El Dépor, después de una agitada noche de San Juan en Palma, se ha levantado y se ha mirado al espejo. Todas las imperfecciones del mundo, ese olor pegajoso a cacharela del día después. Ha sido un año marcante, de mil surcos y un desenlace de difícil digestión, que seguirá atravesado en el estómago hasta el día del juicio final. Por la desilusión, por la sensación de ser el principal culpable de una catástrofe evitable. Un desastre. Toda serie carcelaria repite hasta la extenuación que no hay nada peor para un preso que las expectativas, la esperanza de una vida ahí fuera. Y ahora mismo el Dépor gestiona el fracaso y la desilusión por no regresar a Primera, algo inconcebible hace dos meses y al alcance de la mano el domingo. Toca rumiarlos y tragar sapos y culebras. Y hacerlo en tiempo récord. El mañana comenzó ayer.

Esta permanencia y sus circunstancias no dejan de ser como un segundo descenso, quizás un tanto matizado. El día después le espeta al Dépor que casi treinta años más tarde es un club de Segunda División. Ni más ni menos. Sin ambages ni maquillajes ni peros. Algo que no es del todo malo. Hay que ser humildes y reconocerse en la historia de una entidad que ha ganado títulos y vio templos europeos a sus pies, pero a la que siempre le costó todo una barbaridad: desde arrebatarle al Coruña el cetro de su ciudad y ganar títulos gallegos a plantarse en Primera o parar el ascensor en el piso superior. Incluso pasó por Segunda B y Tercera. De todo. Asumir la realidad desde la ambición y el inconformismo será el primer paso para volver a la élite, su lugar, el objetivo irrenunciable más allá de las contingencias que siguen esperando a la vuelta de la esquina.

Los dos últimos descensos parecieron un mal sueño, un accidente. El Dépor, al que hace pocos años alguno llegó a calificar como el Madrid o Barça de Segunda, vivía de prestado. Eran años de respiro, de apoyarse en el seguro de descenso para recargar fuerzas, regenerarse y viajar a destinos cercanos y atractivos. ¡Qué mal acostumbrados estábamos! Esa inmunidad, incluso de manera inconsciente, se trasladó un poco a este play off de ascenso. "De peores salimos", se susurraba para dentro a modo de consuelo y ánimo más de un deportivista. A pesar de haber vivido una temporada tan errática, estaba ahí, se creía intocable. Nadie lo es. Y cayó. De una manera tan cruel como merecida. Bienvenidos al fango.

La nueva realidad económica y deportiva le reduce al Dépor el margen de error y también los peajes de Primera. La deuda pesará. Muchos deportivistas se echaron las manos a la cabeza con aquella frase de "hombres y no nombres" que pronunció Carmelo del Pozo hace un año y al final se demostró que lo que le falló a este Dépor recién fenecido fueron los nombres y el banquillo, como casi siempre en los últimos años. Futbolistas como Fede Cartabia, Pedro Mosquera y Krohn-Dehli estuvieron a años luz de las expectativas y del dinero invertido en sus salarios. Al Dépor le lució poco el músculo económico, el tope salarial inflado del recién descendido. Ahora llega el momento de ser un equipo de clase media-alta, no rico. Toca estirar el dinero, acudir al mercado de Segunda de verdad y apostar por jugadores en crecimiento, un bien escaso en el Deportivo de esta temporada. Habrá que tomar decisiones valientes, también desagradables, medidas. Como en toda economía familiar. Respiren hondo para un verano corto, pero intenso, de los que raspan.

Un entrenador sin dudas

El reloj apremia. Las decisiones deportivas en el Dépor deberían empezar a caer como fruta madura, no sin una profunda reflexión. Un club deshilachado en todos sus equipos masculinos con un deficitario mercado de invierno y una cantera sin competitividad y diluida hasta en su ADN. Una crisis estructural, de arriba a abajo. Hay que tomar medidas para las que ayudaría una mínima paz social. Paco Zas ya ha manifestado que seguirá el director deportivo, que se apoyará en Carmelo, quien se la jugará esta temporada. Debe intervenir y a muchos niveles. En las capas superiores no estaría de más un gesto en la formalización de la renovación de Álex. No debe ser clandestina con lo que ha sido, lo que es y lo que el Dépor necesita que siga siendo. Y queda dar el paso en torno al entrenador. Después de años de inestabilidad, en la plaza de Pontevedra hay verdadera obsesión por convertirse en un club continuista y paciente. No es mala seña de identidad. Tampoco debe ser a cualquier precio. Las decisiones a medias y la inacción fomentan también la debilidad y es lo que menos se necesita. Martí sí o Martí no. Sus gestos y su capacidad para levantar al grupo son loables, su Dépor es aún un misterio, el último partido le añade interrogantes. La pena es que, se quiera o no, el 3-0 y sus decisiones en él terminan de empujar a parte del deportivismo a tener dudas. Es como volver a la casilla de salida de las últimas temporadas. Nada bueno. El Dépor no debe escatimar ni ser tibio en la elección de su entrenador, quizás el verdadero gran debe de la última década.