Condenado a sufrir
El Dépor se ahoga en su incapacidad, el silencio de Riazor, sus miedos y en las escasas soluciones aportadas por Víctor
Carlos Miranda
El Dépor lo va a pasar mal, muy mal. Ya lo hace y el panorama no va a cambiar. Así, no. No puede, le consumen los nervios, no le deja ni ayuda Víctor y el que ha sido el corazón de su grada le ignora y le da la espalda en un día clave para la permanencia, para su subsistencia. Mal panorama para un equipo que lo intentó con toda su humanidad. Casi gana, le faltó nada para perder y por milímetros se jugará la salvación. Al tiempo.
Ya hace falta poco para desestabilizar a este equipo y dos jugadas hilvanadas del Espanyol y el silencio intencionado de Riazor le hicieron dar dos pasos atrás desde los primeros minutos, ahondar en sus dudas. Su salida ya no había sido muy exuberante. Y eso que el panorama parecía idílico. Sus rivales habían fallado, llegaba el tramo agradecido de la temporada y el Espanyol es superior, pero se mueve en la tierra de la ausencia de objetivos. Territorio abonado. Eso decía la teoría. La práctica...
Pero si hay algo en lo que es especialista últimamente el deportivismo es en engrosar la lista de sus propios problemas. No tiene pocos y busca más. El equipo lo intentaba y le ponía corazón, pero se ahogaba en el silencio de Riazor, en sus miedos y en su propia incapacidad. No tenía una idea ni se las suelen facilitar. Quien dominaba el duelo sin tener la pelota era su rival. La hacía suya cuando quería y por momentos era dañiño. A su antojo. Aún así, salvo el gol anulado, tampoco hubo grandes ocasiones para ningún de los dos contendientes. Era el triste consuelo. El equipo perico no le perdía la cara, pero tampoco se le veía con intención de hacer sangre. De hecho, la ocasión legal más clara fue de Cavaleiro. El hombres de Víctor agradecieron el descanso, les comían las dudas y parecía que pronto lo haría el Espanyol.
Y cuando el Dépor duda y tiene miedo, no domina los partidos, solo es capaz de tomarlos por asalto. Así lo hizo al principio de la segunda parte. Se presentó más amenazante, con más empuje, pero también vulnerable. Se sucedían los intentos, escaseaba la claridad. Pronto Víctor y Sergio vieron claro qué había que mover fichas, que estos protagonistas no iban a decidirlo. Stuani y Salomao, el olvidado, fueron llamados a filas. Riazor se marchitaba y la entrada del luso fue como volver a la vida. Conecta con la grada, sus descargas futbolísticas eran lo que necesitaba el ambiente y su equipo. Es más lo que crea que lo que hace y su aportación crece por comparación con Fariña. Al argentino siempre se le espera, casi nunca está. Se volvió a ir entre la indiferencia. La peor condena. Por lo menos, su adiós valió para que el Dépor y Riazor despertasen de su letargo.
Dos arrancadas del portugués indicaron el inicio de la acometida. Oriol falló una ocasión clamorosa, Cavaleiro tuvo una más fácil aún. Lucas, entre desesperado y activo, quería desnivelar el duelo mientras buscaba apoyos en la izquierda, en Salomão. Este panorama le hacía sufrir al Espanyol, que por primera vez en todo el partido se aculaba. Fue entonces cuando Víctor Fernández quiso darle una vuelta de tuerca más al duelo. Y en vez de apretar al rival, sacó de rosca a su equipo. Álex, que acababa de mandarle un soberbio pase a Ivan, dejó su sitio a Juan Domínguez. Tocó lo que funcionaba. Su salida y la entrada de Mattioni hicieron que el Dépor se descolocase y perdiese el centro del campo. Mal Víctor. Los últimos minutos fueron un calvario y hay que agradecer el empate.
El balón al palo de Javi López en una jugada de billar que parece increíble que no haya embocado, aún bombea el corazón de cualquier deportivistas. Fabricio volvió de nuevo a multiplicarse en unos últimos minutos a la deriva del Dépor con un culpable directo: Víctor Fernández Braulio. Nunca se sabe lo que habría pasado, pero él frenó la reacción. Ya solo quedaba pedir la hora. Hoy por el partido, en unos meses por la salvación.
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