El Dépor es un equipo muerto. Lo disimula porque parece un zombi, pero aunque dé alguna señal de vida y camine y se resista, en realidad está muerto. Ya se ha acostumbrado a penar sin alma como lo hizo ayer en Girona, síntoma del momento que atraviesa y de lo que se puede esperar de un grupo abatido. Nada le sale a un equipo que empieza de antemano los partidos por debajo en el marcador, víctima de una falta de confianza y de juego que limita a los jugadores hasta convertirlos en guiñapos que no dan un pase, que no ajustan las marcas y que fallan todos los controles. En su descargo podría decirse que poco tienen a lo que agarrarse, que apenas se les potencia desde el banquillo con una estructura a la que recurrir en un momento así. No la hay ni parece que la vaya a haber, por más que se maquille otro partido horrible con veinte minutos potables. Y con el de ayer ya son ocho sin ganar.

Sería un error, sin embargo, agarrarse a esa reacción tardía tras el descanso. La manera en la que el Deportivo se presentaba en Montilivi no parecía de antemano la mejor para visitar al conjunto con más músculo financiero de toda la categoría. Nada invitaba al optimismo después de siete partidos consecutivos sin ganar ante uno de los máximos aspirantes al ascenso, especialmente después de que uno de los humildes le sacara los colores al conjunto blanquiazul. El empate contra el Mirandés en Riazor evidenció los males del equipo y desnudó la simpleza de la propuesta de un Juan Antonio Anquela superado por los acontecimientos. Tan delicada era la situación, que en los días previos tuvo que salir el presidente a medio confirmar en su puesto al técnico.

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El Dépor cae 3-1 ante el Girona

Si esperaba una reacción o si era una llamada al orgullo de los jugadores, no funcionó. El Deportivo fue el equipo ramplón que sufre y padece en el campeonato prácticamente desde que arrancó. Nada invita a pensar en un resurgir de este conjunto alicaído que salió al césped de Montilivi si no derrotado, casi. El plan esta vez parecía consistir en evitar que pasara algo, lo que ya dice lo suficiente sobre el equipo. A la rácana puesta en escena blanquiazul le ayudó que el Girona tampoco llegaba sobrado de confianza. Los nervios locales en el inicio maquillaron el pobre arranque de los de Anquela, pero llegó un momento en el que ya no se pudo disimular más.

Una entrega comprometida de Lampropoulos, el jugador que mejor personifica el estado depresivo que atraviesa el Deportivo, a Nolaskoain le permitió al Girona espantar todos sus fantasmas de un plumazo. La reacción del vasco, por primera vez titular este curso, tampoco fue buena y después del remate inicial de Stuani al palo llegó el de Borja García que puso en ventaja a los locales.

El segundo llegaría antes del descanso a través de una falta que embocó Marc Gual después de un rebote. No defendió bien el Deportivo esa acción y se condenó a una reacción que llegaría tan solo a medias.

La capitaneó Borja Valle con un tanto que metió al equipo en el partido y que le puede servir de excusa al club para no tomar las decisiones drásticas que parecen inevitables desde hace ya semanas. Rondaría el conjunto blanquiazul el área del Girona hasta que otro error de Lampropoulos en una conducción le puso en bandeja el tercero a Stuani.