El Dépor y sus circunstancias. Imperial en casa, atascado fuera. No afloja, no despega. Salió con un punto de Majadahonda en un partido que ni mucho menos es de los más sonrojantes a domicilio. Su contrincante le apretó, le exigió. Tiene mérito ese nivel de competitividad en un recién ascendido que no debería pasar apuros. Pudo ganar, pudo perder, acabó empatando. Como hecho aislado, la igualada no es menor dada la exigencia del rival. El problema para el Dépor es que se enmarca en una tibia trayectoria fuera de casa. No deja de sumar, se le resisten las victorias. Su último triunfo es de septiembre en casa del ya habitual colista, el Nàstic. Su otra conquista fue ante el Extremadura, un equipo que hace unos meses estaba en Segunda B. Sus únicos duelos de entidad fueron en Alcorcón, Albacete y Gran Canaria. Dos empates y su única derrota. Es casi matemático su apego a la media inglesa. No es desdeñable esa regularidad, aunque a veces, bajo la excusa de que sigue sumando y nunca pierde, puede limitar la exigencia o evitar que se profundice en el análisis y la crítica de por qué el Dépor no termina de funcionar a domicilio. Muchos aficionados aún no saben bien si esta racha acabará con un equipo que explote y se lance a por el ascenso o con un conjunto que ahonde en esa falta de contundencia y empiece a perder partidos de manera regular. Y todo con las visitas aún pendientes a La Rosaleda, Los Cármenes, el Ramón de Carranza, El Sadar, el Nuevo Tartiere, El Molinón, Son Moix, La Romareda... El listón subirá, llegará el Tourmalet. ¿Está el Dépor preparado para sus curvas? ¿Y qué pasará cuando no sea tan arrollador en Riazor?

Su estadio es, por ahora, su salvaguarda. Es difícil de asimilar que ese grupo redondo, versátil, que se adapta a diferentes circunstancias y registros futbolísticos en casa luego no sea capaz de desarrollarse, expresarse y mandar en contextos ajenos. Es una tendencia generalizada en esta Segunda. El Dépor es un buen equipo, un gran proyecto, pero lo requerido para subir es ser el mejor o estar entre los dos de mayor nivel. El objetivo, más que el sueño, es regresar a Primera y, por ahora, está perfectamente colocado. Su pasito a pasito a domicilio le está empujando a rozar la perfección, a apuntar al pleno en Riazor. Algún día, por desgracia, se acabará también esa imbatibilidad y debe estar listo para responder buscando puntos en los viveros que más se le resisten. Reinventarse, recolocarse.

Carrusel en el rombo

Natxo está decidido a exprimir al máximo la amplitud de su plantilla y a velar por la higiene mental de su vestuario. Del rombo titular en las dos últimas semanas poco se vio en el Cerro del Espino. Álex y Vicente, en el banquillo. Fede Cartabia, lesionado en A Coruña. Krohn-Dehli, en la grada. La apuesta de Didier Moreno en el vértice derecho con Eneko Bóveda en el lateral capaba la salida de balón por esa zona. El vasco, sin excesos, fue de menos a más. En realidad, lo que habría que preguntarse es en qué estado se encuentra o es tan poco lo que puede ofrecer Gerard Valentín cuando sus condiciones se asemejan más a las de David Simón y encajan con una mayor exactitud en lo que solicita este sistema a sus laterales. La situación del colombiano es distinta. Necesita un tiempo de adaptación, eso nadie lo duda. Y hay que valorar para qué se le fichó y cuáles son sus cualidades. Pero, por encima de todo, su desconfianza con la pelota le convierte ahora mismo en un interruptor en el circuito de gestación de fútbol del Dépor. Él duda, también sus compañeros, que de manera inconsciente muchas veces ya recurren a otros jugadores en las transiciones. Situación incómoda. Ante este contexto, la suplencia de Vicente sorprende aún más. El canario no es el del principio de temporada y el banquillo le podría reactivar, pero Moreno no era una alternativa real con Krohn-Dehli en A Coruña. Natxo buscó reservarlo para que estuviese fresco e hiciese daño en un momento del partido que le favoreciese. Llegó tarde. Malgastado.

Como ocurre casi cada semana, a Carles Gil hay que intuirlo. Le tocó suplir de nuevo a Fede Cartabia, que misteriosamente apareció en el parte de bajas en la previa, a pesar de que llevaba entre algodones toda la semana. Hasta Natxo se sorprendió y él es el que más informado debe estar. Maneja material delicado. Mientras el deportivismo volvía a lamentar su pérdida, Carles Gil ganaba una oportunidad. Su sola presencia da una pincelada diferente. En muchas ocasiones la intermitencia le condena. Pero en Majadahonda casi todo lo bueno que surgió en ataque en la primera parte fue gracias a él. Se descolgó hacia la izquierda y se asoció con Quique y Saúl para buscar el desequilibrio. Lo encontró, solo faltó la puntería del vallisoletano. Su fútbol llega a cuentas a gotas, ojalá que pronto se conviertan en un mar. Minutos no le han faltado y en esta categoría, si la entiende y se adapta, debe ser diferencial.