Una temporada de torcer el gesto y de desconfianza entre el deportivismo, una temporada que puede acabar en doble ascenso. El femenino y el masculino. El fútbol no deja de ser caprichoso y colocar en encrucijadas. Casi lo único que tiene el Dépor ahora mismo es tiempo, una oportunidad, una leve llama de esperanza encendida y un punto. Un tesoro, un arma de doble filo. La historia blanquiazul y más su trayectoria reciente le han convertido en un maestro en aparecer cuando menos se le espera y más se le subestima y en fallar oportunidades en bandeja de plata. En solo tres días saltará al césped de Riazor, toda una vida para recrearlo en su cabeza. Un choque que debería ser un punto seguido y que se tiene que jugar desde mil ópticas y en mil escenarios. Todo pillado por alfileres, todo con un cambio de guardia en la plaza de Pontevedra, todo tan Dépor...

El equipo ha hecho un viaje futbolístico esta temporada paralelo a su discurrir personal y mental. De apostar por el técnico de moda en Segunda, plagar su once de pivotes, controlar con mano de hierro los partidos y jugar con cartas marcadas a lanzar la baraja por los aires, plantear una ruleta rusa sobre el terreno de juego, poner sobre el césped a cuatro futbolistas con alma de delanteros y vivir al día con José Luis Martí. Un entrenador con un credo en las antípodas de la configuración de la plantilla. Y aun así ha reaccionado, y aun así sigue en la pelea. A su manera, claro. Imperfecto, tropezando en cada piedra, ganando dos partidos en casa en toda la segunda vuelta, sin encadenar nueve de nueve puntos en toda la Liga. Es un Dépor volátil, a veces hasta inflamable, que da la sensación de haberse acompasado al latido ansioso de su hinchada. Lejos queda ese conjunto pausado, masticado; un espejismo. Tampoco se le puede culpar al nuevo técnico de una metamorfosis sobrevenida, no se le puede pedir al recién llegado un equipo de autor cuando llegó con la soga al cuello y el horizonte en sus narices. Su predecesor tuvo meses y meses para trabajar y acabó marchándose con el equipo en caída libre. Este es el Dépor que tenemos, es lo que hay. La dosis de realismo tampoco anula la crítica, esa sensación de grupo fallón, destensado, endeble y largo, circunstancial, expuesto a cualquier mínima ráfaga. Nada es mentira. También es cierto que las circunstancias y el golpe de riñón de las últimas jornadas le dan margen para una tregua, para otorgarle ese respiro que también debería concederse el deportivismo a sí mismo de vez en cuando. Es terapéutico, ojalá.

El partido de Elche es un ejemplo de su aguante, de sus imperfecciones, de esa llegada a meta con la lengua fuera. Este Deportivo está lleno hándicaps y condicionantes, pero debió golear este pasado domingo en el Martínez Valero. Una docena de ocasiones desperdiciadas, tres balones repelidos sobre la línea. Un conjunto hecho para demoler y últimamente tan inútil ante la portería contraria. El grupo blanquiazul tiene el play off de ascenso a Primera División ante sí, pero es tan capaz de quedarse en el camino como imposible es darlo por muerto. Las sensaciones que desprende en este 2019 tampoco se pueden ocultar: son las de un proyecto sin el cuajo suficiente para subir, al que algo le falta. Depende tanto del viento a favor, de sus individualidades, de una mejoría exprés... Depende de tantas cosas...

El virus FIFA

Un ascenso tiene tantas caras que el Dépor se ha encontrado de repente con un aliado inesperado: el virus FIFA. La desgracia de José Antonio Reyes pospuso de manera lógica la jornada al martes y dejó en fuera de juego a los cadistas Darwin Machís y Manu Vallejo. Cuesta visualizar la derrota amarilla ante el Extremadura en el Ramón de Carranza con ambos sobre el césped. En el Deportivo, para bien, nada se mueve. Los rezos para que Carlos Fernández se quedase y fuese desterrado de la sub 21surtieron efecto. Nadie saldrá de Riazor. Una bendición que deja sin efecto también cualquier tipo de excusas. El lanzado Málaga perderá en breve a N'Diaye. Toda ayuda es poca para un equipo coruñés que ahora sí mira de frente al play off, lo tiene en su mano, quiere por fin merecérselo y, de paso, quemar de nuevo el meigallo. Soñar es gratis, siempre paso a paso.