El próximo lunes se comprobará si el Deportivo sigue vivo o si la competición se acabó, cuando falten dos jornadas para que concluya la liga regular. En este decisivo partido se topará con el Mallorca, uno de los equipos que tienen casi garantizada una plaza en los puestos de la promoción de ascenso; un conjunto al que por aquí se le recuerda porque hace poco más de 36 años logró el ascenso a Primera División a través de Riazor; porque aquí, en el coliseo coruñés, el conjunto dirigido entonces por Arsenio Iglesias no fue capaz de puntuar ante el Rayo Vallecano en la última jornada de la campaña 1982-83. Un empate supondría el regreso a la elite para los blanquiazules; ganó el Rayo y el equipo balear celebró en Madrid un ascenso con el que no contaba.

El Deportivo ascendía con un punto. Era tercero, empatado con los bermellones, segundos, y con una ventaja mínima sobre el Cádiz „las victorias se contaban por dos puntos„ al que superaba en el golaverage particular. En la última jornada los amarillos vencieron en su campo al Elche y el Mallorca perdió en su visita al Castilla. Baleares y coruñeses eran favoritos para acompañar al Murcia en el ascenso a Primera, pero primero falló el Mallorca, cuyo partido acabó unos minutos antes que el de Riazor; después cayó el Deportivo y los futbolistas mallorquinistas celebraron el ascenso sobre el césped de la ciudad deportiva del Madrid.

En aquella temporada los deportivistas se habían mostrado muy fuertes en Riazor, donde había ganado dieciséis de los dieciocho partidos que habían disputado. Solo habían vencido dos equipos, el Murcia, líder indiscutible, y el Palencia. Claro que los castellanos se beneficiaron del arbitraje del andaluz Caetano Bueno, uno de los colegiados que en aquella época de los años ochenta dejó su huella en Riazor. En siete minutos expulsó a tres deportivistas, Traba, José Luis y Marro. Los blanquiazules jugaron con ocho futbolistas desde el minuto 49 y con la obligación de intentar remontar un gol adverso. Al final perdieron por dos (0-2).

Era la primera derrota en casa, después llegó la del Murcia, pero los números que mostraba en Riazor eran apabullantes, suficientes para pensar en que el regreso a Primera era un hecho. Además, enfrente estaba un adversario que no se jugaba nada y que era recordado con cariño en A Coruña, el Rayo Vallecano, ese equipo ante el que el Deportivo había logrado su último ascenso a Primera (1971) con el famoso gol de Beci. Sin embargo, los arlequinados se pusieron con dos goles de ventaja al inicio de la segunda parte y Ballesta solo pudo recortar la diferencia, un tanto que resultó insuficiente. Como se decía entonces, y como todavía recuerdan algunos ahora, fue un partido "contra un equipo que no e jugaba nada y arbitrado por un árbitro que ya se retiraba". El colegiado era el canario Yuste González. Arbitraje casi perfecto. Y el Mallorca ascendió a 600 kilómetros, pero desde Riazor.

Fue uno de los partidos que mayor disgusto causó al deportivismo en esa época. Se cumplían diez años desde el último partido del equipo coruñés en Primera División, una década en la que los blanquiazules descendieron de Primera a Segunda y de la categoría de plata a Tercera en solo dos años, con otro descenso a la recién creada Segunda B, en la que militó en la temporada 1980-81. De ser el equipo ascensor entre las dos primeras divisiones en la década de los sesenta, el Deportivo se convirtió en un inquilino asiduo de Segunda. Y en ese curso 1982-83, con el nuevo Riazor estrenado para acoger tres partidos del Mundial de España, el cuadro coruñés tenía la oportunidad de regresar entre los grandes, y de nuevo de la mano de Arsenio Iglesias, que había regresado al banquillo de Riazor tras su exitoso paso por el Hércules de Alicante, el Zaragoza y el Almería.

Aquel último partido, disputado el 21 de mayo de 1983, fue la primera oportunidad real de que el Deportivo volviese a Primera. También la más clara. perduran todavía las imágenes de unos futbolistas desesperados y desbocados por conseguir el ansiado segundo gol, en la segunda parte, y también las que posteriormente se pudieron presenciar en televisión, con los jugadores del Mallorca sentados, tirados, en el césped de la ciudad deportiva del Madrid aguardando a que concluyese el partido de Riazor „un único gol lo cambiaba todo„ y de repente abrazados y celebrando un ascenso con el que ya no contaban.

Fue el gran triunfo del Mallorca en Riazor, un campo en el que como visitante ganó dos veces como equipo de Segunda y otras dos cuando los partidos eran de Primera. Eso sí, en la máxima categoría puntuó en la mitad de los encuentros; y en Segunda lo hizo en diez de sus 18 visitas. En la máxima categoría el equipo balear perdió cinco, empató tres y ganó dos; en Segunda, perdió ocho, empató ocho y ganó dos.