"En España 82, mientras narraba, tenía a Di Stéfano a mi derecha y a Kubala a mi izquierda. Eran mis comentaristas". Nunca habría imaginado Lázaro Candal (A Coruña, 1931), aquel niño más que travieso de la calle Orzán, que la vida le ofrecería la oportunidad de ponerle musicalidad a diez Mundiales. Un animal televisivo, uno de los hombres clave en la historia del fútbol en Venezuela, rival este viernes de Galicia. La voz icónica de sus retransmisiones aún se maravilla con el duelo "Cruyff-Beckenbauer" de la final de Alemania 74 y siente como si todavía estuviese "cantando el gol de Iniesta". 36 años poniéndole tono vocal a la cita planetaria, 53 de profesión en los que levantó los cimientos del balompié en un país en el que las mujeres "solo parían beisbolistas o boxeadores". Un emigrante de las ondas. "Quiero que empaten. Si me decantase, sería un traidor. En A Coruña nací y a Venezuela llegué sin nada y me lo ha dado todo, me ha hecho famoso. Allí las mujeres me decían 'no me gusta el fútbol, pero solo por oírte a ti...", confiesa entre carcajadas mientras recuerda su pasional estilo de narración, muy propio de aquellas latitudes.

"Di Stéfano siempre me llamaba gallego", se detiene para reírse. "Es que tenía un chiste para todo. Un día estábamos narrando el Escocia-Brasil de España 82 y había 5.000 escoceses borrachos en uno de los fondos. De repente, Zico le pegó a la pelota y la mandó fuera, a esa zona. Y yo le dije: 'Alfredo, no la devuelven'. Y me contestó: 'Se la están bebiendo", relata de una de las leyendas con la que trabó amistad. Hasta tal punto que llegó a prologar uno de sus libros. Esa unión venía de lejos, de 1963. Él fue uno de los corresponsales que contó el secuestro de La Saeta Rubia en Caracas a manos de un "íntimo amigo", Paul del Río, raptor que años más tarde le hizo llegar, a través de Candal, unos cuadros que acabó aceptando, según el testimonio de Lázaro. En 1978 también don Alfredo le acompañó en El Monumental de River para contar el primer Mundial de la historia de Argentina. "Viví aquella felicidad, pero también era trágico. Di Stéfano me iba diciendo todo lo que estaba haciendo el asesino de Videla. Tuve un militar pegado a mí durante un mes, no me dejaba ni ir al baño", cuenta aún angustiado. Y así se multiplican las anécdotas hasta 2010, cuando cerró su ciclo profesional relatando la primera Copa del Mundo para España.

Ocho citas in situ y dos desde Caracas, pero siempre poniéndole la voz, su arma más particular. "A mí me gusta cómo se retransmite en América. Ese amor, esa pasión que se le pone... Aquí es diferente. Yo lo daba todo, me vaciaba", respira y se arranca a contar otro episodio. "Yo era muy natural. Un día vine a narrar un partido a España y, de repente, me salió 'o balón foi para unha leira'. En gallego. Me enteré a la vuelta y todo el mundo me preguntaba que qué había querido decir". Un fallo con un punto jocoso. Una narración humana, algo que defiende fervientemente. "Hay que equivocarse, es sano. Con todo lo que tienes que contar y a esa velocidad, ¿cómo no lo vas a hacer? Yo cuando oigo un error hasta me alegro, me llena. Es una retransmisión más viva", apostilla decidido.

Toda esa experiencia vital tiene un origen y una trayectoria. Lázaro papaíto, apodo heredado de uno de sus latiguillos al micrófono, es el hijo del "último conductor de tranvías que hubo en A Coruña", Antonio. "La línea 3 no la querían quitar. Iba de Juana de Vega a Ciudad Jardín, zona de ricos", recuerda reforzando sus orígenes humildes. Su madre fue una republicana "recia" que llegó a estar en un calabozo. Lázaro no puede olvidar los días en los que en plena Guerra Civil tuvo que esconderse "debajo de la cama o en el baño" para no ser alcanzado por la bala perdida de un tiroteo. El recuerdo, en forma de casquillos inscrutados en la fachada de enfrente de su casa, le avisó durante un buen tiempo. Pero Candal es alegría, vitalidad, y por eso se le viene a la cabeza la felicidad que le producía haberse criado en "María Pita" mientras perseguía un balón y se hartaba de hacer goles junto a un histórico del Dépor como Manolo Lechuga. "Yo era un loco, pero buena gente. Alguna vez hasta nos llevaron al cuartelillo. ¿Qué mal haríamos jugando a la pelota? Eso sí, nunca nos ganaban los de la Ciudad Vieja", refuerza. Pronto paseó sus cualidades por el fútbol modesto coruñés. Primero en el Alameda con Carlos Torres y Luis Suárez. "Un fenómeno. Tenía dos años menos y era el mejor de todos". Y luego por el Torre, el Imperator, el Orzán y el Brigantium. Un breve paso por La Felguera y dos años de aprendiz en el periodismo herculino fueron el preludio de su salto al otro lado del charco.

"Llegué a Costa Rica siendo un inquisidor y me hice persona. Aprendí a ver mundo". Sus maneras balompédicas le llevaron al Gimnástica Española de aquel país. Allí coincidió con otro periodista coruñés, José María Penabad, al que se sentía muy unido, justo lo mismo que le pasaba con Manuel Fernández Trigo, que luego sería gerente del Deportivo y del Real Madrid. "Les gestioné algún partido. Bernabéu era un señor".

Mayores son sus conexiones con el conjunto blanquiazul, fomentadas cuando ya se había mudado a Venezuela. "Llevé al Deportivo tres veces a Caracas. Tengo la insignia de oro y brillantes del club. Me la puso Antonio González (presidente de 1965 a 1973) en un acto con 2.000 coruñeses. Tenía mucha relación también con Antonio Álvarez (máximo mandatario entre 1974 y 1982), no tanto con Lendoiro". Al penúltimo presidente le puso en bandeja alguna oportunidad de mercado que no fue aprovechada. "A Beci le ofrecí gratis a Juan Arango y luego mucho se arrepintió. Y a Robinho y a Diego, a través de Pelé, por dos millones cuando tenían 18 años. Incluso en la última gira por Venezuela le dije a Lotina 'fíjate en Rincón. Es muy bueno, os lo podéis llevar por 50.000 dólares'. Se midió en ese viaje al Dépor y fue el mejor. Ahora está en el Genoa". A veces la intermediación se convertía en amistad. "Llevé a Carlos Torres a jugar a Venezuela. Y allí conocí a Chao (hijo de Antón Vilar Ponte y jugador blanquiazul entre 1939 y 1950). Un galleguista. ¡Qué señor! ¡Cómo cantaba!".

Pero antes de tener ese poder de influencia tuvo que ganárselo paso a paso. El fútbol no existía en los medios venezolanos. "Empecé a trabajar en dos periódicos que se llamaban El Mundo y Últimas Noticias.Últimas Noticias La liga tenía cuatro equipos y ni aparecía en el papel. Hoy cuenta con veinte. Comencé con una columna del fútbol amateur y profesional. Luego hice concursos y amplié escribiendo del balompié latino. Se me ocurrió apostar por una elección del mejor jugador de América como hacía France Football. Funcionó muy bien 22 años (1970-1992) y luego no pude competir con El País de Uruguay", razona. "También fui vicepresidente de la liga menor del país, de ahí salió Arango. Íbamos a los barrios más pobres a enseñarles, todo el mundo nos respetaba", se regocija.

Lázaro Candal regresó de manera definitiva hace tan solo cuatro años a A Coruña. Todo se precipitó hace más tiempo por un problema de salud de una de sus nietas y la situación en Venezuela le acabó empujando a establecerse en los alrededores de A Coruña. No pierde la oportunidad de reencontrarse con su ciudad. "Me encanta pasear por la Marina y María Pita, donde me crié. Siempre juego al '23' en la administración de lotería y nunca me toca", se lamenta. "Y, claro, me gusta volver al Orzán. La calle más liberal de España cuando yo era un niño. La pena es que la playa no se parece en nada a la que disfruté". Mientras reorganiza sus recuerdos, escribe cada semana para El Universal, uno de los diarios de mayor tirada de su país de adopción, no desatiende su web (https://quehicistepapaito.wordpress.com) y no para de escribir libros. Ya lleva seis (El fútbol es..., El fútbol es risa... y poesía, España 82, México 86, El fútbol es...El fútbol es risa... y poesíaEspaña 82México 86Historia del Futbol Gallego en Venezuelae Historia de la Vinotinto) y hay dos en camino (Qué hiciste papaíto y Poesía y futbolerías). Este viernes le tocará cerrar el círculo en un Galicia-Venezuela en el que no le perderá la pista a "Salomón Rondón, Peñaranda y Juanpi Añor". Palabra de Lázaro Candal.