Hoy el deportivista se irá contento para casa. Claro que no es ciego y sabe que su equipo regaló la primera parte y un penalti, que sigue sin estar fino y que a veces se afana tanto en tocar que se olvida de atacar, de buscar la portería contraria. Durante la semana, cuando haya reposado el alegrón que se acaba de llevar, esas ideas retumbarán en su cabeza y lo pondrá todo en perspectiva. Pero esta noche disfrutará. Es lo lógico y necesario con un triunfo en el descuento, ante el Sporting y después de haber tragado sapos y culebras en los últimos meses. Al grupo de Natxo le queda un mundo por mejorar y compró muchos boletos para acabar con otro empate en la mochila. Eso sí, si alguien mereció ganar fue el equipo coruñés. En construcción, aunque con ocho puntos y enganchado al pelotón de cabeza. Lo mínimo exigible a un equipo que aspira a volver a Primera División.

La primera parte fue lo más parecido a una página en blanco. Nada, la planicie absoluta. El técnico blanquiazul apostó por darle una vuelta al once con cambios en todas las líneas (algunos obligados) y por la idea de plagar el equipo de pivotes. Hasta cuatro, que debían asegurar la pelota y masticar el partido. Lo hicieron en exceso. En muchos momentos, consiguió ese objetivo mínimo marcado, pero el fútbol es también empujar y presionar arriba, correr riesgos, desequilibrar, superar líneas... Y en esa faceta del juego tanto Dépor como un ordenadísimo Sporting suspendieron ampliamente. Eran la corrección y el aburrimiento personificados.

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El Dépor le gana al Sporting en el descuento

Pocos escarceos hubo en este primer periodo con el Dépor con el teórico dominio. Solo algún tímido destello en ataque de Carlos, al único que se le intuía algo diferente. Precisamente, el sevillano recibió un balón en el área de Pedro después una presión sobre Cofie y, tras el recorte, fue arrastrado su pie de apoyo. Penalti pitado. Dudoso. Sin Quique, Didier Moreno asumió la resposabilidad y le regaló la parada a un pillo Mariño. Es cierto que el meta se adelanta para blocar la pelota y debía de haber sido repetido el lanzamiento, pero la penitencia va en la ejecución. Muy deficitaria.

Con Vicente y Krohn-Dehli de perfil bajo durante ese tramo del encuentro, los últimos minutos no reactivaron a ninguno de los dos equipos. Uno por haberse salvado y el otro por jugar en casa y sentir su orgullo herido. Nada, de nuevo. El descanso no le sobra a a nadie.

Foto: Arcay/Roller Agencia

Tras pasar por vestuarios, el Dépor hizo en dos minutos más que en todo el primer acto. Por intención y por ocasiones. Subió sus líneas, se dispusó a presionar con más vigor y escalonó algo más a sus futbolistas. Carlos estuvo a punto de marcar de cabeza en una jugada en la que se descolgó Álex y fomentó la combinación entre líneas. Tres cuartos de hora tarde y sin sobrarle finura, el equipo coruñés parecía estar por fin en el camino adecuado.

Otro de los síntomas de que algo había cambiado era la influencia en el juego de futbolistas como Krohn-Dehli o Vicente Gómez. El danés se situó en la izquierda y se dispuso a conectar con el canario y con Caballo y Carlos Fernández. El ariete tuvo otra clara que no se atrevió a golpear al primer toque.

Foto: Carlos Pardellas

El partido se asomaba al ecuador de la segunda parte y el Sporting, por fin, decidía respirar. Se quedó en ese momento algunos minutos con la pelota y se liberó un poco de una presión con la que tampoco vivía muy incómodo. Pronto se produjeron dos hechos que anularon esa supuesta resistencia gijonesa: la entrada de Cartabia y la expulsión de Cofie.

El argentino, un agitador, movió la coctelera y levantó a la grada y, de paso, a su equipo. Más efectista que real al principio, la segunda amarilla forzada por Duarte a Cofie daba la impresión de subir al equipo a la ola de la remontada. Aun así, no terminaba de atosigar el Dépor la meta gijonesa hasta que llegó el descuento, justo cuando a los virtuosos no les quema la pelota en los pies. Fede y Carles Gil cocinaron un saque de esquina en corto que acabó con un centro medido del argentino al segundo palo. Pablo Marí solo tuvo que cruzar de cabeza a la red. Delirio. Riazor estallaba. Bien lo merecía.

Foto: Carlos Pardellas