El deportivismo está molesto, no termina de quitarse esa pegajosa intranquilidad de encima. La historia demuestra que en su ADN está sufrir, pero las dos décadas doradas en Primera lo convirtieron en un recuerdo borroso. Desde 2011, con el aperitivo del primer año de Lotina, no hay respiro. Este verano los fichajes llegaron pronto, Lucas seguía en A Coruña... Todo parecía ir encajando para, al menos, vivir un año tranquilo. Solo eso, un alivio, un oasis en una travesía que hasta el más iluso sabe que será dura. No hay manera. El malestar va in crescendo. El Dépor no arranca, no progresa, apenas juega y el primer paso para el resurgir es no desviar el análisis de lo básico; le apartará de la solución. Los árbitros no mataron a Kennedy, no es tan simple como esperar a que el viento de las decisiones vire a favor. Es más profundo.

"Yo no suelo hablar de los árbitros, pero...". Esa coletilla suele ser el preludio de una queja amarga. Garitano descargó con fuerza. Llevaba tiempo aguantándose y soltó lastre. Además de enfadado, estaba nervioso. Una manera más de canalizar la frustración que tiene por no haber sido capaz de dar con la tecla de este grupo. No le falta razón a él y al deportivismo en su resquemor hacia los trencillas. La balanza está desnivelada. Y no es la única pega. Los horarios, las sanciones a "la pancarta más cara del mundo", la sensación de que a Madrid lo último que le importa es el aficionado, el que siente... Todo suma. Incluso estuvo bien el dardo de Tino Fernández hace una semana, tantos a los colegiados como a Antiviolencia. Uno, puntual, bien lanzado. Pero el centro del discurso no debe ser el aldraxe, en este caso arbitral. No puede ser esa la argumentación más visible que explique qué le ocurre al equipo, por qué no funciona.

Este Dépor tiene más de una manía exasperante. La primera es que cuando avanza un paso, a la semana siguiente suele dar dos hacia atrás. Casi siempre cuando deja Riazor. Al técnico no se le perdona una desde verano. Injusto. Da la sensación de que no tuvo ni media tregua. También es cierto que no termina de verse su mano. Siempre destacó por armar grupos intensos, por transiciones veloces, por utilizar la presión arriba como una de sus armas... Pocas de estas virtudes se aprecian. O ha cambiado el libreto o los jugadores no son capaces de plasmar lo que les pide, no es capaz de llegar a ellos, de sacarles rendimiento. Agujero en la media, transiciones lentas, soledad en ataque, una intermitente seguridad atrás (tres remates en el gol) son algunas de las dolorosas señales. Sí, es el equipo de Garitano, pero la culpa no solo suya. En Granada algunos jugadores (y de los virtuosos) erraron pases incomprensibles, hubo fallos en marcajes sobre todo en la segunda parte, malas decisiones en ataque... Señalar solo a uno sería lo fácil. Otra coartada, otro paso para no buscar una solución.

Y, a pesar de todo, el Dépor estuvo a un paso de ganar. La zona baja se ha llenado de dudas y equipos justos, el coruñés es uno de muchos en construcción. Ahogan las urgencias y los nervios, les mueve la desesperación. El Granada es un ejemplo. Al final, la salvación, más que una gran apuesta, solo exige dejar a otros tres conjuntos por debajo. Garitano está a tiempo, pero necesita hacerlo ya. Debe ajustar el plan y airear el grupo (¿Álex o Carles Gil?); tendrá margen. Es lo que siempre ha querido el club. Paciencia, longevidad, buen trato de vestuario.

Andone y Joselu

Joselu asoma la cabeza. Pocas veces a un futbolista se le ha extrañado tanto o se han construido tantos castillos en el aire en torno a él por 20 minutos de juego. Sus condiciones son innegables, la comparación y la construcción del equipo le hacen imprescindible. No es un futbolista, es la pieza que arregla el engranaje. Ese es el anhelo. Que permita jugar directo, si ese es el camino para competir, o que desahogue y habilite a Andone, Emre o los futbolistas de banda. De momento, calma. Viene de una lesión larga y no tiene una varita mágica.

Si llega al duelo del Sevilla, lo empezará en el banquillo. Riesgos los justos. Ya llegará el momento de encontrarle acomodo. O Garitano se entrega al riesgo con dos arietes y Emre por el centro, o desplaza al 8 a una banda o desaparece el turco o el rumano. Difícil disyuntiva, un lujazo para un Dépor que añora la competencia, la competitividad y las soluciones atacantes. Desde la creación hasta la finalización. Hay tarea. Como siempre.