Un Dépor que supo remontar y alcanzar la gloria en Oviedo. Ahora que titubea el equipo de Natxo le toca visitar una ciudad que le ha deparado al club alegrías y desdichas, pero que también ofrece un precedente que empuja a no rendirse: el proyecto blanquiazul que ascendió en el viejo Carlos Tartiere en 1968. Aquel 21 de abril de hace medio siglo un solitario gol de Morilla y un ejercicio de resistencia y temple le acabaron dando el pasaporte a Primera en la penúltima jornada ante un Oviedo al que obligó a hacer equilibrios para no irse a Tercera en el año de la reestructuración de la categoría. Tenía aquel equipo una notable presencia de coruñeses y gallegos cimentada en parte en el Fabril de Badás que cuatro años antes había estado a punto de subir a Segunda y al que solo apearon tras cuatro partidos, dos de desempate. Manolete, Beci, Cholo o Giráldez se hacían fuertes en el primer equipo en un grupo reforzado por clásicos de la casa como Loureda o Domínguez y por jugadores ya consolidados en el fútbol profesional como Aurre, Joanet, Sertucha, Campanal II o José Luis.

"Empezamos con dudas y nos acabamos reponiendo. Éramos sobre todo un bloque, muy trabajadores, bien armados", esboza Manolete el retrato de un conjunto al que le había tocado ese verano rehacerse entre las cenizas de un nuevo descenso a Segunda División. Era una constante en la agitada vida blanquiazul de la década de los 60. Débil en la élite, fuerte y curtido en el segundo escalón, con el colmillo afilado para volver. No encontraba un lugar en el que asentarse definitivamente.

"Me gritaban 'gafe, gafe' desde la grada", se ríe aún hoy Antonio Giráldez, portero de O Porriño fichado por Rodrigo García Vizoso para el Fabril tras tenerlo a sus órdenes en la selección gallega juvenil y al que esa tarde decisiva en Asturias le tocó situarse bajo palos. "Estuve bastante bien. Un año antes jugué con Cholo ante ellos con el Langreo (habían estado a préstamo) y también les ganamos. Claro que lo recordaban. Aquel día el Oviedo nos dominó bastante, pero aguantamos y tuvimos nuestro momento", puntualiza quien fue una de las apuestas en un mercado de fichajes modesto en el que el club recuperó a ambos y a Beci, que había estado cedido en el Osasuna como parte del traspaso de Sertucha y al que le había echado el ojo un Barça que se quedó con las ganas. Le tocó volver a Riazor y golear. Sus once tantos resultaron claves, aunque aquel día ante el Oviedo fue, en cambio, el asistente de Morilla en el minuto 35. "Fue un gol un poco raro, la acción fue rápida y desde lejos", hace memoria Giráldez. El propio Morilla, que había venido del Tenerife, recordó esa jugada en 110% Blanquiazul, el coleccionable histórico del Dépor editado por LA OPINIÓN: "¡Cómo voy a olvidar ese gol! Lo metí casi desde el medio del campo".

Antes de llegar al climax del pitido final, el Dépor tuvo que sufrir en ese duelo y durante la temporada. En verano perdió capital humano al irse Carlos Pellicer, Santos y Montalvo, este último al Oviedo, aunque el día del ascenso no jugó. Y no solo sufrió en el estío, también en invierno, personal y deportivamente. Antes del fin de 1967 el grupo quedó tocado por el fallecimiento del deportivista Gullón (cedido entonces en el Villarreal) en un accidente de tráfico en Madrid en un vehículo en el que viajaba con algunos deportivistas de aquella plantilla. Días antes el equipo había bajado varios peldaños en la clasificación tras una derrota ante el Europa, que le llevó a ocupar puestos de promoción descenso a Tercera. Acto seguido, nueve partidos sin perder le catapultaron al liderato y desde entonces no abandonó la zona alta. Todo parecía encaminado a dejar el ascenso casi cerrado en la antepenúltima jornada en Riazor ante el Rayo, pero en un anticipo de lo que ocurriría en 1983 los madrileños salieron victoriosos y dejaron al Deportivo sin colchón ante un Valladolid amenazante. Tocaba apretar. El todo o nada en Oviedo y asaltó la banca, gracias en parte al empate pucelano en Badalona.

El esfuerzo y el triunfo agónico dieron paso al regreso triunfal con anécdota incluida. El autocar de los héroes se detuvo en Vilalba como detalle con la peña década de A Terra Chá. De hecho, hoy en día aún conservan los descendientes de sus fundadores una foto del equipo posando delante de la Torre dos Andrade. Tan relajada fue esa parada intermedia que en A Coruña se preocuparon por la tardanza y acabaron llamando a la Guardia Civil para saber si tenían noticias de algún contratiempo en el viaje. Llegada la noche, arribó el vehículo a la plaza de Santa Catalina, donde se encontraba entonces la sede del club, una localización lista para una celebración en la que estuvo presente la figura de Chapela I, lesionado de gravedad unos días antes. Estaba abarrotada la plaza. A los jugadores les costó salir del vehículo y llegar al interior del club. Todos los protagonistas tuvieron que asomarse al balcón para dirigirse a una afición contenta y que anhelaba algo de estabilidad en Primera. Uno de los que habló fue el técnico Eguiluz. "Había que llamarle don Pedro. Eran entrenadores diferentes a los de ahora", apunta Giráldez. Manolete lo recuerda "muy familiar" y valora que conformó "un equipo curioso, sin individualidades que destacasen, pero muy competitivo". Giráldez reconoce que no se caracterizaba por realizar apuestas ofensivas y destaca, sobre todo, a "Beci y sus goles".

El ascenso le sirvió al club para regresar a Primera y para detener el ascensor una temporada, aunque no a Eguiluz para seguir en el cargo. Llegaba Cheché Martín, nacía un nuevo Dépor, pero pocos de aquella generación olvidan aquella tarde de gloria en el antiguo Buenavista.