No hay nada más inquietante y que empuje más a la reflexión que encontrarse en este callejón que es el play off con Víctor Sánchez del Amo. No hay escapatoria. Ni física ni mental. Con el que se pudo construir, con el que se empezó a resquebrajar todo. Como toda ruptura de una relación nociva, era inevitable y ambos imaginaban, por puro amor propio, un futuro mejor por separado. Lo primero es cierto y lo segundo está por ver. El cruce por el ascenso determinará en gran parte si es posible superar un listón que ha ido repetidas veces al suelo para todos en los últimos tres años. Víctor, un técnico que ha demostrado que funciona mejor a corto que a medio plazo, es un entrenador versátil que supo entender y reactivar a aquel Dépor nada más pisar el vestuario de Abegondo. Algo parecido ha ocurrido en Málaga. Y, además, siempre da la sensación de que tiene una emboscada táctica preparada. En A Coruña, agarrado a un Lucas superlativo, nadie estuvo tan cerca en los últimos años de dar estabilidad al caliente banquillo de Riazor. Tiene su mérito. Con matices, todos los males de entonces se siguen pagando hoy. Solo le perdió al madrileño la falta de mano izquierda, la gestión a largo plazo de un vestuario gangrenado al que se consintió y en el que no se amputó lo suficiente. El problema para el Dépor es que todo se decidirá ya, a partir de mañana, no en meses, y ahí el madrileño es muy bueno. Su Málaga se ha plantado en las rondas decisivas como un conjunto en crecimiento, que cree, y que por momentos se dibuja pletórico. Seguridades frente a dudas. El Dépor, en cambio, se muestra un tanto anémico y frágil y exhibe una supuesta recuperación aún por testar ante un rival de verdad, de los que le exijan. Una eliminatoria, un melón por abrir.

El Dépor está mejor que hace un mes. Nadie lo duda. Solo queda la incógnita para este play off de si su mejoría, más afianzada en un cambio de dinámica que en un crecimiento futbolístico, será suficiente, si aún dará algunos pasos más en ese repunte o llegó a un límite que creó una ensoñación: volver de inmediato a Primera División. En el Pleistoceno queda ya aquel equipo redondo de los últimos meses de 2018 que avasallaba. El deportivismo se ha adaptado ya a la nueva realidad, a un conjunto lleno de imperfecciones e inestabilidad. Aun así, es inevitable echar la vista atrás y preguntarse en qué cajón dejó guardado todo aquel fútbol que exhibía; incluso más de un deportivista anhela que, de repente, todo vuelva a florecer. Es que lo lleva dentro...

Esa involución a la que se ha puesto freno es tan desconcertante que las razones de la caída apuntan, sobre todo, a un problema mental, a un bloqueo. En ese sentido, no viene nada mal esa pseudocelebración del sábado en Riazor, ese aire renovado, esa sensación de que el equipo está por primera vez 100% arropado y empujado. Hay quien vio excesivos los gestos y es entendible, pero el fútbol tiene un componente de unión y de conjura que muchas veces se olvida entre tantas filias y fobias y cuitas personales. El Dépor se muestra aún débil sobre el césped y le pasa un poco lo mismo socialmente. Y cualquier refuerzo es poco. No hay nada que una más que las victorias, pero sobre todo el club necesita una tregua. Mínima y casi apuntalada, parece que la tiene. Ahora hay que saber gestionar tantos sentimientos, a una masa a flor de piel y en la que el desencanto no deja de subyacer. La ilusión por ascender es imprescindible pero en un club tan inestable y ciclotímico en los últimos años hay que saber gestionar un material casi inflamable. Hay que controlar esa energía y, sobre todo, que no produzca un efecto boomerang y que te acabe golpeando con más fuerza que nunca en los fuciños. Sobre el césped y en la grada.

Precedente balear

El penalti de Carlos ante el Mallorca produjo tal estallido en Riazor que es difícil reparar con cierto sosiego y distancia en los minutos previos al gol. El Dépor, largo como un chicle y roto por el cansancio, el esfuerzo y lo fallado, se deshilachaba ante un rival de la zona alta que rondaba con mayor insistencia el gol. En la agonía del final y ante la posibilidad de decir adiós al ascenso, Nahuel y el sevillano cogieron la mano de un Dépor hundido y todo pasó a un segundo plano. Pero esa última media hora debe servir de lección ante lo que viene. El Dépor debe ser mañana un equipo eficaz y, en la medida de lo posible, armarse mejor para los últimos minutos. Es el debe de Martí en este tiempo: su apuesta debe dar una mayor sensación de consistencia, imprescindible para un play off de ascenso. Dos finales a 180 minutos, no a un único partido.