El día que Anquela empezaba a jugarse el puesto, el Dépor asoma la cabeza. Solo se le ve medio pelo en la superficie. Un consuelo bien escaso a estas alturas. Horas antes de que el casero Arcediano Monescillo pitase el final y la plantilla respirase con un punto y un proyecto de cambio, el técnico había acudido a la habitual cita mediática de la previa con la televisión que retransmite el partido. Entre tópicos análisis y preguntas incómodas por el riesgo de despido, el jienense no perdió el tiempo para resaltar la confianza que había depositado el Cádiz en Álvaro Cervera en las últimas temporadas. Una y otra vez. Todo, por contraposición, eran mensajes velados para la plaza de Pontevedra y, de paso también, para el Nuevo Tartiere. Para quien lo quisiese oír en sus equipos. En un mundo ideal no hay mejor receta para un proyecto deportivo que la estabilidad, pero esa apuesta decidida por encima de las adversidades debe estar acompañada por unas mínimas señales de reafirmación que, por desgracia en este caso, tienen que ir al margen de los puntos. Y sin negar ese reajuste defensivo del Carranza, el Dépor es hoy un conjunto inestable, sin apenas ideas en ataque, en pleno reseteo de estilo de juego y lejos de las posiciones que dictan su límite salarial. En este momento tan difícil, Anquela debería mostrar un perfil bajo cuando desliza sus reivindicaciones, al menos hasta que el equipo defienda sus palabras.

Porque en realidad el Dépor no deja de ser ahora mismo como ese enfermo que ha mejorado, pero con un progreso tan leve y justito que cualquier catarro lo puede tumbar. Un zombi pululando por el ring que a veces ni sabe por dónde le vienen los golpes. Ojalá que esa leve brisa de otoño no lo mande de nuevo a la lona. Llega el Mirandés, sigue a prueba. Está débil, tiene un historial reciente en el estadio de Riazor que obliga, al menos, a permanecer alerta. Su cambio en el Carranza fue real. Nadie lo oculta. Fue, por fin, un equipo. Lo mínimo exigible para cualquiera. Pero aún no inspira confianza. Una inestabilidad extremadamente desagradable para sus seguidores cuando el proyecto enfila ya el inicio del mes de octubre.

Lo que necesita y lo que se puede permitir. En Cádiz el Deportivo juntó líneas atrás. Adiós a la presión arriba, hola al repliegue. En plena gastroenteritis balompédica, fue lo único que pudo digerir un conjunto al borde del colapso. No está mal que sepa reconocer en qué punto está y qué puede asumir en su estado. Ante el solar ofensivo sin solución previsible a corto plazo, el punto es un tesoro que bien pudo saltar por la borda en alguna defensa de centros laterales. Nunca Cala tuvo tantas oportunidades y se quedó tan cerca. Existió también la posibilidad de que el Dépor asaltase la banca en un campo áspero, pero a Jovanovic le tembló el pulso tras el soberbio pase de Álex.

Su fallo, independientemente del gran control, añade algo más de incertidumbre a la planificación en el ataque por banda. Ya el año pasado había lunares en esas posiciones, hoy siguen arrojando dudas. No existe en el grupo un interior clásico que le dé una respuesta por dentro, un apoyo a Ager Aketxe. El vasco, que ya se desconecta per se, también desaparece porque no tiene con quien tocar. Sin entrar ya en su valía, los fichados para esas posiciones son todos extremos o delanteros reconvertidos, muchos a pierna cambiada, con la portería entre ceja y ceja, cuya primera idea, por costumbre, no es mezclar entre líneas. No está mal haber contratado a alguien del perfil de Mollejo, Jovanovic, Borja Valle, Koné... ¿pero todos así?

El VAR fantasma

En uno de sus habituales poltergeist de cada semana, el videoarbitraje decidió obviar un penalti a Christian Santos por un agarrón de Cala. Incluso hay una mano de Marcos Mauro sobre la línea en la que habría que sacar escuadra y cartabón para saber si es pena máxima o no. Ninguna de las repeticiones ofrecidas convence de lo contrario. Más dudas. Precisamente, la instauración del VAR y los cambios en el reglamento con las manos en el área buscan reducir el error, minimizar el margen para la interpretación de los colegiados. Un criterio discutible, pero entendible. El mismo para todos. El problema llega cuando la práctica desmonta todas las buenas intenciones iniciales. Decisiones como las del sábado perjudican al Deportivo, sin duda, pero sobre todo emborronan al propio telearbitraje, una gran idea de momento de dudosa aplicación. Sus detractores tienen aún más pólvora para descargar.