El domingo fue el último en salir al terreno de juego. Cerraba la hilera de los once futbolistas que formaron la alineación inicial para enfrentarse al Valencia. Quizás sea uno de los ritos que sigue Lucas antes de cada partido como otros tantos futbolistas. Desde luego su intención no era esconderse, como posteriormente demostró sobre el césped. Tenía ganas de estrenarse en partido oficial con la camiseta de su equipo de siempre y nada mejor que hacerlo ante un adversario especial como el de Mestalla. "Es uno de esos rivales contra los que siempre apetece jugar" a cualquier coruñés, porque "hay cosas que nunca se olvidan", había asegurado en su página web oficial. Estreno, Valencia y hacerlo ante su gente fueron ingredientes más que suficientes para que ofreciese parte de lo que puede dar, porque físicamente está para mucho más, aunque demostró lo que es jugar con sentimiento. "Se puede soñar con un debut en el equipo de tu vida y nunca llegar a ser tan bonito como lo que viví hoy. Increíble!", publicó en Twitter tras el partido.

Lucas marcó un gol, el segundo, y explotó, pero no de la forma que se esperaba. Se fue andando pausadamente hacia Pabellón Inferior para fundirse con los seguidores de aquella grada después de pegarle una patada a una de las vallas de publicidad. "Había mucha rabia porque he luchado mucho estos años por lograr mi sueño", declaró en la sala de prensa. Muchos años fuera de casa, de donde se marchó casi en edad cadete. Vitoria, Madrid, Ucrania, Grecia, con vueltas a casa intercaladas para jugar en el Montañeros, Órdenes y Arteixo antes de que se le abriese la puerta del fútbol de elite en el Karpaty de Ucrania. Miles de kilómetros recorridos para vestir la camiseta de numerosos equipos, pero le faltaba lucir la blanquiazul, la que siempre quiso llevar en un campo de fútbol. Lo recordó también en su cuenta de Twitter: "Escuchar mi nombre coreado en Riazor, donde mi familia me llevó desde bien pequeño, es un momento que guardo para toda mi vida. Gracias".

Creció en la calle, entre su Monelos natal y el Barrio de las Flores, y su fútbol representa un modelo que parecía perdido hace años con el desarrollo de las escuelas. Incluso Lucas realizó parte de su formación en una de ellas, la del Victoria, pero allí nunca quisieron coartar sus virtudes naturales. Son esas que siempre le confirieron un gran potencial para ser futbolista y ahora para ser ese icono del que está huérfano el deportivismo desde hace casi una década. Lucas está llamado a ocupar el lugar de otros grandes que lucieron la camiseta blanquiazul, como José Luis Vara y Fran, aunque ellos la vistieron desde muy pronto. El de Monelos, sin embargo, tuvo que esperar a hacerlo con 26 años. Y en gran parte por su empeño en hacerlo y por la complicidad que obtuvo en el Paok de Salónica, equipo al que pertenece.

Tras el gol besó el escudo de la camiseta; lo señaló con el dedo, gestos dirigidos claramente a la grada, a la de Pabellón Inferior, la zona a la que acudía acompañado de sus familiares, en el recuerdo siempre están su abuelos, cuando era uno más entre los aficionados blanquiazules. A los seguidores también se dirigió cuando llegó el primer gol. Primero se lanzó sobre sus compañeros con una alegría desbordada; después levantó los brazos para pedir a toda la parroquia que no cesase en su apoyo. Se comportó como lo que ya representa para una gran parte del deportivismo, como un símbolo, el icono que falta desde hace casi diez años.