La lejana sensación de la victoria. Los deportivistas tuvieron que revisar sus rutinas para saber cómo era aquello de ganar, cuáles eran los convencionalismos con los tres puntos en el bolsillo. En un duelo entre famélicos de puntos y de fútbol, el Dépor acabó imponiéndose con total justicia al Málaga y, de paso, aprovechó para conectarse de nuevo al respirador de LaLiga cuando la poca vida que le queda se le estaba yendo en los minutos previos a que llegase ese 3-2 salvador de Adrián. El duelo, que acabó con el primer triunfo en cuatro meses, fue una especie de microcosmos de los muchos defectos y las pocas virtudes de los coruñeses esta temporada. Empezó dormido y desconectado, llegó a resucitar y a merecer ganar sin conseguirlo, la desgracia le persiguió en forma de insospechados errores propios, convirtió en villano al que tenía todas las papeletas para serlo (Rolan) y, a pesar de los reveses, nunca dejó de creer e intentarlo. Todo, muy Dépor. Esta vez fue la buena y le deja con un mínimo de esperanza en la lucha por la salvación. La resurrección pasa por que el Levante pierda esta jornada y empezar a ganar partidos como si no hubiese mañana. Ahora mismo, ya no tiene nada que perder.

El Dépor inició el encuentro con una descarga. Fue de las pocas veces que se le notó con algo de vida en el primer acto, aunque no se puede poner en duda su efectividad. Lucas peleó por una patada a seguir en la que llevaba las de perder, pero confío en el fallo de la defensa malacitana, que llegó y encima fue doble. De repente, se vio enfilando la portería de Roberto y le empezaron a temblar las piernas cuando, finalmente, le rescató una carga al límite de Luis Hernández. Penalti más claro que el de hace una semana en el Metropolitano, pero que algunos colegiados se resistirían a pitar. El coruñés esta vez no se arrugó desde los once metros. Engañó, marcó y pidió perdón a la grada, a pesar del momento de emoción. Lo que no sabían los seguidores es que esas manos juntas llegaban por una temporada tan vacía, pero también por un primer tiempo muy difícil de digerir.

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El Dépor se impone 3-2 al Málaga

El tanto, en vez de espolear y dar tranquilidad al Dépor para que desarrollase su fútbol y su plan, lo desconectó. Horriblemente desplegado en el campo y con las bandas como solares, llegaba tarde a todas partes, no era capaz de quedarse con la pelota ni medio segundo. Sin fútbol y frío. Mientras, los jugadores del Málaga, inofensivos, recibían solos, con media hora para pedir un cafe, tomárselo y darse la vuelta para empezar a atacar. Estaban tocados, sí, pero se les veía cierta intención.

Lo intentaron y lo intentaron en ese periodo y al final solo por la mera insistencia acabó llegando el premio. El Dépor no merecía otra cosa. Una primera parte en la que solo Lucas y Emre Çolak no parecían enemigos de la pelota. Seedorf, como siempre, era un mero espectador que asistía al derrumbamiento de su equipo sin interferir ni lo más mínimo. Riazor pasó de estar gélido a los pitos tras el gol. Su equipo no tenía vida y ya ni siquiera ganaba. Todo lo que había construido la semana pasada en Madrid lo había vuelto a tirar a la basura. Un clásico. El empate llegó de los pies de Guilherme, hasta eso hicieron mal.

De la noche al día. Treinta segundos y ya era evidente que todo había cambiado para el Dépor tras el descanso. De sujeto pasivo había pasado a elemento activo en busca de una victoria, que de poco le valdría para la salvación, pero sí para oxigenar la cabeza. El primero en golpear fue Lucas, Roberto hizo una parada prodigiosa. Seedorf reservó a Muntari con una amarilla y entró Borges, que le dio algo más de vigor al centro del campo coruñés. El Dépor crecía y el Málaga se diluía. Era el momento.

El siguiente en probar fue Adrián, tras un soberbio pase de Lucas, que esta noche fue un verdadero líder. Imperfecto, pero líder. Luego le tocó a Guilherme, que la mandó al palo con Roberto batido. El Dépor lo merecía. Tantas veces había sido así... Insistía e insistía con el coruñés como referente absoluto, aunque le siguiese faltando finura en el remate.Y, por fin, llegó la liberación. Una jugada entre Mosquera y de nuevo Guilherme (dos de las razones del crecimiento del equipo en el segundo acto) le dejó un balón en bandeja a Adrián, que solo tuvo que colocarla a la red. 2-1. Riazor estallaba. No tanto porque creyese en la permanencia, sino por la frustración acumulada y por la pegajosa sensación de las derrotas, una viscosidad que pensó que nunca se sacaría de encima.

Quien cavilase que el duelo iba a morir en esa desequilibrante jugada estaba muy equivocado. En apenas unos minutos al Dépor se le aparecieron todos sus fantasmas. Un choque entre Mosquera y Navarro en el despeje de una pelota que parecía franca acabó regalándole un balón suelto a Samuel, que se lo puso templadito a la entrada de Diego Rolan. El uruguayo, que tendrá futuro deportivista, hacía su segunda aparición. La primera había sido para forzar el empate de Guilherme y la segunda para hacer el 2-2.

El Dépor se quiso morir en ese momento. Por unos minutos, desapareció del terreno de juego, la situación le sobrepasaba. Seedorf alimentó ese deambular retrasando al máximo los cambios. De repente, el Málaga, que no había hecho nada en toda la segunda parte, se vio fuerte y fue tímidamente a por el partido. Youssef En-Nesyri mandó una al palo. Se mascaba la tragedia, la enésima. Y ahí fue cuando apareció Borja Valle y el aliento de Riazor acabó empujando al equipo. Primero el berciano malgastó una contra y después supo desequilibrar tras un pase en profundidad y regalarle el 3-2 al bigoleador Adrián. Por fin, era de día en Riazor. Es muy probable que no valga de nada esta victoria, el enfado sigue de fondo y se hizo patente con algunos pitos al final, pero a nadie le amarga despejar la mente y recordar, por un momento, cómo era aquello de ganar partidos.