La derrota del domingo contra la Unión Deportiva Las Palmas en Riazor acabó por desnudar todos los males de un Deportivo que desde comienzos de año ha visto especialmente desdibujada la identidad que lo distinguió en el primer tramo de la temporada. Buena parte de esos rasgos eran los que había conseguido imprimir su entrenador, Natxo González, el más damnificado por el tropiezo ante los canarios que descabalga al equipo de los puestos de ascenso directo. El técnico había conseguido dotar al equipo de una estructura reconocible y un patrón de juego que alcanzó su cénit en los partidos como local. El rendimiento a domicilio fue más discreto, pero sirvió para mantener a la vista unas posiciones de privilegio ahora comprometidas. Por aquel entonces el Deportivo funcionaba al ritmo de la sinfonía compuesta por su entrenador, que se apoyó en una serie de solistas escogidos para interpretar su partitura. Ha sido a partir del bajón individual de varios jugadores cuando el colectivo ha empezado a desafinar. Contra Las Palmas chirrió todo, el equipo y unos jugadores perdidos dentro de una propuesta que les parece ajena cuando no hace mucho la tenían perfectamente asimilada.

Bajón individual y desconcierto colectivo. A Natxo se le ha caído el equipo coincidiendo con el mal momento de sus futbolistas más importantes. Del Vicente de comienzos de temporada no hay rastro desde que encadenó varios problemas musculares; Quique, al que se le caían los goles de los bolsillos y necesitaba media oportunidad para marcar un gol, no encuentra el camino hacia la portería rival; Cartabia ahora es intrascendente; y Carlos Fernández no tiene continuidad desde hace tres meses debido a las lesiones. Sin la aportación decisiva de algunos de ellos el Deportivo se ha vuelto vulgar, un conjunto plano y sin ideas, como se pudo constatar el domingo contra Las Palmas.

Las áreas y el vacío en el medio. Para justificar los tropiezos recientes, Natxo González y una parte importante del vestuario se agarraron a la falta de efectividad en el área contraria. Algunos de los empates recientes en Riazor (ante Lugo, Tenerife o Nàstic) se pueden explicar a partir de esa pérdida de acierto o del mal momento que atraviesa Quique González. También por la ausencia de Carlos Fernández, pero en la raíz de todo está la pérdida de protagonismo del equipo en los partidos. El juego se ha resentido y el Deportivo ya no gobierna sus compromisos como lo hacía en el primer tercio del campeonato, especialmente en Riazor. La falta de gol enmascaró un problema que Natxo reconoció el sábado en la víspera de la visita de la Unión Deportiva Las Palmas: se ha perdido "eficiencia". En el "área a área", argumentó el técnico deportivista, el equipo ya no tiene el poso de antes, le falta paciencia para mandar. Sin desequilibrio e individualidades el resultado más probable es el que se vio el domingo. A esos problemas se ha sumado la flojera reciente en los minutos finales de los partidos. El nerviosismo se ha trasladado también a la defensa, hasta hace unas semanas un seguro de vida a partir de la pareja formada por Domingos y Pablo Marí.

La cintura de Natxo. Al igual que cuando el esquema con el rombo comenzó a dar síntomas de agotamiento, la situación actual del equipo exige una reacción desde el banquillo, una mayor de la que ha habido en los partidos recientes. El técnico parece haberse vuelto transparente en un momento que él ha reconocido como el más "delicado" del curso. El domingo volvió a patinar con los cambios, especialmente con el de Mosquera, que entregó el centro del campo al rival en unos minutos decisivos.

El cansancio de Riazor. La mala dinámica reciente ha empezado a erosionar el ambiente en el estadio, ya muy deteriorado por varias temporadas de sinsabores. El llamamiento a los aficionados para llenar el campo en estos compromisos consecutivos en el estadio blanquiazul no surtió efecto y parece que incluso la relación con la grada ha quedado tocada por los últimos resultados. El domingo la entrada volvió a ser pobre (16.244) y los reproches a los jugadores arreciaron.