación supera todos los límites. No tiene otra forma de entender ni el hockey sobre patines ni el banquillo que asumió hace ya cinco años en los que ha sumado cuatro títulos a la vitrina liceísta. Nunca un apellido fue tan profético.

Copa no esconde que este era el reto de su vida, la oportunidad que llevaba buscando desde que aparcó el sueño de su prometedora carrera deportiva, incluso de mucho antes, el de aquel niño que creció en el barrio de Monte Alto y para el que su misa de cada domingo era esperar al momento en el que sus vecinos, los Galmán, salían de casa para ir al Palacio: el padre, Fernando, era el mecánico del Liceo; el hijo Alberto, el portero suplente de José Luis Huelves. Su otro vecino, Pepe Guillín, el delegado, le dejaba entrar de vez en cuando en el vestuario de aquellos gigantes de los años 80 e incluso le apañaba unos guantes por aquí, unas rodilleras por allá, de lo que iban desechando las estrellas. Eso fue prendiendo la mecha por más que sus orígenes estuvieran en el Club del Mar, donde no se bajaba de los patines ni para jugar al bádminton, y que después eligiera el patio de Dominicos para hacerse mayor.

El técnico Juan Copa, durante el partido. | // LOF

Se quedó con lo mejor de cada casa. En la formación de San Amaro le dirigieron Tito Argüeso, José Ares y Chicho Rivero. En la Ciudad Vieja pasó por las manos de Diego Lazo, Carlos Vázquez y Carlos Gil —quién podría haber adivinado que décadas después sería su sucesor—. Y ya en la casa verdiblanca, debutó de la mano de Fernando Marcos, tomó la alternativa en el primer equipo de la de Carlos Figueroa para salvarlo del descenso en una situación extrema en las últimas nueve jornadas de liga 2005-06 —su hijo Jacobo casi nace en las gradas del Palacio, otra profecía— y trabajó codo con codo con José Querido. Fue una esponja de todos ellos y con su estilo propio fue dando sus primeros pasos en la base, acompañando a varias generaciones que después abanderaron los éxitos más recientes. Antes que la de David Torres y César Carballeira ya había estado con la de Josep Lamas, Chus Gende y Josama Alén; y la de Eduard Lamas y Toni Pérez después, con la que contra todo pronóstico ascendió a la OK Liga.

En Cerceda le llegó el momento de volar en solitario. Allí, con un presupuesto y unos objetivos más modestos, clasificó al equipo para la Copa del Rey y Europa. Su mayor éxito, sin embargo, fue reunir a toda una hornada de jugadores de la ciudad que nunca habían tenido la oportunidad de destacar en la máxima categoría, quitarles los complejos, contagiarles su carácter de mecha corta y peleón, y dotarles de una competitividad única que después les sirvió de trampolín. A él se le abrieron las puertas del Liceo. Pero ya como arquitecto principal. Los primeros años puso los cimientos y se quedó a las puertas de la gloria —tres finales de Copa seguidas, dos ligas competidas hasta el final—. En 2018 estrenó su palmarés con una Supercopa de España pero es en el último año cuando ha recogido el premio al trabajo con la Copa del Rey, otra Supercopa y ahora la liga para la que, además de los conceptos tácticos, técnicos y de la perfecta planificación de los esfuerzos para sobrellevar el desgaste de los viajes cada quince días, llevó a cabo una gestión impecable de un vestuario que por momentos fue una bomba. Ya puede sonreír el míster, que el trabajo ya está hecho. Y descansar en la Solana aunque sean unos pocos días. Después le tocará iniciar una nueva reconstrucción porque se van siete de los actuales diez jugadores de la plantilla —se quedan Torres, Carballeira y Álex Rodríguez—. Pero, ¿alguien a estas alturas puede tener alguna duda?

Un ‘staff’ escogido y con varias patas

Juan Copa no está solo en el banquillo del Liceo. Él dirige la orquesta, pero tiene otras batutas secundarias escogidas estratégicamente porque todas las piezas tienen que encajar. Su mano derecha es Antón Boedo, con quien ya compartió andanzas en Cerceda y con quien se entiende a la perfección porque es su contrapunto. Y esta temporada la izquierda la ejerció Marc Godayol, el preparador físico, en quien delegó una confianza absoluta. El staff lo completan el fisioterapeuta Christian Costoya, los delegados Antón Baldomir y Carlos López, los utilleros Fran Tato y Pilar Pouso y como médico, Mar Barcón. Un cuerpo de elite en el que cada uno tiene un papel definido para un equipo de leyenda.

David Torres, con la camiseta de ánimo a Fran Tato. LOF

Dedicatoria especial a Fran Tato

La plantilla del Liceo saltó el viernes a la pista en el Palau d’Esports de Reus con una camiseta blanca en la que se podía leer "Fuerza Franchu". La dedicatoria era para Fran Tato, el utillero del equipo, alguien que también ha sido una constante en el banquillo verdiblanco durante prácticamente las dos últimas décadas y que no pudo viajar con la expedición coruñesa. Tato tuvo que quedarse en la ciudad para someterse a una cirugía en la cadera. Seguro que desde el hospital mandó su fuerza y también sintió los ánimos de los pupilos de Juan Copa, a los que mima cada día y cada partido para que todo esté en su sitio en el Palacio de los Deportes de Riazor.

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