La rutina apunta al tedio, pero algunas veces es una dulce condena. El Dépor se ha acostumbrado a ganar. Era el primer triunfo en Riazor esta temporada pero ya van dos fuera y hay sensaciones que se explican más allá de los resultados. Se llama solvencia. Lo que antes era un suplicio, ahora es una consecuencia lógica y, dependiendo de las circunstancias, se puede convertir en una goleada. La sufrió el Espanyol que fue un títere en manos de un equipo que esta semana vivirá instalado en zona europea. Se ha fichado de vicio, hay entrenador, mucha calidad y una buena mezcla futbolística y personal. Y un jugador que obedece al nombre de Lucas, que ahora mismo no tiene techo.

Víctor le dio una vuelta más a la tuerca de sus rotaciones. Oriol pasaba de estar inédito a la titularidad, Juanfran regresaba al lateral y Lopo al once. Nada altera a este Dépor. Su arranque demuestra que, por ahora, su seguridad está por encima de los nombres, aunque hay algunos omnipresentes. El técnico hizo cambios y había pedido un esfuerzo para no repetir la siesta de hace una semana. El ritmo no fue mucho mayor, las vigilancias sí que cambiaron. Intentó adueñarse del balón y sobre todo se metió el duelo en el bolsillo con la colaboración del Espanyol. Fayçal tiene mucho que ver en ese primer tanto, de Álvaro en propia meta. Su lanzamiento tenso a donde hace daño fue medio gol. Una acción decisiva que plasmaba la superioridad y hacía patente esa suficiencia con la que juega el equipo desde que empezó la Liga.

Al Espanyol no le quedó más remedio que intentarlo. El Dépor no renunciaba al segundo, pero tampoco le hacía ascos a jugar con espacios. Y con metros por delante fue cuando Lucas vio la autopista del segundo tanto. Peleó, salió disparado y encontró a su socio Luis Alberto, el asistente. Como si llevasen jugando toda la vida juntos, el gaditano templó, el coruñés corrió y de repente toda era simple. Pau López y todo el estadio conocían el resultado de esa acción. Gol, 2-0 y solo media hora de juego. Una tranquilidad ya olvidada en Riazor. Y con un líder, Lucas, a la altura de los mejores.

El Espanyol se desperezó. Tampoco aumentó mucho el ritmo, pero sí le sacó brillo a esa calidad innegable que atesoran algunos de sus futbolistas. Asensio era la referencia. Él tuvo un remate ante Lux, él guiaba todos los ataques y solo le faltó ser el protagonista del balón al palo, pero esa acción fue mérito de Diop, luego expulsado y lesionado. El meta del Dépor estaba vencido. No hubo nada que lamentar, hoy las hadas y el fútbol estaban con los de casa, nada iba a estropear la fiesta. El 2-0 no se movió hasta el descanso, Riazor lo paladeaba.

El segundo acto se presentaba como un ejercicio de resistencia blanquiazul mezclado con algún intento para cerrar el duelo. En un minuto le prendieron fuego al guión. De nuevo Lucas. Él fue el que sembró la duda en el inicio de la jugada, el que estuvo listo para que no le cegase el balón y para acompañar la acción hasta el final. Acabó empujando a la red el servicio de Borges. 3-0.

Riazor se dispuso por fin a desinhibirse. Cántico tras cántico. Ya empieza a coger confianza, a soltarse, aunque las alegrías hasta hoy hubiesen llegado por la radio o a través de un televisor. Primera victoria en casa. Pero por encima de eso, el Dépor tiene un equipo, un líder y una camada de futbolistas más que prometedora. Un grupo que está al nivel de su historia. Será mejor o peor, tendrá altibajos, pero tiene calidad y se comporta como un bloque. La diferencia se hace más patente si se atiende a la trayectoria reciente.

Los últimos minutos sirvieron para que a Oriol Riera se le hiciese aún la portería más pequeña, para que los blanquiazules se gustasen y para que los pericos lo intentasen por decencia. Tampoco era momento para jugar, aunque hubiese futbolistas sobre el césped. Era para detenerse, para que la grada respirase, echase la vista atrás y retuviese dentro de sí esa alegría serena de ver al Dépor que se presentaba ante sus ojos. Que lo disfruten.