José Luis Martí (Palma, 1975) aterrizó en el banquillo deportivista a mediados del mes de abril con nueve partidos por delante y el encargo de alcanzar unas posiciones de ascenso directo comprometidas por la irregular trayectoria del equipo desde comienzos de año.

Estuvo lejos de alcanzarlas, pero una carambola le permitió colarse en el play off y rozar un ascenso a Primera División frustrado en el último peldaño. Todo el crédito que el técnico se ganó durante la promoción, sin embargo, quedó empeñado el domingo en Son Moix y su futuro inmediato se decidirá en los próximos días. El director deportivo, Carmelo del Pozo, pondrá en la balanza los logros y las carencias de Martí en estos dos meses y medio desde que se hizo cargo de la plantilla con el objetivo de enderezar un rumbo errático y escalar hasta las posiciones de cabeza.

Enseguida se puso de manifiesto que sería muy complicado porque su llegada no vino acompañada de una reacción inmediata. Con él al mando se mantuvo la racha negativa de resultados que le costó el puesto a Natxo González y sus dos primeros partidos se saldaron con derrotas. Por si fuera poco, el tropiezo ante el Extremadura (1-2) en su estreno en Riazor precipitó la renuncia de Tino Fernández y todo su consejo de administración. Martí se enfrentaba así no solo a una importante crisis deportiva, sino que también tendría que lidiar con el jaleo institucional que rodeaba al club. En esos momentos de zozobra demostró cintura para aislar al vestuario del ruido exterior y asumir sobre él buena parte de la presión.

En Martí se conjugaban un pasado brillante como jugador todavía reciente (colgó las botas en 2015) y un futuro prometedor como técnico que le llevó a rozar el ascenso con el Tenerife en su primera experiencia en los banquillos. Carmelo del Pozo lo escogió como el idóneo para enderezar un proyecto que se tambaleaba, aunque los inicios no estuvieron exentos de obstáculos.

A esas primeras derrotas le siguieron dos victorias que dieron oxígeno al equipo en la clasificación, inmerso ya totalmente en amarrar una de las posiciones de play off. El empate contra el Cádiz en Riazor, sin embargo, y la derrota posterior en Lugo dejaron a los blanquiazules en una situación muy delicada. Ya no dependían de sí mismos para disputar la promoción y además las sensaciones no invitaban al optimismo en las jornadas que faltaban por disputar.

La propuesta de Martí desde su llegada fue simplista, orientada a recuperar la confianza maltrecha de un vestuario que acumulaba más de dos meses sin ganar e innumerables reveses que habían hecho mella en su autoestima. Pero el equipo se condenó a jugar sin margen de maniobra, de manera que un tropiezo más podía representar la condena definitiva.

Le salvó el triunfo in extremis contra el Mallorca en Riazor, que sumado a la derrota del Cádiz contra el Extremadura le abrió las puertas del play off al equipo deportivista de manera inopinada. La eliminatoria contra el Málaga representaba un importante desafío para un conjunto con más luces que sombras. Martí, sin embargo, se había esforzado por construir un grupo sólido basado en la fortaleza defensiva que se desató contra los andaluces.

El técnico, observado con desconfianza por su aparente poca influencia en el juego desde su aterrizaje, fue fundamental en esa primera ronda de la promoción para una remontada memorable en Riazor. Desde la pizarra enfiló una clasificación que remató después en La Rosaleda con una actuación más práctica.

Su figura salía engrandecida en un contexto difícil y de la máxima exigencia. A la eliminatoria definitiva llegó reforzado después de conseguir conectar con los jugadores y potenciar las virtudes de un equipo que había perdido su confianza debido a los malos resultados, pero el hundimiento de Son Moix lo deja en una posición muy delicada de cara al futuro inmediato.