La ilusión con la que se había presentado la parroquia en Riazor se convirtió en un "otra vez" tras los dos primeros goles de la Real Sociedad en menos de cinco minutos. Dos llegadas de los donostiarras les bastaron para cobrar una ventaja interesante. Y del "dale Dépor" se pasó al "échale huevos", que resonó en el estadio al cuarto de hora de partido. Después todavía se escuchó porque el Deportivo era un muñeco con el que los visitantes jugaban a su antojo. Hasta que llegaron los instantes de empuje, del "¡uyyy!" y de las ganas de los seguidores de ver algo distinto. Riazor fue ayer, como una montaña rusa de sensaciones.

El espectacular tanto de Adrián animó al deportivismo, que veía posible la remontada. Quizá también los realistas que se hicieron de rogar para regresar al campo tras el descanso, hasta tres minutos estuvieron los deportivistas y el equipo arbitral por los visitantes. Claro que el intermedio estuvo dedicado a darse un baño de blanquiazul con el homenaje del club a los dos equipos femeninos, el Deportivo Abanca y el Deportivo Abanca B, con distinción especial para Nuria Rábano, reciente campeona de Europa sub 19 con la selección española, por parte de Tino Fernández, presidente del club.

El prepartido mostró algo de lo que iba a suceder, algunos pitidos cuando la megafonía anunció el nombre de Pepe Mel. En el fondo de General os Blues con una pancarta nueva en la que se leía "A Coruña 1987", en alusión a la fecha de arranque de la agrupación de jóvenes blanquiazules. Esos que, con megafonía incluida, pedían al resto del estadio que animasen justo después de pedirles a los futbolistas que le echasen un poco de... entrega, o valor. Mientras, en la esquina de enfrente unos cuantos seguidores realistas disfrutaban con el cómodo triunfo de su equipo, hasta que llegó el empate.

Ese tanto de Andone, el que Adrián sirvió en bandeja, soliviantó a los blanquiazules que ya creyeron en la victoria, hasta que Llorente los bajó a la tierra con el tanto que volvía a desequilibrar el marcador y, prácticamente, sentenciaba el partido. Lo clásico, "tanto remar para morrer na orilla". Illarramendi fue el encargado de poner el pie encima de la cabeza del ahogado. También de abrir las puertas del estadio porque a falta de cuatro minutos numerosos aficionados empezaron a marcharse. "Por lo menos llegamos a los callos", decían unos seguidores en un bar próximo al estadio una vez finalizado el partido. Es lo que tiene jugar a mediodía.