Tendrá que ser en el Camp Nou donde el Deportivo certifique la permanencia. Difícil escenario para puntuar por mucho que el Barça ya sea campeón. La felicidad en Riazor fue incompleta por los resultados de los rivales directos. Por lo menos, el equipo coruñés hizo sus deberes y llega vivo a la última jornada gracias a su vital triunfo frente al Levante, merecido de principio a fin. Los blanquiazules pusieron todo de su parte y a hombros de la afición sacaron el encuentro adelante. Lopo volvió a ver puerta para abrir el camino de una victoria que Juanfran redondeó en la recta final con un auténtico golazo.

No era un partido más. Era el partido. Imposible para los futbolistas abstraerse del ambiente, de todas esas emociones compartidas por los miles de deportivistas que llenaron Riazor. Por ellos tenían que ganar. Sí o sí. Con corazón, pero también con cabeza. La victoria era el único camino posible para agarrarse a Primera. Lo sabían los jugadores, rebosantes de intensidad y ganas desde el pitido inicial. Les costó saber controlar tanta energía ante un Levante bien plantado que salió a hacer el partido que más le interesaba, el de contener y buscar la contra. Un empate le bastaba para garantizar la salvación, que acabaría celebrando igualmente pese a la derrota. Las cuentas del Dépor, en cambio, pasaban única y exclusivamente por amarrar los tres puntos.

Lucas Alcaraz no sorprendió a nadie y plantó cinco hombres atrás. Un muro difícil de superar, especialmente para equipos tan nublados en ataque como el coruñés. Tenía que ser valiente y cargar con todo, no le quedaba otra, pero al mismo tiempo estaba obligado a mantener el rigor táctico y no perder nunca la concentración. Las locuras, si es que había que hacerlas, llegarían con el partido más avanzado, no desde el inicio. Por eso el Dépor salió al campo como se preveía, a dominar y buscar el gol de forma descarada, pero sin desarmarse atrás. Nadie se descuidó en las ayudas, ni siquiera Diogo Salomão, la única novedad en la alineación con respecto al once de San Mamés.

El portugués fue de los más activos en el arranque. Menos de tres minutos tardó en conectar su primer centro peligroso. Encontró la cabeza de Oriol Riera, pero el testarazo del catalán se perdió por encima de la portería de Mariño. Era una cita especial para Salomão, dispuesto a aprovechar su primer partido como titular para recuperar tantos meses en blanco por culpa de las lesiones. Especial para el portugués, pero no tanto como para Manuel Pablo. Podía ser su último partido en Riazor tras 17 temporadas de blanquiazul, pero no aguantó ni diez minutos en el campo. Se lesionó, tuvo que pedir el cambio y Víctor recompuso el equipo retrasando a Luisinho al lateral y apostando por Juan Domínguez para la banda izquierda.

Poco intervino el naronés, demasiado incómodo pegado a la línea de cal. No solo a él le costó entrar en juego. Todo el Dépor sufrió para superar a la poblada y ordenada defensa granota. Le faltó más amplitud y velocidad con balón para generar ocasiones claras. El Levante se sentía cómodo pese al empuje coruñés y no le importó regalarle el balón. Ese era su plan, esperar y dejar pasar el tiempo. Con lo que no contaba era con que le iba a durar solo 21 minutos. Lo destrozó el gol de Lopo, de nuevo el héroe blanquiazul, como la semana anterior en San Mamés. El 1-0 llegó a balón parado. Lucas colgó una falta lateral y el central remató con toda la fe del mundo, la suya, la de sus compañeros y la de los miles deportivistas que llenaban las gradas.

Un escenario nuevo para los dos, pero con obligaciones diferentes. Para el Levante, suponía salir de la cueva y tener que dar un paso al frente; y para el Dépor, jugar más que nunca con cabeza. Se trataba de mantener la ventaja por encima de todo, pero sin renunciar a un segundo gol para dejar finiquitado el partido. Lo buscaron sobre todo Salomão, Lucas, Oriol Riera e incluso Celso Borges, que intentó una chilena cuando el delantero catalán se disponía a cabecear un buen centro del luso desde la derecha.

Poco a poco el Deportivo fue cediendo terreno ante un Levante con serios problemas para construir fútbol cuando de lo que se trata no es solo de robar y correr. Sufre mucho con balón. Lo demostró en el tramo final de la primera parte, sin apenas llegar al área pese a que el Dépor cedió de forma clara la iniciativa. No solo no generó ocasiones el Levante, sino que la mejor en la recta final del primer acto fue en la portería de Mariño, tras una buena triangulación entre Luisinho, Álex y Salomão. Daba igual que los resultados de los rivales directos no acompañaran demasiado. El Deportivo tenía que estar pendiente única y exclusivamente de su partido, de ganar al Levante. Todas sus cuentas pasaban por sumar esos tres puntos, independientemente de lo que hicieran el resto de equipos implicados en la lucha por evitar el descenso.

Los nervios y la ansiedad de la primera parte se multiplicaron en la segunda, con muchas imprecisiones y algunos futbolistas, como Juan Domínguez, perdidos. Un zapatazo de Salomão rechazado involuntariamente por Oriol Riera fue la mejor aproximación coruñesa en el arranque de la segunda mitad. Fabricio seguía siendo un espectador más. Tardó 63 minutos en hacer su primera parada para blocar sin apuros un lanzamiento lejanísimo de Víctor Casadesús. La mínima desventaja le daba vida al Levante, que siguió al tran-tran, como queriendo que el empate llegara por inercia. El Dépor, en cambio, defendió con rigor pero siguió atacando con nervio. Juan Domínguez y Lucas acariciaron el gol poco antes de que Juanfran, ayer suplente, reclamara su cuota de protagonismo con un soberbio golazo con la zurda. Directo a la escuadra. Imposible para Mariño. Quedaban diez minutos por delante para que los aficionados disfrutaran y de paso empezaran a sacar la calculadora. Hará falta. El Dépor no está salvado. Seguramente necesitará arañar al menos un punto en el Camp Nou. Pero por lo menos late, que ya es bastante.