Todo colocación en el campo y en la vida. Pasarán los años y Álex seguirá recordando este último Sporting-Dépor. En un duelo de los que forjan y exigen, fue sin ambages el mejor. Supo gestionar cada parcela del terreno de juego y cada gesto, cada relación personal. Regresaba a la que fue su casa y fue diferencial. Sin alzar la voz, se reivindicó ante unos y otros. Brilló y mandó con el único escudo al pecho que siempre quiso lucir. Y en la alegría tuvo templanza, fue agradecido con quien lo acogió hace solo unos meses. Saber estar. Siempre. Las últimas semanas no han sido fáciles ni para el grupo ni para él. Se le notaba incómodo con la situación, también con el balón. Hubo quien se acordó de Pedro Mosquera ante el atasco en el rombo. Natxo siempre confió, esperó. Y ahora empieza a devolvérselo con ese liderazgo y ese rigor táctico por el que reembolsaría parte de su sueldo cualquier entrenador. Álex siempre ha concebido su carrera en el Dépor como una prueba de fondo. Cambian los condicionantes, llegan las adversidades, él no se detiene. Nadie confiaba en que volviese a Riazor cuando empezó a encadenar una cesión tras otra y lo hizo. Nadie imaginaba que jugase con Oltra cuando acababan de fichar a Borja y fue indiscutible. Nadie contaba con verlo de nuevo de blanquiazul cuando se fue en 2017 al Sporting y ahí está, liderando el proyecto del regreso a Primera. Ahora que empieza a notar el viento favor tampoco pegará ningún volantazo. Sabe que llegarán de nuevo los momentos malos, que esto no ha hecho más que comenzar. No variará el ritmo, no desviará el foco. Él es así, lo que necesita el Dépor.

Durante una hora su luz fue la única que se vio entre las tinieblas en las que movía la media del Dépor. Sin enganche, con Vicente sobrepasado, con Edu entre desasistido y abrumado ante la avalancha gijonesa, el duelo durante una hora y hasta que apareció el mejor Didier Moreno del curso, se jugó bajo los parámetros asturianos. Intensidad, voltaje. El equipo coruñés se salvó a base de pegar como nadie, de salir respondón ante cada embestida rojiblanca y, sobre todo, de administrar como pocos la pelota y la ventaja en esa última media hora. Antes, quiso atraer la presión de su rival para, una vez superadas un par de líneas, marcar la diferencia a campo abierto con sus aviones de las bandas y el remata-todo que tenía en punta. Le faltó nivel, no funcionó. Sucumbió en el intento en repetidas ocasiones y se llevó algún susto con Dani Giménez y sus centrales en el alambre. Eso sí, las pocas veces que vio terreno despejado hizo mucho daño. El renacido Christian estuvo a centímetros de convertirse en bigoleador. Todo llegará.

También debería venir antes del jueves algún fichaje. Ahora que el Dépor asoma la cabeza es el momento de no perderse en lo inmediato, de hacer un análisis global. El esquema de extremos ha reasentado al equipo y le da llegada desde la segunda línea con Fede Cartabia y Borja Valle, pero exige alternativas de las que ahora mismo no dispone. Con el argentino pidiendo el cambio en todos los partidos, Carlos Fernández entre algodones, Carles Gil más fuera que dentro y sin un verdadero goleador que arribe desde la media, la necesidad de, al menos, una contratación es evidente. Un futbolista diferencial que pueda actuar por fuera y por dentro y con gol. Una carta a los Reyes Magos retrasada, también necesaria, porque el resto de rivales por el ascenso se han estado reforzando durante este mes. El Dépor hizo los deberes en verano, pero para regresar a Primera hay que responder ante una evaluación continua.

El nuevo clásico

Camina o revienta. Pasan años y los Sporting-Dépor o viceversa se parecen cada día más a un derbi. Un malentendido, una decepción de esas que no se olvidan en la vida, una alegría grabada a fuego con todo en contra. Una caja de sorpresas, nunca dejan indiferente. La grada aprieta, el corazón se acelera, el equipo se enfrenta a una situación límite. 90 minutos después ya nada será igual. Aquella pesadilla con Estrada Fernández, los goles de Mosquera y Álex. Pocos ambientes mejores para medir al Dépor de Natxo, ese equipo tibio tirando a frío a domicilio que llevaba cuatro meses sin dar una verdadera alegría a su afición cuando se lanzaba a la carretera o se disponía a verlo por televisión. Si realmente quería ascender, era el día de manifestarse. O se hundía o salía a flote. Y, con todas sus imperfecciones y matices, el grupo levantó mano, ya patalea con fuerza hacia la superficie. Un domingo para recordar.