Ni gana ni pierde. El Dépor es la nada ahora mismo como equipo y así lo demostró esta noche sobre el césped de Riazor. Una agonía, un sinvivir que linda como el desapego para sus aficionados. Cualquier leve esbozo de mejoría de los blanquiazules es enterrado a la semana siguiente por los nervios, por lo nociva que es la situación y por sus ínfimas hechuras como equipo. Si esto es lo que es capaz de proponer Anquela en casi tres meses de trabajo, poco le debe sostener en su cargo, sin que esta aseveración le señale como único culpable de este caos. El mal empieza en el vestuario y apunta hacia arriba, muy arriba, hacia todos los despachos. Jugadores que parecen peores de lo que son, futbolistas que son muy justitos, un grupo que es casi cualquer cosa menos un equipo. No hay nadie en Segunda que tenga peor arquitectura como conjunto. El humilde Mirandés, en la acepción más loable de palabra, pudo ganarle. Haciendo lo justo, lo que se puede permitir, lo desnudó. El proyecto va cuesta abajo y sin frenos. No se adivina el final de la caída.

Los pocos que acudieron a Riazor esperaban vivir una especie de rendición. Todo lo contrario. La primera parte fue lo más parecido a un via crucis para todos ellos. Un equipo sin plan, peleado con la pelota, lleno de miedos, justito de calidad. Se acumulan los calficativos a lo visto sobre el césped y ninguno es positivo. Anquela fue conservador en su once. Seguía Lampropoulos y solo entraba Borja Valle. Quería ir con calma con Longo y Peru Nolaskoain. Entre los gritos de desesperación por tanta imprecisiones y tanta mediocridad, al técnico se le oía repetir con insistencia "juntos, ¡eh!?". La fórmula de Cádiz con un Dépor replegado había funcionado y, al menos por ahí, quería vivir tranquilo. La presencia del griego, las inseguridades de todo el entramado de construcción de juego coruñés y la buena presión visitante empujaban al Dépor a abusar de los lanzamientos largos, cuando ni siquiera tenía gente arriba para pelear esos balones. No era cuestión de gustos, era simplemente que la vía de ataque no casaba con lo alineado sobre el césped. Un galimatias, lo que lleva siendo el grupo de Anquela en toda esa temporada.

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El Dépor no pasa del empate ante el Mirandés

Con un punto menos de presión fue mejor el Mirandés en el primer acto. Con balón en los últimos metros se notaba que viene de Segunda B y que le cuesta ser punzante, pero era voluntarioso, insistente, trabajaba el partido con criterio. Merquelanz estaba muy cómodo, encontraba espacios en la transición, casi marca a balón parado. Olía a un desastre que no llegó en ese primer tramo. Con Gaku desaparecido y Borja Galán sin devolver un balón, solo se estiró el Dépor en torno al ecuador. Fue cuando pudo superar la primera línea de presión y fue capaz de darle el balón a Gaku unos metros más adelante. El japonés movía la pelota y llegaban por fin los primeros y tímidos intentos blanquiazules de cercar la portería de Limones. Es cierto que el japonés no ha exhibido aún su mejor versión en este equipo, pero está tan, tan solo... No tiene con quien tocar. Es complicado señalarle.

La primera parte se cerró con algún susto para Dani y con dos jugadas aisladas de Borja Valle. Un lanzamiento arriba y una mala conducción en el área. El deportivismo pitaba y agradecía que llegase el descanso antes de que le siguiesen sangrando los ojos. Riazor estaba medio, no era de extrañar.

El Dépor se ha caracterizado en las últimas semanas por dar un paso al frente después de primeras partes desastrosas. Esta vez ni eso. La fragilidad y las dudas se mantenían y el fatalismo también. Una jugada llena de rechaces terminó con un balón de Marcos en el fondo de la red. 0-1. Otro desastre más, arreciaban los cánticos que pedían el adiós del director deportivo. Y, de repente, cuando el equipo coruñés empezaba a hundirse salió una mano a rescatarle. Una duda del Mirandés en un despeje habilitó un ataque del Dépor sin aparente peligro. Tras varias maniobras, el disparo de Bóveda dejó uno de esos balones sueltos en el área que Mollejo nunca desaprovecha. 1-1. Bien por él. Aún así, no deja de ser indicativo de en qué punto se encuentra este proyecto el hecho de que tenga que encomendarse muchas veces y de manera casi única a un niño de 18 años. El empate era un balón de oxígeno de un valor incalculable para este Dépor, pero los males seguían ahí. Ni juego ni ideas ni nada. Poca vía de escape tenía.

La ola tras el gol le llevó a apretar Poco. Le seguía faltando lo básico: el fútbol, la confianza para atreverse... casi todo. Pasaron diez minutos y Anquela tomó una decisión sorprendente que casualmente acabó funcionando. Sacó del terreno de juego a Gaku, el único que le había puesto un mínimo de criterio al fútbol ofensivo coruñés, aunque fuese de manera aislada. De hecho, antes de marcharse, una cabalgada suya generó una ocasión que casi concreta Borja Valle. Aún entre los pitos de la grada por la decisión del técnico, pisó Peru el césped. El vasco, aún no contaminado por el aire tóxico que desprende este grupo, fue lo más lúcido que tuvo sobre el césped hasta el final del duelo. Su primer balón fue en profundidad y casi llega el 2-1. Tuvo la pelota, la filtró, dividió en alguna recepción. Parecía revivir el grupo de Anquela, acabó desapareciendo. De donde poco hay, poco se puede sacar.

Por el medio, el colegiado redondeó una noche en la que decidió ser protagonista. No señaló un penalti a Christian por un manotazo, también se desentendió de una pena máxima a Salva Ruiz, lo mismo que ya había pasado en el primer acto con una mano en el área visitante. Hoy decidieron que no habría VAR, siempre paga el Dépor. Aún así, nada justifica a un equipo que en los instantes finales volvió a su versión etérea con la que ni siquiera acabó el duelo muriendo de rodillas. Ni apretó. Longo desahogó un tanto con asociaciones por la banda derecha y por ahí progresó el equipo, pero ninguna maniobra llegó a buen puerto. Nada de nada, justo lo que es este equipo.