Nueva cara, misma esencia. El estadio de Riazor, ya con todos los socios en sus asientos, aparecerá hoy remozado ante los ojos de sus habituales justo cuando el lunes se cumplen 74 años de su inauguración. Va camino de sus bodas de platino conservando su esencia, pero dando los pasos para convertirse en un recinto del siglo XXI. La casa del Deportivo, uno de los coliseos más céntricos y emblemáticos del fútbol español, sigue oliendo a mar, pero lejos queda aquel estadio racionalista de los años 40 ideado por el arquitecto Rey Pedreira e impulsado por el alcalde Pérez Ardá, un primer edil que ya no ejercía el día de su inauguración pero al que sus compañeros de grada le tributaron una espontánea ovación aquella tarde del 29 de octubre de 1944 cuando ocupó su asiento para presenciar el Deportivo-Valencia (2-3), según cuenta la prensa de la época.

Aquel aplauso era la forma de agradecer un estadio que, por fin, se mostraba acorde a la historia y necesidades de un equipo de Primera División. Las arcadas con la playa al fondo y la Torre de Marathón mandando imponían, un templo con vocación polideportiva. Tras el ascenso de 1941 y un accidente con heridos por la rotura de una valla en un derbi de 1943, la necesidad de que el Parque de Riazor cediese el testigo era ya acuciante. En 1944 se atendió (el 28 de octubre fue el acto protocolario de entrega de la obra y se bendijo) y meses más tarde, el 6 de mayo de 1945, llegaba la inauguración oficial con un España-Portugal (4-2). Una fiesta en la ciudad en plena Segunda Guerra Mundial que no escapaba a las vergüenzas de la época, ya que en las instantáneas del día siguiente se ve a ambas selecciones saludando con el brazo derecho en alto.

Desde esa fecha han pasado más de siete décadas y ha vivido una y mil peripecias. Vio al Dépor ganar seis títulos y doblegar a todos los grandes europeos. También fue testigo de doce ascensos y trece descensos, de un Mundial y del mejor y más antiguo torneo veraniego de la historia (el Teresa Herrera). Jornadas históricas, alegrías y tristezas entremezcladas durante años en los que afrontó varias metamorfosis. Las arcadas desaparecieron en 1968 para dejar sitio al Palacio y al Mundial de hockey de 1972. Ya en los 80 se emprendió una profunda reforma con motivo del Mundial de España que pilló al equipo transitando por Segunda B. Una época difícil en la que tuvo que aprender a convivir más de una temporada con los andamios. Lo mismo le ocurrió en los 90 cuando se cierra el estadio. Adiós a las pistas de atletismo y a las gradas de Lateral de Marcador, Especial de Niños y General. Nacían Pabellón y Marathón con la torre ya fuera del estadio. Dos décadas después ha rescatado las grúas y esta tarde, con la lluvia como amenaza, aparece ante sus aficionados un nuevo Riazor casi acabado. Queda por rematar el exterior y por techar las juntas entre las gradas, pero la esencia ya está ahí.