Cuando el balón cabeceado por Jorge acabó en la red, más de un deportivista pensó que se lo habían merecido, que el empate era lo justo, que su equipo había jugado con fuego. Hay pasión, pero no ceguera. A nadie le amargaba un liderato y una victoria liberadora en el descuento, pero la realidad era otra. No haber cerrado el partido, esa tendencia a la horizontalidad, las pérdidas de balón en zonas sensibles, el sufrimiento del segundo acto, la defensa sobre la línea de meta de los balones laterales, los fantasmas de la portería... Muchos fueron los debes. El Dépor de Natxo, en crecimiento, tuvo buenos momentos, pero es aún imperfecto, le falta continuidad y, particularmente, en Tenerife se le vio lejos de una versión redonda. Regresa invicto a Riazor, pero el primer puesto tendrá que esperar. Debe ganárselo en condiciones.

Natxo apostó por la confianza, por la continuidad en el once inicial. Futbolistas como Eneko Bóveda, Mosquera o Carles Gil tenían su puesto en el aire, pero si había un momento para engancharlos a la ola buena era este. Respondiendo en el destierro y sin haber perdido, llegaban los refuerzos de cohesión al grupo. Pablo Marí, Didier Moreno y Pedro Sánchez tenían que esperar. Y, de repente, los once de Almendralejo se encontraron más cómodos que nunca en la primera mitad. Ni un minuto y Quique perdonaba el 0-1 ante Dani Hernández tras un centro marca de la casa de Diego Caballo. Demasiado fácil. Quedaba mucho, pasaría de todo.

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El Dépor logra un empate en Tenerife

Y siguió siendo coser y cantar en casi todo el primer acto, aunque también es cierto que el Dépor adoleció de falta de verticalidad, de juego ofensivo. Tras unos tímidos escarceos chicarreros, el equipo coruñés asumió el mando. Sus pivotes estaban sueltos, Carles Gil por fin se entonaba y los laterales apuraban la banda. El grupo de Natxo jugaba en el patio de su casa ante un rival inconsistente, deslavazado y sin intensidad. Tiene dinamita arriba el Tenerife, pero por lo visto en los primeros minutos mucho tenía que construir para acabar convirtiéndose en un verdadero equipo.

Ante este panorama y con el encuentro donde quería, era cuestión de tiempo que subiese el 0-1 al marcador. Primero fue un disparo al palo de Gil y minutos después llegó ese golpe encima de la mesa de la forma más inesperada. Vázquez Figueroa vio un discutible empujón en el área, señaló penalti. Quique no falló. Ya ganaba el equipo coruñés y las circunstancias empujaban a que rematase el duelo.

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No lo hizo, ahí empezaban a desnudarse sus carencias. Continuó apostando por el repliegue, sin querer monopolizar la posesión. Tenía el partido donde se sentía realmente cómodo, mientras Vicente Gómez reinaba. Tocaba, daba equilibrio, superaba líneas con pases... El problema es que ni pudo ni, en muchos momentos, quiso cerrar el partido. Estaba tan a gusto construyendo y masticando las jugadas que se olvidó del área y, de paso, se contagió del juego de su rival. Casi lo paga en ese momento, no le sobraba el descanso.

Arrancó la segunda parte y esa sí que ya fue otra historia. Parecía que los equipos se habían intercambiado las camisetas. El Tenerife era un vendaval y el Dépor estaba perdido. Un juguete en manos canarias. Sufría en la salida, se ahogaba con la presión rival. Nano acababa de salir al campo y en nada le pilló la matrícula a Bóveda, que seguía perdiendo balones y reclamando un sitio en el banquillo. Pudo marcar Malbasic, paró Giménez. Acosta no falló a la segunda. Tras varios rebotes, su misil terminó en la red. El duelo se igualaba con justicia e incluso pudo terminar en ese tramo con ventaja local. Cruzó en exceso otro disparo el balcánico.

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El Dépor naufragó hasta que Natxo dio entrada a Moreno y le entregó la manija a Vicente. Respiró unos minutos y fue de manera tímida a por el partido. El Tenerife seguía descolgándose, apostando por un partido roto. La horizontalidad del juego coruñés, que ni siquiera les metía el miedo en el cuerpo, favorecía esa despreocupación chicharrera.

Y cuando en los últimos diez minutos el empate parecía inamovible, pasó de todo. La tuvo incialmente Pedro Sánchez tras un servicio de Edu Expósito y un gran robo de Diego Caballo. Falló. El deportivismo lamentaba su mala suerte. Lo que no se sabía era que el descuento iba a deparar emociones fuertes. Primero no perdonó Borja Valle cruzando a la perfección un balón lanzado por Didier Moreno. 1-2. El Dépor acariciaba el liderato cuando, de repente, se le escurrió entre los dedos. Entre su tendencia a defender las faltas muy 'aculado' y la reacción tardía de Dani Giménez, Jorge Saénz encontró una rendija. 2-2. Se iban dos puntos, la portería volvía a dar dolores de cabeza y el Dépor, de paso, se llevaba una lección. Sí, regresa invicto a casa del destierro y no está muy alejado del buen camino, pero aún hay mucho que mejorar y construir. Riazor le espera.

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