Una temporada atípica no podía deparar un salvación normal. Un día fue Vicente y durante décadas muchos deportivistas le contarán a sus nietos que ellos estuvieron en el Camp Nou o que no se despegaron de la televisión mientras Lucas y Salomão daban forma al mayor de los milagros. El segundo tanto de Messi parecía el último de los clavos a la tumba blanquiazul pero no. Había vida. Dos goles que hacen justicia a ese deportivismo que ha sabido aguantar carros y carretas, que supo ponerle la cara a dos descensos, a más de un desplante y a una temporada infame en muchos aspectos. Se lo merecen. Ojalá este gol sea el principio de una época de gloria o, al menos, de tranquilidad como aquel tanto de Vicente o el sufrimiento en la promoción ante el Betis plasmado en la imagen histórica del abrazo de Arsenio y Martín Lasarte.

Los primeros minutos respondieron a un guión diseñado por el peor de los enemigos. El Dépor caía en esa trampa que se hace todas las semanas, la de ofrecer una contra en sus saques de esquina, y Messi adelantaba al Barça mientras el Eibar resolvía su partido en diez minutos y el Almería se adelantaba ante el Valencia. Una catarata de desgracias que no parecía tener fin. Los culés no querían hacer sangre, pero estaban tan cómodos... Cuestión de tiempo que cayese el segundo, pero no fue así. Un fuera de juego dudoso, un par de milagros de Fabricio, ese puntito de hambre que le faltaba a los blaugranas permitieron al Dépor permanencer en el partido. No salía de su área ni era capaz de retener la pelota. Buena presión local y pocos futbolistas por delante, así era imposible. Se centraba en montar un dique en torno a su portería e ir asimilando los vaivenes de goles en otros campos, sobre todo en Almería. Pasó muchos minutos como penúltimo y estuvo a punto de salirse del partido. Resistió y hasta pudo empatar en la última jugada de la primera parte. Lucas creó un jugada de la nada que casi remacha Cavaleiro. Hubiera sido injusto. El mayor de los premios era seguir vivos y a un gol de la permanencia.

La segunda parte es inenarrable. De los tímidos pasos del Dépor al mazazo del 2-0 cuando parecía estirarse. Messi lo hizo, a pesar de que el Barcelona poco daño quería hacer. El deportivismo veía entonces como a su equipo le echaban varias sacos de arenas encima. Y Lucas, al que más le podía desgarrar, le pegó con el alma para incrustarla en la escuadra. Muchos se frotaban los ojos pero no había tiempo que perder. De repente, lo imposible era posible mientras se multiplicaban los rezos para no llevarse la enésima desilusión. Llegó una falta, varios rebotes y la volea de Salomão, casi un hijo adoptivo al que hubo quien lo tuvo defenestrado. El 2-2 y la salvación eran una realidad. Lo tantas veces soñado era palpado. Unas palabras de Lopo al oído de Xavi, el seny catalán y el buen repliegue hicieron el resto. El Dépor sigue en Primera. Cuánto sufrimiento.