Hockey sobre patines

Insignia dorada para el padre Alejandro: corazón blanquinegro

El padre Alejandro, uno de los pilares de la historia de Dominicos, será reconocido el viernes por la Federación Española en su Gala anual que tendrá lugar en Madrid

El padre Alejandro, en el patio del colegio Dominicos. |  // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

El padre Alejandro, en el patio del colegio Dominicos. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA / María Varela

El padre Alejandro daba hace unos meses uno de sus paseos por la Ciudad Vieja, justo por delante de Dominicos, cuando se le acercó un exalumno. “A mí no me gustaba nada el deporte. Pero un día usted vino a nuestra clase y nos dijo que todos teníamos que practicar uno”, le recordó el niño ya convertido en hombre. “No me iba el hockey”, continuó, “por eso me apunté a balonmano”. Aquel encuentro casual terminó con un sincero agradecimiento: “Quería que supiera que fui muy feliz gracias a al deporte. Y eso se lo debo a usted”. El padre Alejandro lo recuerda con una sonrisa discreta entre la humildad y la satisfacción por el trabajo bien hecho. Fueron más de 40 años dedicados al fomento del deporte en el patio del colegio, en especial del hockey sobre patines. Desde que llegó en 1969 a la ciudad procedente de Salamanca hasta el 2012, que por edad se echó a un lado, aunque sin perder nunca de vista la bola. Este viernes disfrutará de otro reconocimiento cuando reciba en Madrid la insignia de oro en la Gala anual de la Federación Española de Patinaje.

El padre Alejandro, junto a la Copa del Rey de 1990.

El padre Alejandro, junto a la Copa del Rey de 1990. / Casteleiro/Roller Agencia

“Llega un poco tarde”, se queja, medio en broma. El ascensor ya le ha llevado hasta el octavo piso del edificio de la vida y tiene algunos achaques, pero nada le impedirá acudir a recoger su galardón. “Bienvenido sea que a uno le reconozcan el trabajo, siempre es pronto”, responde. Le acompañará el padre Quiza, otro pilar del centro, como también le hace de escudero en la entrevista y en un paseo por las instalaciones del centro. Pasan por la vitrina donde se lucen algunos de los mayores logros del club. El ultimo trofeo en llegar fue el del Campeonato de España juvenil levantado el año pasado. Pero el más importante sigue siendo la Copa del Rey de 1990, que reposa junto a un stick firmado por los protagonistas de aquella gesta.

Uno de ellos es Alejandro Avecilla, que cuando regresó a A Coruña para abrir su restaurante no dudó en llamar al padre Alejandro para que bendijera su aventura. A otro de los jugadores históricos que pasaron por la cantera se lo encuentran ambos religiosos cuando trasladan el paseo del interior al exterior del colegio. Recorren el patio, donde ya se están jugando partidos del fin de semana, y entre el público aparece Manolito Souto, que achucha al padre Alejandro emocionado, aunque lanza los brazos prácticamente al aire, porque él es alto y el cura, pequeño.

Manolito hace tiempo que dejó el diminutivo, de hecho aclara que se acaba de jubilar, pero para el padre Alejandro siempre será aquel niño que se quedaba con él hasta las once o doce de la noche en el patio, esperando a que su padre cerrara el bar que tenía al lado, y se convertía en su mano derecha, ayudándole a recoger todo el material que sus compañeros habían utilizado durante la jornada deportiva. “Ya sé que te dan un premio, más que merecido”, le dice. Porque el padre Alejandro siempre ha estado ahí, en el colegio, apoyando la actividad en aquello que hiciera falta. “Los fines de semana cogía la furgoneta el sábado por la mañana y la soltaba el domingo a la noche e iba llevando a los chicos al Club del Mar, a Santa María del Mar... porque además antes había que llevar los patines, la caja de herramientas, un montón de cosas...”, recuerda. “Lo mismo le ponía los patines a los niños que acompañaba a los directivos a donde hiciera falta, a los entrenadores, cogía la furgoneta... hacía de todo”, aporta el padre Quiza. “Y si no había partidos y la pista estaba libre, los sábados me traía a todos los pequeños, hacíamos equipos, a los que les poníamos nombres de animales, y organizábamos torneos. Los niños venían contentísimos”, añade el padre Alejandro.

El padre Alejandro, en la pista del colegio, con un stick.

El padre Alejandro, en la pista del colegio, con un stick. / Casteleiro/Roller Agencia

Su trabajo ya mereció el premio al mejor directivo de 1970 concedido por la delegación provincial de Educación y Deportes; el Diploma de Honor de la Federación Española de Patinaje en 1975; y en 1990 la Medalla de Honor de la Federación Gallega de Patinaje —además de la Placa al Mérito Deportivo de la Federación Española concedida al club—. Más de treinta años después, se vuelven a acordar de él. Es una prueba de la huella que ha dejado su carrera. Esta comenzó en Salamanca, cuando estudiaba Teología mientras jugaba al hockey. Al terminar, le destinaron a A Coruña, llegó a Dominicos y cogió las riendas del deporte. Era 1969. Él consiguió que la pista del colegio, conocida como La Catedral, fuera la primera con cubierta de la ciudad. “Fue un acuerdo con Fenosa. Ellos nos pidieron la pista para hacer una exposición y nosotros se la dejamos a cambio de cubrirla”, relata, “y una vez cubierta ya fue mucho más fácil de convencer a la comunidad”. Después empezaron a llegar los éxitos deportivos, el primero en 1975, el último en 2022, acompañados por una leyenda del carácter aguerrido y de compañerismo que forjaba aquel patio del Dominicos.

Sería imposible calcular la cantidad de alumnos que practicaron deporte con él. Si se juntaran todos no entrarían ni siquiera en la pista. “Merece la pena ser entrenador. Merece la pena trabajar con los niños porque te dan más ellos de los que tú les das. Y ellos tenían una ilusión tremenda por el hockey, a los padres les valía para todo, para que sacaran buenas notas o se comieran las verduras. No sé qué tenía el hockey que les provocaba unas alegrías a los niños que hacía que todo mereciera la pena”, resume. Aunque algunos, los que decidían cambiarse al Liceo, le dieran pequeños disgustos. “Bueno, costaba aceptar eso ¿eh?”, confiesa pero también señala que no había que llevar aquella rivalidad deportiva a los extremos: “Hay a los que había que frenar porque incluso no querían que se viera el color verde en el patio”. Aquellos derbis son parte de una de las historias de oro del hockey sobre patines y los de la Ciudad Vieja celebraron la gloria en 1990 cuando ganaron la Copa del Rey. Principio y final. Porque a partir de ese momento el club se dio cuenta de que el proyecto a nivel profesional era inviable. Y volvieron a su esencia. El cuidado de la cantera. Lo que siempre había predicado el padre Alejandro.

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