Toca, vuelve y se ofrece. Corre al corte y engulle líneas mientras levita. Gaku. Todo al ritmo acompasado de los toques de balón, de los movimientos del equipo. Es un imán para la pelota, el Dépor está preso de su campo magnético. Parece imposible generar una dependencia, condicionar de tal manera el juego de un equipo en uno o dos partidos, pero el nipón ya está avisando. Se fue Edu Expósito, llegó un futbolista con un potencial y unas condiciones de otra categoría. Salta a la vista. Hasta se escapa un lamento por no haber podido atarlo en enero. ¿Estaría el equipo en Primera? Ahora, en agosto de 2019, la realidad es irremediablemente otra. Solo necesita el Dépor mantenerlo vivo, rodearlo de futbolistas que hablen su mismo idioma balompédico, resguardarlo de las labores de intendencia y de esfuerzos innecesarios y colocarlo donde afloren al máximo sus cualidades. Un contexto, un hábitat. Y también, por desgracia, acostumbrarse a vivir sin él durante fases de la temporada. Japón lo reclamará, Riazor se quedará algo huérfano. No es poco el trabajo para Anquela y Carmelo, la materia prima está ahí. Él demuestra con su fútbol, con su firme decisión de venir y hasta con su gestualidad sobre el césped que está listo para guiar al equipo. Un jugón, un líder plástico, de pelota pegada al pie, al verde.

Su primera hora de juego fue vistosa, efectiva, generó ilusión. Hacía falta. Forma parte del tridente de fichajes que entusiasmaron a la grada ante el Oviedo. Gaku, Koné y Aketxe. Al vasco, demoledor, le faltó ser más continuo; el marfileño fue el mejor de la tarde. Su mordiente, su velocidad y su capacidad de desmarque le convierten en único, en un elemento extraño en Riazor en los últimos tiempos. Solo queda mimarle cada músculo, dosificarlo, a pesar de que su pila parece ser eterna. Al japonés, en cambio, se le gripó el motor para la última media hora. El equipo se descosía y él no tenía aire para el repliegue, tampoco encontraba excesivos socios para sostenerlo con la pelota. En ese sentido, el grupo echa en falta algún interior de banda clásico. Ya antes le había costado a Gaku encontrar esas conexiones a su alrededor. Las deficiencias que se generaron en torno al nipón muestran en parte algunos de los males del equipo y sobre todo dónde rinde, dónde es diferencial. Cuestión capital. Cuanto más arriba juegue, mejor, mucho mejor. Cierto es que ya no es mediapunta, que ha sido fichado como gestor de juego. Pero a veces se le vio excesivamente afanado en generar fútbol desde el inicio de la jugada y ahí se desperdicia su talento. Y no solo eso. Llegó a realizar algún pase arriesgado en zonas sensibles. Contranatura. Álex, siempre diésel en los inicios de temporada, tampoco demostró ser de momento el complemento ideal con y sin pelota. No hacía de conector en la salida impidiéndole subir unos metros y desequilibrar donde hace la diferencia; tampoco estuvo fino tapando las vías de agua. Anquela debe encontrar el punto de equilibrio con todas las piezas encima del tablero. ¿Cuántas le faltan?

Una nueva realidad

Disfrutar de los fichajes aún en fase de adaptación, pero mostrando su potencial, sirvió de consuelo después de sentir la punzada que supuso ver a Fede Cartabia con la camiseta del Al-Alhi. Talento desperdiciado, nueva realidad económica. Es triste ver una joya de ese calibre en una liga menor. Algo ha fallado. Y siempre quedará la pena en A Coruña por lo que pudo haber sido y no fue. Al argentino se le tuvo fe por lo que se le intuía más que por lo que mostraba de verdad. Aun con sus limitaciones físicas es un perfil de jugador goloso para tener en una plantilla, siempre que no se coma un trozo importante de la tarta del límite salarial. No es el caso. El nuevo Dépor necesita talento, pero también jugadores más continuos, regulares, de lo que adoleció el pasado ejercicio. Futbolistas de una temporada, no de momentos. Se fue Mosquera, se debería ir Rolan. Su marcha es básica para redondear la plantilla. El Dépor necesita fichajes. Al menos, un central y un jugador de banda. Prioritarios.

Si el año se tuerce, es probable que a Carmelo le persiga aquella frase tras la debacle de Mallorca en la que confesaba que creía que podían "conservar la columna vertebral". De ese pasillo de seguridad poco queda, el mercado también trajo reveses. Los sueldos ahogaban y había que aligerar. Quizás entonces hubiese sido necesaria más contundencia en el mensaje al transmitir la verdadera realidad del club. Pero ¿cuándo es el momento exacto para dar malas noticias? ¿Alguien lo ha descubierto ya? Nunca sientan bien, no se terminan de encajar del todo. Al Dépor le quedaba ajustar la hebilla, apurar un agujero más en el cinturón ese que le ahoga. Y cuanto antes termine de soltar lastre, mejor. La reconstrucción era obligada, otros niegan la realidad y tienen a jugadores en la puerta, sin inscribir. La Segunda es una categoría ajustada, en movimiento y en continua reconstrucción. El Dépor no se podía quedar atrás.