Llegaba moribundo el Barcelona a Riazor en la pelea por la Liga y se marcha resucitado después de abusar de un Deportivo que pagó los platos rotos azulgranas de las últimas semanas con una goleada que deja pendiente la permanencia y traslada la descomposición a un conjunto blanquiazul que no aprovechó las pocas ocasiones que tuvo y acabó machacado, roto y desesperado ante un rival que no hizo amago de apiadarse en ningún momento.

Sorprendió Víctor renunciando a los zurdos y recuperando un centro del campo con tres jugadores que había sido una de sus apuestas más cuestionadas de la temporada. Con Juanfran en el lateral izquierdo, Laure en el derecho y Cani por delante de Álex, Borges y Mosquera, el Deportivo se entregó a un plan no muy diferente al que empleó en la primera vuelta en el Camp Nou. Ayer, sin embargo, no fueron siete los jugadores dedicados a proteger el área de los ataques azulgranas, sino ocho. Cani se incrustó en una de las líneas de cuatro con las que el técnico deportivista se tapó de la previsible andanada inicial del Barcelona y únicamente Lucas y Oriol quedaron liberados de las tareas defensivas a la espera de algún contragolpe.

El plan quedó de manifiesto desde el comienzo: mientras el conjunto azulgrana amasaba la pelota, el Deportivo se resguardaba. La estrategia era esperar. Esperar a que pudiesen aflorar los nervios del equipo de Luis Enrique en la búsqueda de un gol que encarrilase una victoria que se le resistía desde hace tres jornadas. Esperar a que apareciesen los errores en un equipo que comparecía en Riazor con la Liga en juego después de dilapidar una ventaja que se daba por definitiva hace apenas un mes. Esperar, en definitiva, a que el Barcelona se desesperase.

Quizá en las previsiones más optimistas de Víctor estuviera que el Barcelona se consumiera a sí mismo y terminara por bloquearse ante una presión que lleva soportando desde hace semanas y en cierto modo sí pudo verse a un equipo azulgrana más frágil de lo habitual y con menos alternativas de las que acostumbraba. En cualquier caso, eran demasiadas hipótesis las que tenían que cumplirse y el Barça no tardó en aliviarse con un primer tanto de Suárez cuando apenas se habían superado los diez minutos.

Antes había avisado el uruguayo después de una combinación entre Alves y Messi que acabó con un disparo al lateral de la portería. Siguió un remate lejano de Oriol y otra llegada al área azulgrana que desembocó en un córner. De ahí partió el primero, después de que Suárez se quitase de encima a Sidnei de una manera muy alejada de la que permite el reglamento. El árbitro lo consintió y el Barcelona respiró. O eso al menos era lo que esperaba.

Ocurrió lo contrario porque el Deportivo se liberó de las precauciones iniciales y consiguió inclinar el campo hacia la portería de Bravo aprovechando los desajustes de una Barcelona que ni mucho menos está en un momento como el que atravesaba hace un mes. Deja más espacios, no está igual de coordinado y algunas de sus estrellas se desentienden de manera alarmante de tareas defensivas. Lo vio el Deportivo, que logró combinar con la intervención de Cani y llegar con claridad en dos ocasiones consecutivas que sembraron de incertidumbre al conjunto de Luis Enrique. Fueron dos ocasiones, ambas de Celso Borges, que pudieron meter a los deportivistas en el partido.

En la primera no llegó a conectar un pase por encima de la defensa de Lucas Pérez. Su remate, flojo, se fue a las manos de Bravo. En la segunda, todavía más clara, se quedó solo ante el guardameta chileno, pero se entretuvo sin que tampoco su compañero Oriol Riera pudiera arreglarlo.

Hasta qué punto acabó el Deportivo pagando esa falta de acierto no se sabrá a ciencia cierta, pero lo que vino a continuación fue un bochorno que Riazor soportó en silencio, sin hacer más grande la herida. El Barcelona marcaría el segundo antes de que se alcanzase el descanso y se llegó a la reanudación con cierto aliento, al fin y al cabo era un 0-2 y ya se había conseguido remontar ese marcador en dos ocasiones contra los azulgrana.

No hubo siquiera amago de reacción porque apenas transcurrido un minuto de la segunda mitad Rakitic colocaría el 0-3. Luego llegarían los cuatro en la cuenta de Suárez y hasta uno de Bartra colándose en solitario por entre todos los jugadores deportivistas. La grada lo pagó con Manu, que se marchó a su casa con ocho goles y la silbatina de la Riazor, que se revolvió contra la parte más vulnerable ayer de un equipo que ya hace mucho se convirtió en la sombra de lo que fue. No encontró tampoco piedad de un Barça obligado a reivindicarse y cada llegada se convirtió en una dentellada al cuello de un equipo que todavía tiene pendiente la salvación. La siguiente parada será Eibar el sábado y a partir de ahí ya no encontrará mucho más margen.