Hay pocos desafíos mayores que mantenerse a la altura de la leyenda creada por uno mismo. Cumplir con las expectativas venciendo al paso del tiempo. Pero a veces basta con ser digno y honrar el recuerdo sin perseguir imposibles. Eso hicieron ayer en Riazor una colección de jugadores históricos de Deportivo y Celta, en su mayoría representantes de sus etapas doradas, aunque completados por veteranos no menos reconocibles. Fue por una buena causa, la decimoctava edición del Memorial Moncho Rivera, organizado por Estrella Galicia y el Victoria coruñés a beneficio de la Cocina Económica y la Fundación Curemos el Párkinson. Entre las dos entidades se repartieron los 37.020 euros recaudados gracias a las alrededor de 10.000 personas que acudieron al estadio de Riazor para divertirse recordando la época en la que el Superdépor y el Eurocelta desafiaron la hegemonía de los gigantes del fútbol español y europeo.

Allí comprobaron que puede que Djalminha, Tristán o Revivo hayan ganado kilos desde que se retiraron, pero que igualmente siguen manejando la pelota a su antojo; o que hace ya casi una década que Enrique Romero dejó el fútbol en activo y sigue subiendo la banda izquierda a su antojo, incansable; o que Pandiani posiblemente ya no tenga la velocidad de antaño, pero sigue teniendo la portería entre ceja y ceja.

Lo demostró nada más arrancar el partido. No había transcurrido un minuto cuando el uruguayo cabeceó en el área un centro medido de Lionel Scaloni desde la banda derecha. Tardó poco en escucharse el cántico procedente de la grada de Maratón dedicado al delantero. "Wálter Pandiani, Wálter Pandiani...", entonó Riazor para reconocer al charrúa.

Había ganas, sin embargo, de que su compañero de delantera se luciera ante la que durante varias temporadas fue su afición. Buscaban a Tristán sus compañeros, que lo intentó con un disparo lejano antes de obtener el premio del gol. Lo hizo en semifallo después de revolverse en el área. "Diegol, Diegol...", coreó entonces Riazor entregado a uno de los más aclamados ayer. Disfrutó el público con el andaluz tanto como lo hizo con Djalminha, al que se extraña tanto por A Coruña que incluso se reclamó al actual presidente, Tino Fernández, que lo incorpore a la actual plantilla deportivista. Fue de los que más contribuyó junto a Revivo a que el público se divirtiera. Los dos pusieron la fantasía, los mismos gestos que hace ya unos cuantos años hicieron levantar de sus asientos a los aficionados. Los más jóvenes no los conocían -el jueves el brasileño les recomendó que buscaran vídeos de él en Youtube-, pero ayer tuvieron oportunidad de ver una pizca de esa imaginación y despertarles una sonrisa.

Como lo hizo Jorge Andrade, al que una broma le costó una expulsión en aquellas semifinales de la Liga de Campeones de 2004 ante el Oporto. Ayer García de Loza no le afeó que saltase al campo dando volteretas cuando Pandiani anotó el tercero de la noche para el Superdépor.

Parecía todo sentenciado al descanso, pero cuando se trata de un derbi siempre hay sorpresas. En cinco minutos desde la reanudación, el Celta fue capaz de colocarse a un solo gol. Nada más arrancar la segunda parte, Mario Bermejo, ponía el primero para los celestes. Casi inmediatamente después anotaba el segundo y daba emoción al partido benéfico. Se encargó de quitársela Marchena, que no hace mucho se las veía con Bermejo sobre Riazor en un derbi con todas las de la ley, y a partir de ahí solo quedó el disfrute de la gente. Jugaron todos los que se apuntaron a este reencuentro entre equipos de leyenda y acabó cerrando el marcador Maikel prácticamente en el minuto final.