"Desde pequeño siempre me llamó viajar, salir a jugar a otros países y conocer otras culturas". Iván Carril convirtió la inquietud en realidad, en modo de vida. Austria, Noruega, Irak, Nueva Zelanda, Noruega... Su fútbol germinó en Abegondo y Riazor, pero ha visitado ya céspedes de tres continentes. Las lesiones le impidieron echar raíces y que su trayectoria como emigrante haya sido más amplia. "África nunca me lo planteé. Esa gente está muy fuerte...", confiesa y ríe. "Y lo intenté en América. Busqué en el norte y no estaba en mi mejor momento. Y en el sur me llamaba el ambiente, pero si ya me impresionó el fútbol griego...". Un espíritu aventurero que viene de familia porque su hermano Jonathan jugó cuatro años en Hong-Kong.

Su viaje por el mundo puede llegar a su fin. Lleva unos meses en los que ha echado el freno y está en una encrucijada. Una rotura de cruzado le obligó a volver a casa. ¿Dedicarse solo a los banquillos en España, donde quiere formarse, o dar las últimas carreras por la banda? Esa es la disyuntiva. "He estado entrenando al infantil del Santiago de liga gallega, es algo que ya hice en los países que estuve; y además acabé el nivel 2 de entrenador. Ojalá pudiera encontrar un sitio por aquí en el que jugar y desarrollarme como técnico", avanza y puntualiza: "Tampoco quiero engañar a nadie ni generar falsas expectativas. Estaría encantado de volver y echar una mano; igual lo intento, y a lo mejor en una semana o un mes tengo que parar. Uno empieza a jugar al fútbol en el recreo porque le gusta, porque le saca una sonrisa, y así me gustaría acabar mi carrera, pero últimamente me costaba disfrutar por los dolores". Uno de los equipos que ha llamado a su puerta para animarlo es el Compos.

Mientras resuelve sus dudas, recrea esa travesía de seis años. Su primera experiencia fue en 2010 en el Ried austriaco. Se fue justo tras la victoria de España en Sudáfrica. "Aproveché ese tirón, pensaban que todos éramos Xavi e Iniesta", vuelve a reírse antes de matizar: "Yo ya le había dicho antes a mi agente, cuando nadie salía, que si venía algo de fuera lo vería con buenos ojos. Al final ya se animó más gente porque nos afectaba la crisis y el dinero no era el mismo. En Austria me sentí futbolista importante, de élite, que ganaba títulos (la copa); fue de lo mejor".

De la tranquilidad a la caldera griega, al Olympiakos de Volos. "Estuve bien, era una locura. Es como los equipos de Segunda B con historia, pero a lo bestia. Cuando la cosa va bien y con el viento favor, se disfruta, pero cuando va mal...". La siguiente parada, de un mes en Irak, en el Erbil. "Fui al Kurdistán, que en teoría era zona segura, pero fue donde se quiso adentrar el Estado Islámico. No viví situaciones de miedo o angustia, pero mi familia se preocupó. Tampoco pude jugar la Copa de Asia por el tránsfer".

"Nueva Zelanda era mi retiro dorado. Un país increíble, un equipo superior... Tuve un problema de cadera". Se fue con la Champions de Oceanía lograda con el Auckland City en Fiji. Le esperaba Noruega, el Gjovik, una desilusión. "El clima es difícil, entrenábamos a -20 y temías que se te rompiese el pie al golpear. El fútbol es un 'hobby' para ellos, algunos ganaban más en el supermercado". Y hay más historias que se guarda: "Quedan batallitas. Cuando escriba el libro...".