Fuego en A Coruña, fuego en Málaga. Todos querían incendiar la eliminatoria y al final el que acabó helando La Rosaleda, silenciándola fue el Dépor en un partido en el que fue más roca que nunca. Impenetrable. La suerte le sonrió en los disparos de Ontiveros y Harper y acabó empequeñeciendo a un Málaga que arrancó queriéndose comer el mundo y terminó no sabiendo por donde meterle mano a su rival. Si alguien ejemplifica ese espirítu de equipo y de competividad que muestra este vestuario en las últimas semanas, ese es Álex Bergantiños y él se llevó la gloria del gol. Es imposible desligar el componente de suerte de ese tanto tras la pifia de Munir, pero en parte acabó cayendo por su propio peso después de que el grupo coruñés supiese achicar primero y macerar después el duelo. Lo tenía donde quería. Le bajó y le bajó las pulsaciones hasta dejarlas a cero. Martí sale reforzado, el vestuario también. El sueño del ascenso sigue vivo. Tan cerca, tan lejos.

Málaga llevaba unos días en ebullición y La Rosaleda no iba a ser menos. En la previa y en los primeros minutos. Lleno hasta la bandera, cánticos, calor, empuje. Los malacitanos habían creado el ambiente propicio y ahora solo les quedaba hacer efectiva toda esa escenográfica, todo ese aliento, hacerla tangible sobre el terreno. Y en los primeros minutos estuvieron a punto. Más que el once hiperofensivo de Víctor o ese aliento, lo que dio alas a los locales fue Ontiveros. Martí tenía claro que todas las precauciones eran pocas ante sus diagonales hacia dentro y sus misiles y por eso estaban pendientes Bóveda, Pedro y hasta Álex. Aún así, a veces se escapaba de esa triple vigilancia. Pocas veces lo hizo, pero tuvo la pericia suficiente para mandar dos balones a los palos. Dos golpes al corazón de cualquier deportivista con Dani Giménez ya vencido. El equipo coruñés salió vivo, no es poco.

El Dépor en ese primer acto desprendió sensaciones contrapuestas. Defendía demasiado atrás y no le duraba la pelota, con lo que se hartó de correr tras ella y de achicar, pero en realidad tampoco sufrió en exceso su guardameta, más allá de los fogonazos de Ontiveros. Mucho toque, poca llegada magra. Le faltó al Dépor en ese periodo un poco más de finura en la circulación, aunque tuvo alguna fase de mérito. La apuesta de su técnico iba por ahí dando descanso a Fede y Borja Valle e introduciendo a Vicente para amasar la pelota. No le salió muy bien. Tuvo alguna ocasión en la que se descolgó el canario y se asoció con Edu, Carlos y Nahuel. Le faltó colmillo al ataque deportivista. Su mente estaba más en mantener el fuerte que en buscar la portería contraria. Comprensible, un peligro.

Y en eso no falló. El 0-0 era un tesoro. Les acompañó la suerte, seguían vivos, aunque de los sobresaltos nadie libraba a la hinchada. El equipo coruñés debía seguir en la misma línea, tener más el balón y rematar las jugadas para evitar contras y sobresaltos. Pronto llegarían los refuerzos desde el banquillo.

Fue un partido jugado hoy y disputado también el pasado pasado miércoles. Los cambios tras el descanso se aceleraron, no el duelo. Las sustituciones de Víctor para buscar huecos en el blindaje coruñés y las de Martí para dar aire a un equipo castigado por el esfuerzo extremo en cuatro días. Harper falló la más clara ante Dani Giménez a los pocos minutos. Ahí empezó a irse del partido el conjunto local, al que también le hicieron daño los fallos de Ontiveros. Siempre caía cruz.

A partir de entonces fue un ejercicio de ofuscación de los malacitanos, que se empecinaban en la típica jugada de su estrella (de fuera a adentro y disparo), que ya tenía aprendida la zaga blanquiazul. También abusaba de un fútbol directo que no le beneficiaba en exceso. Una parada del meta coruñés a un disparo de Blanco Leschuk desde la frontal completaba el escaso bagaje andaluz en el segundo acto.

A medida que el Málaga se empequeñecía crecía el Dépor, agarrado sobre todo a un Fede Cartabia, al que le vino de maravilla el encuentro de ida, esa segunda parte liberadora. Está lejos de lo que puede dar, pero su confianza se ha disparado. Quiso la pelota, la puso en formol. Quizás le faltó algo de verticalidad para matar antes del encuentro, pero ni eso hizo falta.

La gloria con matices quedó reservada para Álex. Es casi imposible la alegría plena viendo las lágrimas de Munir tras el fallo, pero pocos se lo merecen más que el capitán. Se cansa de achicar, se cansa de ser un gregario, se cansa de poner al grupo y al club por delante de sus preferencias, y no está mal que algún día acapare los focos. Y no solo ante el Barça. Los 400 de Málaga lo celebraron a lo grande. Queda una semana de emociones fuertes y de controlar la euforia. Y el Dépor está ahí. Disfrutar, sufrir. El deportivismo nunca los puede separar.