Milagro en La Romareda. Cuando el Dépor pensaba más en achicar y recuperar el resuello y veía como se le escapaba el ascenso entre los dedos, un gol de Pedro Sánchez le empuja al play off de ascenso y a seguir soñando con estar la próxima temporada en Primera. Ese tanto, en un momento de desesperación y caída, fue una inyección de adrenalina en pleno corazón a un Dépor de mínimos, al que le sigue faltando muchísimo fútbol y al que le cuesta incluso desequilibrar con toda su artillería sobre el césped. Un Zaragoza reservón e inofensivo le puso contra las cuerdas y mostró la costuras del equipo de Martí, aún a medio construir y con lo más difícil por delante. De momento, sigue vivo y revitalizado. La dinámica ha cambiado, nada es imposible.

Al técnico balear le contrataron con las semanas contadas para resucitar al grupo. Un esprint que casi no le permitía ni equivocarse ni experimentar. Un vistazo a su once era la mejor constatación de que había dejado las probetas en casa. Los mismos de Soria con la entrada obligatoria de Marí y la pincelada de Saúl por el desdibujado Caballo en el lateral. Poco debía cambiar sobre la puesta en escena de Soria, salvo esa intención de tener algo más de profundidad por el flanco izquierdo. Salía con todo, nada fue igual a los primeros minutos arrolladores de hace una semana. Alineaba también así a cuatro delanteros y se plantaba en el campo sin miedo al intercambio ni a conceder la pelota y replegarse para intentar hacer daño con espacios. No hubo ocasiones ni tesitura para lucir pegada en ese tramo. En realidad, a los blanquiazules se les notó algo destensados con el equipo un poco largo. El Zaragoza llegaba fácil a las inmediaciones del área, ganaba rechaces en zona comprometidas; solo su bisoñez le impidió golpear. Entre esa dejadez coruñesa y la falta de maldad de los maños, era un duelo casi inmaculado, que no de guante blanco, ya que se registró más de una entrada a destiempo. Ni siquiera hubo oportunidades en esos primeros 20 minutos, salvo un disparo de Álvaro Vázquez, que obligó a emplearse a Dani Giménez.

Poco a poco el Dépor fue despertando. Seguía jugando con fuego en torno a su área, pero esa pegada de peso pluma de su rival y la agrupación de talento en el bando coruñés acabó animándole a mirar portería contraria. Borja Valle fue el que más cerca estuvo de desnivelar el duelo, siempre con Carlos Fernández como mejor socio. El verdadero factor diferencial de este conjunto. Primero, antes del ecuador de la primera parte, con un pase en profundidad, y, al filo del descanso, tras un centro raso al área. Regaló dos goles, no entró ninguno. Casi iba por delante el Dépor haciendo más bien poco. El encuentro ganaba tonalidad blanquiazul con un Zaragoza de más a menos. La segunda parte decidiría.

Daba la impresión de que si los hombres de Martí pisaban un poco el acelerador se iban a llevar el encuentro con relativa facilidad. Esa era la ilusión del deportivismo, el equipo se resistía a dar ese paso al frente. Estuvo lejos de lo que se esperaba de él. El Zaragoza se conformaba con un punto y el Dépor parecía que también. Ese fue su mayor pecado durante muchos minutos. Todas las buenas sensaciones anteriores al descanso desaparecieron. Ni uno ni otro dominaban. Incluso en la última media hora el panorama empezó a ser favorable a los intereses maños, justo cuando el Dépor más quiso.

A partir del 60 pidió la pelota, tocó, se volcó, ya no sobraba el tiempo ni existía esa clarividencia del primer acto. Había ganas, insistencia, poca pericia. El equipo se acabó frustrando y creando un escenario que favorecía a un rival más entero físicamente. Álvaro Vázquez destrozó una y otra vez a Eneko Bóveda y los atacantes zaragozanos llegaban en oleadas, mientras los coruñeses sufrían en el repliegue. Dani Giménez tuvo que multiplicarse en su labor de ángel de la guarda una semana más. Las oportunidades locales iban cayendo como fruta madura y a los coruñeses, con la lengua fuera, les empezaba a dominar la ofuscación. Hasta fallaban pases fáciles.

Y llegó el milagro. Una jugada de paciencia, de saber cruzar la pelota para aprovechar una mala basculación y ahí estaba Pedro Sánchez. Martí puso sobre el césped de inicio a sus cuatro magníficos y le acabó resolviendo por calidad la segunda unidad. Tuvo tiempo de pedir un café el alicantino mientras acomodaba la pelota, su remate fue inapelable. 0-1. A pesar de los pitos que acababa de escuchar de La Romareda, no lo celebró. El resto del deportivismo sí lo hizo, aunque en su fuero interno la mayoría sabía que merecimientos, pocos o ninguno. Era el momento de cobrarse muchas tardes de mala suerte, de balones que se marchaban por mílimetros. Ahora toca regresar a Riazor y comprar boletos para subir, también por fútbol. Se acumulan las reválidas, espacio soñar.