Poco queda de aquel Fede Cartabia robusto que emergió con Víctor Sánchez del Amo. De mente despejada fue la única madera a la que pudo agarrarse el deportivismo en aquel Titanic de segunda vuelta con un vestuario consumido por guerras personales. Él, ese eterno proyecto de futbolista desequilibrante y vistoso, había encontrado su ecosistema y dejaba entrever por fin algo de ese enorme potencial que siempre parece esconder, un tesoro perdido y hoy en día aún sin mapa a mano. Tuvo que pasar un año de penitencia entre Valencia y Braga, mientras Riazor aguardaba ansioso su regreso, a casa. De toda aquella expectación poco o nada queda hoy, de todo aquel potencial poco rastro sigue presente. El argentino ha reconocido recibir mucho más cariño de la grada de Riazor del que merece por sus méritos. Esta temporada parecía la perfecta para resurgir, para hacerse enorme e incontestable en una Segunda División que, en teoría, se le quedaba pequeña. ¿Dónde está? ¿Hasta dónde llega la fe que sigue teniendo el deportivismo en él? Siempre hay que dar tiempo y espacio al talento para que brote, pero ¿hasta cuándo?

Las lesiones han sido su martirio. Más de una vez ha llorado de impotencia, incluso sobre el césped. En los primeros meses de la temporada se le podía encontrar con mayor facilidad en una camilla de Abegondo o correteando en zapatillas deportivas en torno al verde de la ciudad deportiva. Un bloqueo físico y también mental. Sus regresos eran siempre con miedo, midiendo cada gesto para no repetir calvario. Se sentía mediatizado cuando precisamente su fútbol es desequilibrio, potencia, alegría, liberación. Lo peor que le podía pasar. Cualquiera entendería todos esos atenuantes que desde hace algún tiempo han empezado a perder fuerza. Sin librarse de algún susto por el medio, Fede Cartabia lleva casi una vuelta disponible, desde la jornada 18, desde el partido de Cádiz. Acumula ya 26 duelos disputados esta temporada. No se encuentra. Esa debilidad física se ha instalado también en su cabeza. La marcha errática del equipo tampoco le ayuda y ha llegado a confesar que personalmente atraviesa por dificultades. En definitiva, todo se junta. No es lo que era, ni mucho menos se acerca al rol que tenía asignado esta temporada. Carmelo peleó con fuerza este verano para que se acabase quedando. Con Natxo le costó al principio encontrar su sitio en la rigidez del rombo. La apuesta de Martí con espacios, velocidad y vértigo sí que le favorece. No encajó en ningún puzle, tampoco en el nuevo. A veces se le ve incluso desconectado del circuito de juego del equipo. El Dépor, débil y apurado en la recta final, lo necesita.

Martí se entregó en las últimas semanas a una apuesta ofensiva con cuatro futbolistas con alma de delanteros. Solo le ha dado pinceladas en esta resurrección. Se cayó Borja Valle, entró Nahuel. Nada más. Con los extremos buscando superioridades por dentro, con Álex multiplicándose en las ayudas y entregado a las batutas de Edu y Carlos, el equipo sobrevive. Se siente más fuerte en el cara a cara, no deja de moverse en el alambre. Eso sí, no se parece en nada a aquel equipo robusto de Natxo de los primeros partidos en Riazor. Dominaba la escena con mano de hierro. Ahora va al intercambio, se expone y no siempre acaba viendo a su rival en la lona. En ese Dépor partido y del talento arriba, levanta la mano también algún que otro secundario. Hace una semana fue Pedro Sánchez y el domingo le tocó a Eneko Bóveda, el mejor de la tarde. Ayudó arriba y abajo, lidió con la estrella visitante y se vio por fin el poso de ese lateral curtido que llegó a A Coruña para ofrecer seguridades.

Va a sufrir

El Dépor está en la lucha por ascender. No es poco si se atiende a su situación hace menos de un mes. De lo que no se va a librar es de sufrir hasta el último suspiro. Su recuperación es débil, se le agota el tiempo para ir saliendo de esa anemia. La pelea por entrar entre los elegidos es del aquí y el ahora. Su duelo contra el Cádiz sirvió también para medirle con sus rivales en un hipotético play off. Compite, va justo y sus contrincantes tienen la misma o más dinamita que él arriba. Carlos y Quique imponen, no menos que Machis o Manu Vallejo. Da la sensación de que, llegado el momento de batirse a cara o cruz en las eliminatorias definitivas, su mayor déficit sería mental. Otra vez le igualaron en Riazor cuando estaba en ventaja, otra vez se marchó sin la victoria. Al igual que ocurre con Fede Cartabia, las mayores barreras que frenan al Dépor están, sobre todo, en su cabeza.