El azul es un color predominante en A Coruña, ciudad cuya lengua de tierra es besada por el mar por todas partes excepto por una, caprichos de que la urbe sea una península. Pero ahora el color ha llegado a tierra con pretensiones de quedarse. Fundido con el blanco, se convierte en el blanquiazul que engalana desde hace varios días muchas de las calles de la ciudad.

Se respira el ambiente de las grandes citas, aunque la fiesta se tenga que contener hasta que finalice el encuentro. A Coruña está adornada y preparada para una celebración que borre la decepción y las lágrimas de hace algo más de un año, cuando toda una ciudad lloraba el descenso a Segunda División del Deportivo.

Las mismas postales que quedaron en el imaginario colectivo de los días previos al choque ante el Valencia regresan ahora a la memoria, aunque ni por asomo se asemejan los motivos para ahornar. Las calles son adornadas por los propios vecinos, que cuelgan banderas, las ventanas cuentan con nuevas cortinas que aportan un toque de color a los grises edificios, los autobuses vuelven a llevar un distintivo deportivista, las pescantinas de la Plaza de Lugo lucen orgullosas sus colores mientras despachan sus productos, las bufandas regresan a los cuellos pese al calor y las camisetas pasean por la ciudad de la mano de los seguidores que las portan.

El jugador número doce, la afición distinguida como la mejor, la que nunca se rinde, no empieza en el estadio, sino en las calles. La ciudad respira, al igual que toda la temporada, con el equipo. Muchos no han podido conseguir la entrada para el partido de hoy, pero el ánimo de los hinchas va más allá de las gradas de Riazor. Está en cada rincón de la urbe herculina.

Si el aire tuviese color, sería blanquiazul. Los coruñeses ya cuentan las horas, tras un curso en el que la comunión entre futbolistas y grada ha sido total. El estadio ha presentado en todos los encuentros ligueros una gran entrada que ha contribuido a que el feudo coruñés sea inexpugnable para sus rivales.

Hoy es un día grande y los seguidores del Deportivo lo saben. Pese a que no se permitan celebraciones previas en los aledaños del estadio, el día será diferente. Con su propia banda sonora, con la visita de las hormigoneras, los cánticos habituales, si el tiempo acompaña, la espera en las terrazas cercanas al estadio... No será una jornada más.

El mar, pegado a Riazor, tendrá que competir hoy con las olas blanquiazules, las mismas que hace poco más de un año acunaban a un Dépor herido, y que quieren ahora que el conjunto de José Luis Oltra surfee sobre ellas hacia Primera.