No es tanto dónde está, sino hacia dónde va. Entre el desvelo, el enfado y el hastío, el deportivismo asiste, aún sin suelo adivinable, a la caída de su club. A todos los niveles. Lo que pasa en el césped da pánico, lo que se escucha fuera y la previsible degeneración futura, más. No puede servir de coartada, pero ha llegado un punto en el que cualquier solución parece un problema venidero porque queda la sensación de que todo se lo tragarán la autodestrucción y la vorágine de malas decisiones tomadas. No hay paz, no hay sosiego. Así es imposible. Una bola enorme llena de lo peor y que no para de crecer día a día. ¿Dónde se va a detener? ¿Qué más va a arrastrar? Leña, leña y más leña. Nunca es suficiente. Fuego entre tinieblas. Ha hecho todo el mundo mal tantas cosas, dentro y fuera, que no habría ni por dónde empezar. El Dépor parece ahora mismo un juguete roto. De tanto trastear con él, de cuidarlo tan poco, está hecho jirones. Y, aun así, desde muchos frentes aún lo codician por lo que fue, por lo que supone en esta ciudad, y harían lo que fuera por moverlo a su antojo. Es parte de su condena por ser grande.

Y Paco Zas habló. Hace dos meses que no lo hacía. No debió tardar tanto. Hasta él mismo reconoció haber sobreexpuesto a Carmelo este verano. Solo las victorias echarán agua sobre un fuego en llama viva, pero no está mal que su afición le vea la cara, le escuche, sepa que hay alguien al volante. Es probable que el presidente sufra más que nadie, que entregue en la plaza de Pontevedra las horas que no tiene, que se desvele por buscar soluciones, también hay que comunicar, liderar. Ser y parecer. Para eso le eligieron. Su comparecencia entra dentro de lo previsible para un dirigente ahogado de un club histórico en su peor situación en décadas, aunque haya puntos difíciles de entender. Tiró de papel institucional, apostó por mostrarse firme a pesar de la zozobra. Seguro a muchos les pareció tibia su intervención, pero pocos incendios se han apagado con un lanzallamas en la mano. Defendió a Anquela, pero sabe que los resultados mandan. Gritó a los cuatro vientos su confianza en los jugadores enfatizando que su nivel responde a la falta de autoestima. Él fue jugador, empatiza. Dentro de su tono sosegado, fue especialmente vehemente en la defensa de Carmelo del Pozo. Quizás fue lo más real en todo su discurso, junto a la fe que aún mantiene en la plantilla que él también firmó. Más difícil es ya justificar el trabajo del técnico.

Anquela ha vivido días difíciles para su reputación como entrenador. Aun así, se equivoca quien crea que en todo este desaguisado él tan solo pasaba por allí. El jienense genera empatía por el lado humano. No merece que un día sí y otro también se dude de su autoridad en el vestuario. Supone una tacha indigna a su carrera. Otra cosa es futbolísticamente. Es muy probable que si el Dépor tuviese otro historial reciente en el banquillo, Anquela ya estuviese fuera. Paco Zas aludió a la planificación tardía como coartada para su técnico. Esa excusa empieza a quedarse obsoleta. Puedes ser un equipo, incluso con mimbres más modestos. El Mirandés del domingo lo fue, el Dépor no, pocas veces lo ha sido en este curso. También lo parecía el Almería del inicio de Liga, a pesar del tiovivo en el que convirtió el jeque la planificación deportiva de su club. Unos mínimos de los que el Dépor carece. A día de hoy aún salta a la vista que el grupo coruñés no sabe cómo atacar, dónde defender, qué plan seguir. Le superan los nervios y tiene que encomendarse a adolescentes para que le saquen las castañas del fuego. Un cuadro. Sin puntos de evolución, más bien con tendencia a la involución. El futuro nunca deja de sorprender, pero sería extraño que Anquela siguiese en el cargo la próxima semana.

En los últimos días el hombre de la diana es Carmelo. No hay centro que llegue para tanto dardo. Le llegan por todas partes, el proyecto que ha montado tampoco le defiende. No ha hecho excesivos amigos el segoviano tomando decisiones desagradables en un club con dinámicas viciadas en determinadas parcelas, que necesitaba profesionalizarse, con un vestuario que había saltado por los aires en 2018 y con fichas inasumibles para su realidad en Segunda. Su labor oscura es poco visible y hasta inexistente si la pelota no entra. Carmelo es un profesional, nadie lo duda. Ejerce de ello, sabe transmitirlo. Las adversidades que tuvo que afrontar fueron infinitas, también este verano. Pero un alto componente de éxito en su profesión se basa en el acierto en sus elecciones, no solo en las horas de dedicación, en lo que haya tenido que superar. De nuevo, no se le ha vuelto a dar el papel central que merece el entrenador en el proyecto, no ha conseguido armar un vestuario impermeable a la presión, además de diversos e importantes puntos oscuros en la planificación: las bandas, el juego interior, los centrales... La plantilla es mejor de lo que parece, pero la Liga de Segunda no espera por nadie. Su futuro no se decide en semanas, pero sí esta temporada.