El deportivismo lleva meses con las orejas tiesas. Nada termina de encajar. Primero, en verano, todo empezó demasiado bien cuando la grada ya se había preparado para ejercitar su paciencia con un proyecto armado desde cero. Después, los continuos y profusos elogios que llegaban del exterior no conllevaban ni una plaza de ascenso ni garantizaban las victorias fuera de casa. Y ahora, el equipo empieza a perder fútbol y pegada, llegan las derrotas y el fortín de Riazor se resquebraja. Demasiadas señales, muchas confusas, algunas frustrantes. La afición, ávida de seguridades tras años de sobresaltos, quiere unir los puntos y construir una historia de felicidad y ascenso. Y no hay manera. Todo con el Dépor tercero, a una victoria de la cabeza y cuando hace nada llevaba tres meses sin perder. ¿Está en crisis?

La inquietud no empieza a rezumar por perder un partido o por sumar seis puntos de los últimos quince. Nadie está libre de un revolcón en Cádiz o es muy probable que si hubiese de jugarse 100 veces el Dépor-Lugo, bajo los parámetros del domingo, habría de ganar 95. No estuvo bien, le sobró para llevarse el triunfo a los puntos con la incómoda salvedad de que no se dedica al boxeo. A pesar de todo, los condicionantes no pueden hacer obviar dos realidades: el equipo se está diluyendo futbolísticamente y a domicilio nunca ha sido capaz de trasladar su versión redonda de Riazor. El segundo problema llegó antes que el primero y acabó causando un efecto contagio. Se abocó al error cero en casa y a los empates cuando enfilaba la carretera y en cuanto descendió su nivel sobre el césped, desaparecieron sus dos redes de seguridad. La preocupación no viene de lo que ha pasado, llega de lo que se ve, de la falta de respuesta y de que en una semana arranca uno de los momentos de exigencia del calendario. La ola está creciendo en este inicio de 2019 y más de uno duda de si está listo para surfearla o se lo va a llevar por delante.

Un problema de nombres, de funcionamiento colectivo y de ausencia de soluciones desde el banquillo. El punto negro del circuito ofensivo está en el rombo. El balompié de los famosos vértices va de salidas de balón limpias, de superioridades por dentro para acabar aprovechando las bandas con delanteros abiertos y laterales galopando. Desde Álex hasta Carles, algo va mal en esa zona en las últimas semanas. Tanto es así que Marí se ha convertido en una de las principales vía de inicio de juego. Mosquera, al que se le mira con lupa, merece una nueva oportunidad, Didier Moreno se ha mostrado como un fichaje intrascendente, Krohn-Delhi tiene que influir en el juego al nivel que exigen su currículum y su caché. El que se salva es Edu Expósito, hoy el único imprescindible. Y, claro, en este puzle faltan tres jugadores que casi cualquier Segunda querría para sí: Carles Gil, Fede Cartabia y Vicente Gómez. El futbolista tenue, el deseado y el ausente.

El valenciano, otra vez a prueba, otra vez discutido. A sus defensores les gusta, sobre todo, lo que podría llegar a ser más que lo que es. Admiran esa gota que destila, debe ser parte del encanto: anhelar lo que es probable que nunca llegue. En la grada también hay muchos que llevan dos años esperándolo, ahora ya sin excesiva fe. Es cierto que ante el Lugo se animó por fin a atacar los espacios y que hay días en los que da claridad a una zona sensible. Pero todo leve, al microscopio. Siempre en cuarentena. Sus dos errores ante Juan Carlos son imperdonables. El Dépor necesita realidades y él aún no lo es. ¿Lo llegará a ser algún día?

Quien tampoco lo es a día de hoy es el argentino. Le pesa la ansiedad del eterno lesionado, del futbolista eléctrico que necesita el contacto con el balón, la rutina de jugar. Tiene la virtud de influir en los partidos de manera instantánea, ante el Lugo no pudo. Natxo, que macera los cambios y que debería ser más influyente en los momentos de duda del equipo, tiene el reto de integrarlo, de ponerlo a jugar sin arriesgarlo. El Dépor, además de identidad, tiene algunos de los nombres de la categoría y no puede permitirse el lujo de prescindir de ellos.

Otro de los grandes de esta Segunda es el grancanario. El domingo se quedó en el banquillo. Mal síntoma. Su rotundo inicio de Liga fue una bocanada de aire fresco, pero en cuanto regresó tras la lesión, se vició su fútbol y el del grupo. Su línea descendente va pareja al bajón blanquiazul. Un proyecto con tal cantidad de recursos debe estar por encima de dependencias, pero por ahora, en el caso del Dépor y Vicente, parece inevitable.