Riazor ya no está para espejismos, para intuir puntos de inflexión, para ver cada semana machacones errores que le desgarran y que le producen un hastío y una rabia difíciles de soportar. Odia las palabras sensaciones y méritos. Quiere realidades. A principio de temporada el ejercicio de resistencia del segundo tiempo ante el Eibar habría sido premiado con aplausos y los sonrojantes errores serían mirados con un punto de comprensión. Ahora mismo, de poco les vale. No salen las cuentas y no se ve un verdadero cambio que levante al equipo, que lo lleve a la salvación, que sea refrendado con victorias. El Dépor busca compresión, un punto de apoyo y encontró pitos. Así, va a caminar solo. El esperpento defensivo de la primera parte, en la que más de un deportivista tenía que frotarse los ojos para creer lo que estaba viendo, tampoco le ayuda. Un circo con alguien nuevo en la arena (Koval) y un protagonista recurrente (Albentosa). Le queda por delante un lastimoso camino, pero aún no está muerto.

El duelo comenzó loco, la verdad es que nunca dejó de estarlo. Seedorf meneó tanto el árbol que casi no le quedaron hojas. Varió también el dibujo (Muntari estaba muy solo) y solo repetían cuatro de la debacle de Getafe. Emre Çolak era la esperanza creativa; Maksym Koval, la gran sorpresa bajo palos. Quinto portero de la temporada, séptimo en un año. El último mal síntoma de una evidencia. El Eibar no le hizo ascos a este juego revuelto. Buscaba presionar arriba y el Dépor era tan directo que, a base de no jugar nada, pero de acumular futbolistas en los últimos metros, fue capaz de desequilibrar como pocas veces en los diez primeros minutos. Andone tuvo una clara, Lucas otra. Delanteros de Primera División no pueden fallar ocasiones así; quizás por eso el equipo coruñés va camino de otra categoría.

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El Dépor no pasa del empate ante el Espanyol

El dicho de que "el que perdona, paga" fue más cruel e inmediato que nunca. El Eibar, al que se le había apreciado cierta soltura y vistosidad en el toque, se había mostrado inofensivo. Solo necesitó un fallo en cadena que empezó en Sidnei y acabó en Koval para que Inui remachase de manera plácida. ¿Cruel? No, errores en las dos áreas, lo que suele condenar, entre otras cosas, a los que pierden la categoría.

El golpe dejó KO al Dépor unos minutos y liberó cualquier tipo de reticencia de Riazor a pitar. El sonido de viento fue una constante. Sobresaltado y en medio de situaciones inexplicables, era su manera instintiva de mostrar su disconformidad. Se fue poco a poco entonando el equipo de Seedorf, ya que el Eibar tampoco tomaba el duelo por asalto. Seguía sin jugar a nada, pero Andone mandó otra al palo. La grada no se lo quería creer. Llegó una nueva oportunidad y fue, de nuevo, a la madera, aunque ahí estaban las manos de Dmitrovic para hacer el 1-1. Estalla el Dépor y Riazor quejándose de su mala racha. Volvía a la casilla de salida.

Y cuando todo parecía cambiar, lo hizo, pero para peor y por caminos conocidos. Otra jugada tipo Benny Hill entre Albentosa y Koval con mayor carga de culpa para el valenciano acabó con el ucraniano en la calle. Un debut para olvidar y un muro para el Dépor llamado Eibar. ¿Qué más podía pasar?

El segundo tiempo no se movió mucho de lo esperado. Durante muchos minutos se podría haber prescindido de la mitad del campo del Eibar. Seedorf dispuso un 4-4-1-1 con Andone en ese papel de Robinson que tanto le gusta. Nadie le puede afear los esfuerzos y la afición se los reconoce, pero el cometido primordial de un delantero es acertar las ocasiones que tiene. Mientras él se remangaba y empezaba a fajarse, el Eibar movía la pelota de banda a banda a la espera de alguna fisura. No encontraba ninguna. El Dépor sufría, pero también crecía en la resistencia.

Riazor fue por rachas. A veces entendía la situación y en otras ocasiones pitaba ante las largas posesiones vascas. La frustración y todo lo que lleva aguantado hacen difícil contextualizar las situaciones. Seedorf quiso estirar al máximo los cambios y hubo un impás en el que su equipo lo pasó peor. Es cierto que el Eibar no estaba creando nada, aunque la tensión era evidente y las piernas, de plomo. La entrada de Iván Alejo le subió una marcha, pronto Fernando Navarro, sobrio, supo contenerle. El encuentro murió sin sobresaltos y con un empate entre el descontento, a pesar de la resistencia, y la sensación de que el Dépor va abandonando lentamente la Primera División; quizás la manera más dolorosa de hacerlo.