La historia del Dépor en esta Liga aún tiene un final abierto. Pero es probable que con el paso de las semanas el deportivismo eche cuentas y la vista atrás y repare en que su equipo dimitió en Lugo. Cayó ante un rival, en teoría, muy inferior, sobre todo porque se expuso a ello. Dejó pasar el partido sin que le rozase a la espera de que su calidad, una jugada aislada le resolviese la papeleta. La derrota le puede alcanzar a cualquiera, nadie está a salvo. Forma parte del juego. Lo que no se debe consentir es no comparecer sobre el terreno de juego, que no se perciba en ningún momento que se estaba jugando el ascenso, que la necesidad le apretaba. Este Dépor lleva meses coleccionando una buena cantidad de pecados, pero hoy le desnudan sobre todo la desidia y la soberbia. El deportivismo no merece algo así. Tiene tres partidos para arreglar el desastre, pero lo que se percibe desde hace tiempo es que no tiene el cuajo de un equipo preparado y concienciado para ascender a Primera.

El domingo parecía propicio. Mallorca y Oviedo apretaban por arriba y por abajo, pero un conformista Cádiz acababa de agradecer el empate ante Osasuna. Había jugado con la calculadora en la mano y el resultado le ofrecía al Dépor la opción de acabar la jornada en zona de play off. Debía ganar a un Lugo que ni siquiera necesitaba imponerse para librarse momentaneamente de la quema porque acababa de perder el Rayo Majadahonda. Todo pintaba de maravilla con el viento a favor de una buen oportunidad, la compañía del deportivismo en las gradas y el fútbol de un Lugo que entraba al intercambio, que daba aire a los coruñeses para crear en ataque. Ni así. El equipo coruñés dejó marchar el primer acto, esa opción de engancharse a la zona de privilegio como quien ve pasar el tren delante de sus narices sin ni siquiera inmutarse. Las defensas abiertas le favorecían, su superioridad técnica le ayudaba, pero le fue imposible elegir bien en los últimos metros. Inoperancia. Fede Cartabia y Nahuel se hartaron de tomar malas decisiones, como siempre. Quique tampoco tenía su día. Y Carlos era el único que lo intentaba, que buscaba filtrar un pase, al igual que Edu, pero eran inútiles todos los intentos. Martí salía con la guardia abierta, no aprovechaba su supuesta mayor pegada. No es menor la capacidad de este Dépor para, en ocasiones, pasar de puntillas sobre los encuentros, para parecer desconectado. El 4-2-4 es, por momentos, inocuo. No desequilibra arriba y le hace vulnerable atrás. Mal cóctel para el tramo decisivo de la temporada.

Solo la bisoñez del propio Lugo evitó algún susto mayor. Por derecha, por izquierda. Llegaba fácil aprovechándose de la fragilidad coruñesa en las bandas. Álex se multiplicaba en las ayudas para tapar los agujeros dejados por los argentinos, no siempre llegaba. Los centrales y Dani Giménez estuvieron finos despejando y atajando balones con Manu Barreiro e Iriome al acecho. El canario fue el que más cerca estuvo de marcar en ese tramo en un saque de esquina. Esa jugada y dos penaltis reclamados, uno en cada área, fueron lo más destacado en un primer acto que fue de más a menos. Del vértigo del inicio al formol de los minutos previos al descanso. El Dépor seguía posponiéndolo, esperando que le cayese una oportunidad de oro. Aún no asaltaba la banca.

La segunda parte empezó bajo los mismos parámetros. El Dépor no subía ni media marcha ni iba a por el partido. Seguía destensado defendiendo y algunas pérdidas le estaban comprometiendo en las salidas, le hacía vulnerable en el repliegue hasta que lo pagó. Lazo fue el ejecutor, ya había avisado con un disparo anterior. El gol llegó para los locales, antes pudo haber hecho la diferencia Edu Expósito. Su lanzamiento hizo temblar el travesaño, salió cruz. El Depor no había salido a por un duelo que comenzaba a engullirlo. Se lo estaba ganando. Los partidos no tocan en una tombola, se ganan por merecimientos.

Tras el tanto llegaron las prisas para un Dépor, que aún así le costó acelerar, aún seguía aletargado. Martí, tan congelado como su equipo, retrasó de manera inexplicable los cambios manteniendo en el campo a los desastrosos Nahuel y Fede Cartabia y reservando para los últimos minutos a un Christian que hubiera sido un buen recurso ante un Lugo cómodo en el repliegue. Los rojiblancos, como ya ocurrió en la ida, se entregaron al otro fútbol con infinidad de pérdidas de tiempo, con futbolistas acalambrados sobre el césped a falta de media hora. Entendible, poco elegante.

El Lugo no hizo mucho más, le llegó. El Dépor le entregó un partido en el que tampoco hubiese sido extraño ver un empate. De hecho, el gol anulado a Carlos en los últimos minutos debió haber subido al marcador. El punto habría ayudado al Dépor sin duda, habría sido también una nueva coartada. Quedan tres semanas en las que ya no se puede esconder. Primera parada, el próximo lunes. Riazor y él, Riazor y un rival directo. En una semana se sabrá casi todo sobre el futuro de este equipo, que por ahora apunta a seguir en Segunda División. No ha hecho méritos para mucho más.