Difícilmente se encontrará el Deportivo en una situación como la de ayer, con un rival a su merced y apoyado sobre un juego que se tradujo en ocasiones de gol. Y difícilmente volverá a encontrarse a sí mismo con un resultado en contra habiendo disputado por momentos sus mejores minutos en lo que va de campeonato. Lo ocurrido ayer en la primera mitad del encuentro ante el Betis, sin embargo, es consecuencia de las propias debilidades blanquiazules, de un equipo hábil con la pelota y hechuras de conjunto atractivo pero con una tendencia desesperante al suicidio a través de los errores individuales.

Son situaciones de las que se ven a decenas en cada partido de Primera División y que la mayoría de las ocasiones quedan corregidas por el desempeño colectivo. En el Deportivo eso no ocurre. De manera lastimosa sucumbe a sus fallos y alimenta a los rivales, a veces tan avasallados e indolentes como el Betis ayer en Riazor.

Porque poco más se le podría haber exigido ayer a los blanquiazules hasta la llegada del tanto de Rubén Castro. Poco más salvo el gol. A los de Oltra se le reconoció desde el inicio el ansia de lograr un buen resultado. Recuperaron lejos de su portería, combinaron y apareció Valerón para darle al significado al juego.

Así llegaron las ocasiones, tantas que desde la grada se respiraba la seguridad de que en la siguiente aproximación por el área bética llegaría el primer gol para los deportivistas. Ayudaba la colaboración de un portero rival y una defensa por entonces perdidos y sin apenas entendimiento.

La incredulidad, sin embargo, se fue adueñando de los seguidores cuando asistieron al fallo de Riki solo ante Adrián después de un rebote en el área bética. De entre todas las posibilidades, el madrileño envió el balón al cuerpo del guardameta.

Sería la primera de una sucesión de acciones con resultado inesperado, pero el Deportivo todavía controlaba por entonces el partido y seguía acorralando a un Betis que, no se sabe si por inercia o intencionadamente, a cada minuto reculaba más sobre su área. Sucede que el andaluz es un equipo tan imprevisible como traicionero. Después de que Valerón estrellara un balón en el larguero para culminar una sucesión de oportunidades blanquiazules la sorpresa sobrevolaría de nuevo Riazor con el primer tanto de Rubén Castro.

Fue una jugada en apariencia inocente a la que Roderick se encargó de añadir peligro. Un centro al segundo palo a la cabeza del muchas veces pero nunca definitivamente delantero blanquiazul con ventaja para el central que terminó en gol después de que el portugués no saltara a por el balón.

Un ejemplo más de los errores que han lastrado a un equipo que necesita muy poco para que le hagan daño. Para hacerlo necesita menos, pero sus debilidades continúan siendo más decisivas que sus fortalezas. Y la tendencia a partirse por la mitad ya se antoja incorregible.

Ahí es sin embargo donde parece disfrutar más el equipo de Oltra. El segundo tanto de Rubén Castro nada más comenzar la segunda mitad colocó a los blanquiazules en esa posición desesperada en la que parecen divertirse.

Nadie lo diría viendo la primera hora del partido de ayer, pero sobre el alambre es como el Deportivo ha obtenido sus mejores resultados. Regala emociones a raudales a través de unos ejercicios futbolísticos entretenidísimos, pero a la vez muy arriesgados. Además, en ese escenario es donde se pierde Valerón.

El canario desaparece en el ritmo frenético que adquiere el equipo empujado por jugadores como Bruno, Pizzi y Riki cuando tocan a zafarrancho. Así llegó el primero de los tantos del madrileño, tan solo un minuto después del segundo del Betis, el que acercó una remontada que para entonces parecía impensable. En Riazor ya flotaba un sentimiento de desolada resignación después de disfrutar con el juego del equipo en la primera media hora, ver a Valerón estrellar un balón en el larguero y comprobar sorprendidos que se marchaba con dos goles de desventaja en el marcador que Riki se encargó de transformar en esperanza.

Después de recortar distancias no tardaría en empatar y colocar el miedo en el cuerpo a un Betis por entonces aturdido. La urgencia por ganar se tradujo en un cambio de Bodipo por Roderick que terminó por descomponer a los blanquiazules, vulnerables en cada contra. En uno de ellos, Campbell colocó un disparo imposible que penalizó el riesgo deportivista. "A veces un punto es bueno", recordó Lendoiro.