Accidentes como el de ayer son los que tienen que servir para que la afición aprenda a no exhibir excesiva euforia en las victorias, ni tampoco hundirse ante cualquier derrota.

Es cierto que en el fútbol profesional no se puede vivir ni opinar dejando el resultado al margen, pero hay demasiada insistencia a la hora de vender una verdad a medias, destacando solo las cuatro derrotas de la primera vuelta, sin pensar en los nueve empates conseguidos, que siempre pueden inclinar la balanza de un lado u otro pueden intoxicar excesivamente y confundir la opinión popular.

Si se destacaron los buenos partidos con rivales como Barça, Atleti, Athletic o Villarreal, ayer, después de que el Mirandés nos haya puesto colorados, por el resultado y sobre todo por el juego es un buen momento para la reflexión.

El equipo se ha sostenido en una columna vertebral formada por el portero Lux, la pareja de centrales Sidney y Arribas, Mosquera en el medio y en una primera parte de competición impecable, un Lucas Pérez trabajador, letal y efectivo redondeando en la clasificación una excelente primera vuelta, pero que no puede esconder algún que otro matiz.

Además la profundidad que da el fondo de armario del Dépor, hace una plantilla competitiva que le da un plus de exigencia a los que juegan y que debe resultar definitiva.

La temporada es muy larga pero la concentración para ejecutar con criterio todos los planteamientos tácticos y por encima de todo la intensidad acompañada de la máxima precisión a la hora de manifestar las acciones ofensivas y defensivas no se pueden perder nunca.

Hay que tener muy presente que el único objetivo es salvar la categoría, como se han encargado de repetir entrenador y futbolistas. Se parte para esta segunda vuelta en una posición de cierto privilegio y este revolcón debe de servir para poner las orejas tiesas y tener claro que cualquiera, si te relajas, te pinta la cara.

Trato de escapar de cualquier tremendismo, pero es un aviso importante a navegantes.