"De niño solo quería jugar a la pelota. Rompía tantos zapatos que mi padre empezó a comprarme zuecos. Al principio me daba reparo salir a la calle con ellos, luego ya no quería otra cosa. Eso sí, destrozaba unos por día". Del niño de la cuesta de San Agustín que "lataba" por el fútbol al interior exquisito que inició la escuela del jugador coruñés. Del adolescente que le ganó una apuesta a su padre batiendo a Zamora en el Parque de Riazoral aún récordman goleador en un partido con la Selección Española. Uno y mil Chachos (Eduardo González Valiño, A Coruña-1911) los que se revelan en una joya escondida en el archivo de Radio Nacional de España. Una entrevista de unos 25 minutos realizada en 1973 en el programa España Viva que arroja luz sobre el primer mundialista del fútbol, el coruñés que vivió en primera persona la batalla de Florencia, ese Italia-España (1-0) del Mundial de 1934FlorenciaItalia-EspañaMundial de 1934, que hoy cumple 85 años.

"En la afición del Dépor había una división de opiniones, unos eran chachistas y otros antichachistas". González Valiño no rehúye ninguna cuestión. Más de tres décadas después de que colgase las botas, tenía entonces aún muy presente la controversia que generaba su fútbol, uno de tantos jugadores con talento a los que se ponía bajo sospecha. "Si se quiere, yo tenía una forma de jugar un poco lenta, pero lenta en movimientos, en mi desplazamiento en el campo. A pesar de eso, era de los más rápidos que había porque yo por lo regular jugaba la pelota al primer toque. Y, claro está: el balón corre mucho más que el jugador", sentencia. En un fútbol de dribladores y más directo, él ponía la pausa, el primer toque, un estilo propio que modeló "un entrenador del Ferrolán", uno de sus primeros equipos. "En mis principios todo era driblar y driblar. Yo era de esos: o me quitaban la pelota o me metía en la portería contraria. Era individualista, pero me acabó gustando más el juego de conjunto".

No todo el mundo le entendía, a pesar de ser el jugador más destacado de su generación en Riazor. Aquella frase de "Ay, Chachiño, si tú quisieras" le persiguió siempre, aunque él tenía su particular visión de todo aquello: "Eso fue cosa de un periodista que no sé si me lo hizo por hacerme el bien o por hacerme el mal, pero me hizo más mal que bien. Al principio decían que si era endeble, luego que si tenía miedo, más adelante que era indolente. Al final era que yo jugaba cuando quería. Y cuando no se ganaba o jugaba mal era que yo no había querido", argumenta con sorna.

Llegada al Dépor

Antes de llegar a la selección española, al Atlético y a dividir a Riazor, las calles y las plazas de A Coruña veían a un irredente proyecto de futbolista detrás de una pelota que no paraba de hacer maravillas. Como otros muchos, aquel niño, admirador de "Ramón González" no escapó a la mirada de Rodrigo. "Él aún jugaba en el Dépor y fue el que me llevó estando yo en el Varela Silvari. Me probaron y me ficharon. Recuerdo que fueron los primeros 20 duros que gané en mi vida. ¿Una ficha elevada? Para mí en aquel momento desde luego que lo era", recuerda entre risas. Pronto se quedó en nada esa cantidad tras una gran actuación y un gol ante el Espanyol de Zamora, otro de sus ídolos junto a Samitier: "Mi padre, cuando se enteró de que iba a jugar, me apostó a que no le hacía un gol a Zamora. Yo acepté, claro, no perdía nada. Marqué y él ya no esperó al final del partido: al descanso vino a la caseta y me dio el dinero. Eso sí, al llegar a casa por la noche me dijo que no había jugado un pimiento".

Chacho había llegado para quedarse y para llamar a las puertas de la selección española. Aún siguen vigentes esos 6 goles que le marcó a Bulgaría (13-0) el 21 de mayo de 1933 en su debut internacional. Ese día se llevó una alegría, pero también le quedó un resquemor. El Dépor le había estado poniendo palos en la rueda en su salto al combinado nacional. "El seleccionador (José María Mateos) ya me había seleccionado antes, pero en el Dépor le habían dicho que yo estaba lesionado. Y no había tal lesión y yo ni me enteré siquiera. Tras acabar aquel partido (el de los seis goles) Mateos me dice: 'Usted, ¿qué? ¿Tenía miedo de debutar como internacional?'. Mi asombro fue tremendo, le dije que por qué iba a tener miedo. Me explicó que a él siempre le decían que estaba lesionado y luego veía que jugaba con el Dépor", explica antes de dar lustre a lo conseguido en aquel partido aún histórico.

"Los búlgaros tenían buen juego, pero debían estar acostumbrados a jugar en terreno seco y aquel día llovió a torrentes en Madrid y no debían conocer muy bien el bote de balón: patinaba, no botaba con tanta agua. Con esas goleadas todo el mundo dice que los del equipo contrario son unos mantas. Yo no vi tal cosa, lo que sí vi es que España tenía en aquella época muy buenos jugadores", avanza mientras recita un once de aquella época: "Zamora, Ciriaco, Quincoces, Marculeta, Muguerza, Cilaurren, Ventolrà, Regueiro, Elícegui, Chacho y Bosch".

A pesar de haber sufrido una grave lesión de menisco "jugando con unos niños en Calatayud" en una concentración del Dépor, su progresión le hizo llamar la atención de equipos de Primera. Él acabó en el Atlético y otro deportivista, Diz, su compañero de ala, "el cohete azul" como él le llamaba, en el Madrid. La Guerra Civil, que vivió en requisa y en el frente sin ningún percance, le devolvió a A Coruña y a su término ya empezó a ver el fútbol de otra manera. "Se interesaron por mí el Dépor y el Atlético, pero yo al Dépor lo que le pedí fue un empleo. Jugué dos años con la libertad en la mano hasta que tuve el trabajo. Al principio después de la Guerra ni se cobraba", explica. Se retiró en la "temporada 48-49", porque ya se le "pasaba la edad", aunque admite que "podría haber seguido jugando un par de añitos más, pero en otro puesto, no en el de interior, ya que en ese había que trabajar mucho y las facultades ya faltaban".

Sin divismos

En 1973, cuando se realiza esta entrevista de RNE que se puede escuchar en la exposición Valor e Mestría que estará en el Gaiás hasta el 1 de septiembreValor e MestríaGaiás, ya veía el fútbol con cierta distancia. Reconoce no lo echa de menos, que acude a ver los partidos "con sangre fría", sin alterarse y relata una relación con su antigua profesión lejos del divismo. "No me vanaglorio del fútbol, no le doy importancia. Yo prefería tener amistades de fuera", apunta. Ni siquiera lamentaba no haber sido profesional unos años más tarde para haber vivido de manera más holgada: "Económicamente el fútbol no ha cambiado tanto, lo que pasa es que ha subido la vida. Ya antes los futbolistas eran ricos, pero no se ganaban millones, ahora sí. Yo, por ejemplo acumulé capital de 300.000 pesetas, entonces era mucho".

Se despide deseando "que la vida siga igual, que mejore un poco y poco más". Testimonio de seis años antes de fallecer que ahora recobra vigencia. Chacho esclarece de viva voz algunos de los puntos centrales de la carrera del inaugurador de la escuela coruñesa del fino interior, del primer mundialista gallego.