Pepe Mel cumplió el objetivo para el que fue contratado por el Deportivo, la permanencia, gracias a un inicio espectacular -sumó ocho de los primeros doce puntos en juego- que luego derivó en una cuesta abajo que hizo peligrar más de la cuenta la salvación. La victoria en el cierre liguero frente a Las Palmas, ya sin nada en juego más que el orgullo, sirvió para engordar sus discretos números en el banquillo de Riazor. Con él al mando, el equipo coruñés consiguió 17 puntos en 15 jornadas, es decir, una media de 1,13 por encuentro. Un balance gris, pero que mejora el de sus inmediatos predecesores en el cargo, empezando por Gaizka Garitano. Hasta su despido el Dépor promedió menos de un punto por jornada (0,82).

El vasco dejó al equipo con 19 puntos en 23 partidos, con otras 15 citas por delante durante las cuales Mel guió al Deportivo a buen puerto pese a acabar el campeonato con solo 36, una pobre marca que cualquier temporada normal resultaría insuficiente para evitar una de las tres últimas plazas de condena.

Mel también resiste las comparaciones con el antecesor de Gaizka, Víctor Sánchez del Amo, que no pasó de los 50 puntos en los 46 encuentros de Primera División que estuvo al frente del Deportivo, ocho en la recta final de la campaña 2014-15 más los 38 de la temporada 2015-16. La 2014-15 la inició Víctor Fernández, que aguantó 30 jornadas en el cargo pese a sumar solo 27 puntos (0,9 por partido).

Esa campaña la iba a empezar Fernando Vázquez tras devolver al Dépor a Primera, pero el club decidió prescindir de sus servicios con la pretemporada a punto de empezar. Antes de subir al equipo blanquiazul, el de Castrofeito estuvo a punto de evitar el desastre del descenso en 2013 con una recta final de campeonato en la que logró 19 puntos en 15 jornadas, un promedio de 1,26 puntos por encuentro, el mejor de un entrenador del Deportivo hasta la fecha en Primera División. Desde entonces, han pasado cuatro técnicos diferentes por Riazor, de los cuales Mel presenta el mejor balance de puntuación.

De más a menos

El madrileño consiguió reanimar a la plantilla en sus primeras semanas en A Coruña, apoyado en un gran trabajo psicológico y en los buenos resultados, más que en la mejoría futbolística. Los empates frente a Atlético (1-1) y Betis (1-1), y las trascendentales victorias contra Sporting (0-1) y Barça (2-1) situaron al Deportivo a las puertas de la salvación y con la posibilidad clara de tener un final de Liga tranquilo para terminar con un buen sabor de boca una temporada plagada de episodios amargos. Sin embargo, el Dépor entró en barrena desde la derrota en el derbi (0-1), encajando golpe tras golpe y desperdiciando un sinfín de oportunidades para distanciarse definitivamente de la zona peligrosa.

Sobrevivió gracias a los continuos tropiezos de los tres equipos de abajo -Granada, Osasuna y Sporting-, no por sus propios méritos. Pocos hizo en una recta final decepcionante en la que ni siquiera fue capaz de vencer al conjunto nazarí en Riazor (0-0) ni al rojillo, ya descendido, en El Sadar (2-2). La derrota frente al Espanyol en la antepenúltima jornada (1-2) dejó a la escuadra blanquiazul temblando sobre el alambre. Todo eran dudas, por mucho que las combinaciones matemáticas redujesen al mínimo las posibilidades de descenso.

El Dépor vivió la semana más dura y tensa antes de visitar el estadio de la Cerámica, donde supo sufrir para arañar un meritorio empate sin goles frente al Villarreal, en plena lucha por Europa. Un botín que bastó para garantizar matemáticamente el objetivo de la permanencia gracias a la igualada del Leganés en Bilbao (1-1). Con 33 puntos, el Dépor estaba salvado. Sin la presión de tener que sumar sí o sí, el equipo coruñés cerró el campeonato en Riazor con una goleada ante Las Palmas (3-0) que le sirvió para adelantar al Leganés en la tabla. Acaba el campeonato con 36 puntos, 17 de ellos con Mel. Con ese balance el madrileño mejora por poco el de sus antecesores inmediatos en el banquillo de Riazor, aunque es un registro gris que no le deja para nada satisfecho.