Tibio. Apegado al manual del buen equipo de Segunda, el Dépor fundamentó su triunfo en la pegada y el laboratorio. Fue una victoria con cierto punto áspero que reconforta por el +3 y por haberse colocado segundo en una jornada de cuchillos largos en la zona alta, pero que no termina de resolver las dudas en torno al fútbol de los coruñeses en las últimas semanas. Aguanta la guardia y se muestra demoledor sacando algunos buenos derechazos, sobre todo, en Riazor. Todas señales ya emitidas. Nadie duda de sus maneras y potencial, pero el Zaragoza, por momentos, se dispuso mejor sobre el terreno de juego y le disputó la pelota en el primer acto. Solo su falta de cuajo le hizo desmoronarse a la primera adversidad en dos inocentes jugadas a balón parado. Ahí el equipo coruñés afiló el colmillo y se llevó al bolsillo un duelo que supo madurar tras el descanso. El Dépor no para de sumar, aún debe despejar algunas incógnitas en una Segunda que le exigirá al máximo.

Como queriendo diferenciarse más que nunca de unos de sus predecesores, Alcaraz sacó tanto la retaguardia de la cueva en la defensa de las falta laterales que la primera fue una invitación al Dépor. Pedro Sánchez filtró un pase que un enrachado Borja Valle no desaprovechó. Al palo y dentro. 1-0, minuto 8. Los maños protestaron con razón un fuera de juego. El balón parado y los colegiados rescataban a los blanquiazules, aún habría que esperar por el juego. En cambio, menos hubo que aguardar por el empate. Un inocente penalti de Vicente le abrió el cielo al Zaragoza. 1-1, todo volvía a empezar.

Y nada cambiaba. En muchos momentos se veía más sueltos a los visitantes. Vicente se convirtió en el ayudante de Álex y los centrales en la salida de balón. Unas veces por el centro y otras desde la izquierda lo intentaba sin excesivo éxito. Uno de los problemas, además del buen plateamiento de Alcaraz, era que la apuesta de Natxo en el once despojó al equipo de sus futbolistas más dotados para el fútbol de posesión. Pedro Mosquera y Carles Gil se quedaban en el banquillo y el equipo los echaba de menos.

Pero el Dépor pasó el tragó a base de goles. Primero fue otra acción a balón parado en la que el Zaragoza mostraba de nuevo su cara más ingenua, la que le condena a luchar por la supervivencia. Domingos Duarte, letal en ambas áreas, no perdonaba de cabeza, al igual que tampoco lo hacía un enrabietado Quique de penalti. 3-1 y a la caseta. Era casi imposible hacer más con menos.

El Dépor salió tras el descanso con la idea de parecerse lo máximo posible al equipo que siempre ideó Natxo. La pelota se convertía en el objeto de deseo tanto para buscar el 4-1 como para defenderse de las acometidas aragonesas. Con más voluntad que finura, el equipo coruñés fue cociéndose en torno al balón. Los mediocentros crecieron, sobre todo Edu Expósito. Poco a poco fueron esta vez aguantando el tipo a un Zaragoza que necesitaba más vértigo y velocidad en sus transiciones. Se le agotaba el tiempo.

Alcaraz lo sabía e igualaba el encuentro a disputas individuales apuntándose al rombo. Pocas ocasiones de gol hubo para modificar el luminoso. Una tímida de Igbekeme, otra más clara de Borja Valle después de que Eneko Bóveda tardase una etermidad en dar el pase de la muerte. En la primera parte se cansaron de intercambiar golpes y ahora se hartaban de medir la distancia, y no por gusto del Zaragoza.

Todo hacía indicar que los últimos minutos iban a vivirse con nerviosismo en la grada por el precedente del Numancia. No fue así. La bisoñez maña impedía imaginar una fatalidad. Poco o nada se mostraba en ataque y con dos goles de desventaja... Riazor se quedó con las ganas de celebrar el cuarto. No llegó. Por ahora, basta con la victoria, pero hay algo en la cabeza de cada aficionado que le dice que este equipo aún debe definirse. Lo hará ya en 2019.